Saturday, January 19, 2008

Jesuitas. Los 'marines' del Papa


Los soldados papales descubrieron a los pobres. Se pusieron de su lado. La Iglesia no estaba preparada para esa revolución

El sector más avanzado anhela el regreso de los jesuitas al liderazgo de la Iglesia; que marquen de nuevo el camino

Arrupe no dominaba el untuoso y sibilino lenguaje de la curia. Era un vasco directo y cabezota. No se entendía con Wojtyla

Tras la sangría de vocaciones, sólo hay en España un noviciado con 19 internos. El más joven, de 20 años; el mayor, de 42


Desde su despacho, mucho antes de que amanezca, el papa negro de los jesuitas divisa cada mañana los dominios del papa blanco en Roma. Las ventanas de ambos son las primeras en iluminarse en el Vaticano. Las separan unos centenares de metros. Luego ofician misa en soledad. Son los dos hombres más poderosos de la cristiandad. Unidos a través de la historia por un sólido vínculo de complicidad y también de sospecha. A lo largo de cinco siglos, sus relaciones han sido tormentosas. De amor y odio. Un papa disolvió la Compañía de Jesús en 1773, y otro, Juan Pablo II, la sometió con mano de hierro en 1981 y a punto estuvo de disolver su caballería ligera. Sus monjes soldado universales, inquietos y disciplinados. Universitarios y políglotas. Humildes y soberbios al tiempo. Entrenados física y mentalmente como marines por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Siempre a disposición del pontífice en los cinco continentes; en vanguardia; en el filo de la navaja.
Se saben distintos. Definen su trabajo como "estar en la frontera". Lo explica el padre Héctor de Vall, de 72 años, rector del Pontificio Instituto Oriental, situado en un elegante palacio semioculto tras la basílica de Santa María la Mayor, de Roma, que busca servir de puente entre las iglesias de Oriente y Occidente: "Nuestro voto de obediencia al Papa es para la misión; el Santo Padre te puede enviar a la frontera intelectual o geográfica que considere oportuna. En un principio, disponía de los jesuitas, un grupo de gente muy especializada, que sabía latín y tenía una carrera civil, para que fueran a los confines del planeta. Hace un siglo, la frontera suponía estar en el mundo de la ciencia, porque los científicos eran ateos. Y los jesuitas, como científicos, debíamos demostrar que la fe no era contraria a la razón; hoy, nuestra frontera es la lucha por la justicia, la paz, la ecología, los derechos humanos".
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