Saturday, October 04, 2008

La Homilía de Betania: RECHAZARON LA PIEDRA ANGULAR

Por Antonio García-Moreno


1.- La paz de Dios. Nada os preocupe, nos dice hoy Dios a través de San Pablo. "Y la paz de Dios que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones" (FL 4, 7). Y cuando realmente hay motivos para preocuparse, no hay más que recurrir al Señor, seguros de que él nos solucionará de la mejor forma nuestros problemas, persuadidos de que incluso cuando parece que nada se soluciona, en realidad esa misma ausencia de solución es la auténtica solución. Por tanto, en todo momento hemos de recurrir a Dios y desechar así toda zozobra.


Entonces, sigue el Apóstol, la paz de Dios que sobrepuja todo cuanto uno puede imaginar custodiará nuestros corazones de toda pena o congoja. Tengamos muy en cuenta que los deseos del Señor para nosotros son de paz y no de aflicción. Es lógico que sea así, supuesto que él es nuestro Padre Dios, bueno y poderoso, infinitamente sabio y lleno de compasión. Cuántas veces nos recuerda el Señor que estamos llamados al optimismo, a la esperanza cierta, a la alegría serena y permanente. Pensemos con detenimiento, en todo esto, desechemos en consecuencia cualquier sombra de tristeza o de preocupación.


Y con esta actitud de confianza filial, con ese talante de buen humor, hay que enfrentarse con el acontecer de cada día, y superar las grandes o pequeñas dificultades que nos pueden sobrevenir. Para ello hemos de tener en cuenta el lado positivo y bueno de las cosas y de las personas, fijarnos en lo que es verdadero, justo y noble, amable y digno de alabanza, virtuoso y meritorio.


Y al mismo tiempo esforzarnos por poner en práctica cuanto hemos aprendido de nuestros mayores en la fe, lo que hemos recibido como un tesoro que hay que custodiar y aumentar con el empeño personal de cada uno. Hay que traer a la memoria la figura y la palabra de Cristo, y tratar de incorporarlo a nuestra propia vida. Hemos de ser conscientes de que no basta decirse o parecer cristiano, hay que poner empeño en serlo. Sólo así, luchando por ser fieles al Señor, el Dios de la paz estará con nosotros.



2.- Malos labradores.- La parábola de la viña, plantada con ilusión y esperanza, tiene un marcado sabor veterotestamentario. Recuerda sobre todo el canto de amor a la viña, que recoge la primera lectura de hoy. Toda la historia de los amores de Dios con su pueblo está resumida en estos pasajes. El Señor, dueño del universo, se había reservado una porción de la Humanidad para sí. Lo refiere el libro del Éxodo, antes de narrar la alianza del Sinaí, que selló Yahvé con los hijos de Israel, liberado del poder de Egipto y caminando entonces por el desierto hacia la tierra de promisión.


El Señor había cuidado con esmero a los suyos, les había enviado hombres con poder para salvarlos de sus enemigos, aquellos pueblos vecinos que los acosaban, o para ayudarles en sus guerras para conquistar la tierra de Caná. No hubo desgracia que no encontrara su alivio en Yahvé.


Pero Israel no correspondió a tantos desvelos, no se sometió al poder de Dios, no obedeció sus mandatos, ni reconoció a los que en nombre de Yahvé les advertían de su conducta depravada. Al contrario, en lugar de atender a sus palabras, los despreciaban o les amenazaban, les hacían callar con la violencia. Cuando Jesús recordaba esto, al acercarse en cierta ocasión a Jerusalén, no pudo contener las lágrimas y se echó a llorar ante aquella hermosa ciudad, tan querida y tan ingrata.


La serie de sus atropellos llegó a su culmen al rechazar violentamente a Jesucristo, el Hijo del Dios Altísimo, crucificándolo en una cruz. Aquellos judíos, que no todos, cumplieron así la profecía que vaticinaba como los constructores rechazarían la piedra angular, desechándola como inservible. Jesús les hace ver lo que estaba ocurriendo y lo que ocurriría luego si seguían rechazándolo. Pero estaban obcecados, el orgullo los tenía ciegos. Al final llevarían a cabo sus designios de odio y de envidia. El Hijo sería arrastrado fuera de la viña, a la salida de la Ciudad Santa, y allí lo colgarían entre el cielo y la tierra, a la vista de todo el pueblo.

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