Tuesday, September 09, 2008

Los tecnoadictos


Se acabó la Galaxia Gutemberg en gran medida. El libro sobrevive hoy más como producto de consumo minoritario, efímero y fungible que como bien permanente. El periódico lucha por subsistir a base de adjuntar regalitos que van desde el croissant a la salsera, pasando por la colección de discos y el navegador de automóvil. El imperio hoy es de la tecnología audiovisual, que abarca la multiplicación de canales de TV, la invasión de Internet y la difusión masiva de imágenes, textos y sonidos a la carta, gracias a los pequeños reproductores personales de mp3, mp4, PDA, DVD, TDT, consolas de videojuegos, conexiones bluetooth, WiFi, Skype, SMS, SMM o GPS. Un bosque de siglas que devolvería a la tumba al mismísimo don Miguel de Cervantes redivivo.

Cuando uno leía Hazañas bélicas, Dumbo, Roberto Alcázar y Pedrín o El guerrero del antifaz entre otros tebeos, que es como llamábamos entonces a los comics; cuando uno oía «Lo que no muere» o «Diego Valor, el piloto del futuro» por la radio; o cuando uno se adentraba en la lectura de las primeras novelas de Julio Verne o Sir Walter Scott, penetraba en un mundo dominable donde aún podía permanecer activo y potenciar la imaginación. Incluso el cine de la época se sustentaban más en la evasión-ensueño que en el impacto-manipulación. El caso es que está naciendo una nueva cultura, que destroza el castellano en los sincopados mensajes del móvil; que sustituye la correspondencia reposada de pluma y sello por el e-mail instantáneo, y que, sobre todo, nos emborracha de imágenes, sonidos y navegación internaútica hasta muchas veces hacernos llegar a perder nuestra capacidad de pensar, deglutir y más que nada escuchar lo profundo de nuestro ser que solo se percibe en el silencio.
¿Qué ha sucedido en estos últimos años en el mundo tecnológico? ¿A dónde vamos? ¿Qué está pasando a los jóvenes que se educan en dicho espacio virtual que se mide por bytes, gigas y megapíxeles? ¿Qué espacio queda para la lectura, la reflexión, la comunicación interpersonal, el cultivo del espíritu? Todas estas preguntas y algunas más nos hacemos en este número, convencidos de que algunas psicopatías que afectan a los hombres y mujeres de nuestro mundo pueden explicarse a través de esta nueva cultura o subcultura.
Evidentemente que tal estallido tecnológico tiene lados muy positivos que facilitan y agilizan el acceso a la información y la cultura. Pero estos beneficios vienen llenos de contradicciones. Como sucede, por ejemplo, con la globalización, fruto de este fenómeno. La mayor contradicción es la incomunicación y la soledad. Recomiendo al lector vivamente el film Babel del mejicano Ignacio González Iñárritu, que muestra los abismos de incomunicación existentes en esta aldea global, donde sólo el dolor y amor siguen aproximando a los humanos entre sí.
Una vez más el error procede de convertir un medio en fin. Cuando Internet, la tele, el dvd o el reproductor de mp3 llegan a ser objetivos de nuestras vidas más que instrumentos de información, diversión o cultura, se produce la enfermedad, aparece el «tecnoadicto», un nueva figura patológica que, aunque presuma de estar muy bien conectado, en realidad está profundamente solo en medio un bosque de señales compulsivas y sobre todo desconectado de sí mismo, que es lo más grave.

El hombre inventó el fuego, luego quemó la cabaña del vecino. Consiguió conducir y volar con el auto y el avión, hasta vivir embotellado y con un preocupante índice de muertes en carretera u overbooking. Dividió el átomo e hizo estallar tan tremenda energía en mortíferas bombas. ¿Sucederá ahora que este magnífico despertar tecnológico nos coma de tal manera que añoremos retornar a la alquería o al monasterio?

El doble filo del progreso es siempre un desafío en el que hay que evitar los dos extremos: el de huir de él como del diablo, y el de engancharse del tal manera a sus atractivos que uno pierda su ser. Un tal Ignacio de Loyola, que aparte de santo era un gran psicólogo, decía que uno debe servirse de las cosas «tanto cuanto me ayuden para el fin para el que hemos sido creados». Se tenga o no fe trascendente, el fin para el que estamos aquí se me antoja que debe ser algo más importante que ganar dinero y vivir compulsivamente enchufado a una máquina.
Pedro Miguel lamet sj
Del blog "El alegre cansancio"
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