Sunday, July 20, 2014

¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? por Vicente Martínez



"No veo la miseria que hay, sino la belleza que aún queda" (Ana Frank)
20 de julio, domingo XVI de TO
Mt 13, 24-43.
El reinado de Dios es como un hombre que sembró semilla buena en su campo. Pero mientras la gente dormía, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo, y se marchó. Cuando el tallo brotó y empezó a granar, se descubrió la cizaña.
Sófocles pone en Edipo rey estas trágicas palabras en boca del Sacerdote: "La ciudad, como tu mismo puedes ver, está ya demasiado agitada y no es capaz todavía de levantar la cabeza de las profundidades por la sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en los rebaños de bueyes que pacen y en los partos infecundos de las mujeres".
Dramático lamento de un Universo sembrado de trigo y de cizaña desde su nacimiento hasta nuestros días por no se sabe qué suerte de sembrador. Las piadosas intenciones de Creonte "Afirmo que incluso las aficiones, si llegan felizmente a término, todas pueden resultar bien" no consolaron –y siguen sin consolar- a los habitantes de Tebas. Un místico sufí lo avaló en este elocuente relato: Hace mil años mi vecino me dijo: "Odio la vida porque está llena de dolor."
Ayer pasé por el cementerio: vi a la vida danzar sobre su tumba.
La realidad tangible del mal será compañera inseparable de la historia del universo. Con el telón de Dios como transfondo es difícilmente explicable y comprensible. Únicamente más allá de la otra ribera esperamos se pueda descifrar. Michael Jackson lo pronostica para sí en el segundo disco póstumo Xcape, recién editado: "Donde me fui, este mundo problemático no me molesta más".
En cualquier caso la cizaña está ahí tan bien arraigada y tan copiosamente regada como el trigo: mafias de la prostitución y la droga, niños que mueren en una peregrinación, creyentes perseguidos por su fe. Como el trigo: Francisco obispo de Roma, la Primavera, la sonrisa confortante de un niño que sonríe. Los "Benedictus" nacen con las amapolas, y el rocío siembra de Luz la oscuridad.
"¿Por qué permite Dios tanto mal? La respuesta está en la lectura de hoy". Pregunta con respuesta del Calendario Litúrgico-Pastoral, que produce vértigos en el sentido común. Excepto las palabras de Jesús versión siglo XXI, ninguno de los textos litúrgicos del día son fácilmente digeribles. Hasta el Espíritu -según San Pablo Rom 8, 22-23- se esfuerza por convertir los dolores de parto de la creación entera, en gemidos inefables de plegaria.
En último término cabe pensar que la Naturaleza tiene razones que la razón no puede comprender. Y una buena receta para paliar esta sin razón, podrían ser las palabras de Ana Frank en su Diario: "No veo la miseria que hay, sino la belleza que aún queda". Porque, con El Niño Sabio de El Tonto Emocional, de J. Maronna y D. Samper, "Si escuchas sólo a tu cerebro, corres el peligro de perder la más sana condición del ser humano, que es la del Hombre Integral".
Quizás nos quede hoy sólo implorar -no sabemos a quien- con el Coro de Suplicantes: "En auxilio de estos males, ¡oh dura hija de Zeus!, envía tu ayuda, de agraciado rostro".

LUZ EN LA NATURALEZA
Los olores del bosque son intensos y salvajes en esos momentos; como si todos los seres vivos empezaran a despertar a la vez en el dormitorio del mundo, como si todos exhalaran sus secretos y sus maldades: las plantas, los animales y también los seres humanos. Se levanta un viento suave, como cuando alguien despierta, aspira y suspira al acordarse en el mundo en que ha nacido.
El follaje húmedo, los helechos, los musgosos fragmentos de corteza desprendidos de los árboles, el sendero del bosque cubierto de espinas descompuestas, hojarasca y agujas que forman un taliz blando, resbaladizo y uniforme, lleno de gotas de rocío, desprenden un olor a tierra tan embriagador como el perfume de la pasión que desprende el sudor de los enamorados.
Es un instante misterioso: los antiguos paganos lo celebraban en medio de los bosques, con devoción, con los brazos alzados, con el rostro vuelto hacia Oriente, en una espera mágica, la misma que renace una y otra vez en el corazón de los humanos, atados a la materia, que anhelan el momento de la llegada de la luz, o sea, de la razón y del conocimiento.
Sandor Marai, El último encuentro.

Vicente Martínez
Fe Adulta

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