Todos mis lectores saben que jamás he hecho cuestión capital de la misa nueva o de la antigua. O como ahora se dice del rito ordinario y del extraordinario. Pero me ha parecido espléndida la decisión del Papa de dejar a los católicos que puedan oir misa en el rito que más les guste, que más devoción les inspire.
Ya sé que no estaba proscrito el rito antiguo pero en la práctica como si lo estuviere. Y todavía hoy casi lo parece.
En Madrid, que yo sepa, además de las misas de los lefebvristas que siempre mantuvieron el rito extraordinario sólo se celebraba éste los domingos en San Luis de los Franceses. Y después de salvar no pocas dificultades. Ahora ya la hay todos los días en un monasterio de Salesas.
Yo todavía no asistí nunca en España por lo que supongo que no se me tendrá por un forofo de esa misa. Oí una en Viena, en los capuchinos, pero no porque la buscase, porque me la encontré.
Pues hoy nos encontramos con que Benedicto XVI ha celebrado misa en la capilla sixtina con el pueblo a su espalda. Parece que por primera vez desde la reforma litúrgica, un Papa lo ha hecho de ese modo. Y seguro que no pasó nada. Todo el mundo tan feliz.
Este Papa, que no da puntada sin hilo, seguramente algún día celebrará el santo sacrificio por el rito extraordinario. Y también hará muy bien.
Observo que ya algunos obispos utilizan el latín en algunas partes comunes de la misa. También me parece excelente.
Todo lo bueno es bueno. Dejémoslo en libertad. Cuando se toleran tantos abusos litúrgicos creo que ya es hora de dar facilidades a la misa celebrada por tantos altísimos santos de la Iglesia.
Y animaría a nuestros obispos que allí donde haya fieles apegados al rito extraordinario, que tampoco es cuestión de imponerlo a quienes no lo quieran, alguna vez en el año, se presenten en las iglesias donde se celebre y lo oficien ellos.
Mostrarían sintonía con el Papa y afecto a unos fieles que, muchos años, se han sentido muy abandonados.
Francisco José Fernández de la Cigoña
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