Sunday, November 08, 2009

La homilía de Betania: POBRE POR FUERA, BELLA POR DENTRO

Por Javier Leoz


Poco a poco, Jesús, nos va desplegando todo su programa de vida: su percepción de las cosas y de las personas. La relación, sincera y fluida, que hemos de tener los hombres y mujeres de fe respecto a Dios. Hoy, al asomarnos por la ventana del Evangelio, contemplamos a una viuda pobre. Una mujer que, más allá de dar de la abundancia, ofrecía desde la escasez, desde su pobreza: lo daba todo. Era su beldad, su grandeza: en Dios estaba su esperanza.



1.- Una lección bien práctica y sugerente en esta eucaristía. No nos podemos contentar con proporcionar bienes materiales si, ese desprendimiento, no supone una donación de nuestras personas, de nuestros talentos. Es decir, el mérito no está tanto en el cuánto se da, sino en el cómo y desde dónde se da. Podríamos decir que, la calidad de nuestra generosidad, no está en la cantidad sino en el sacrificio que supone. Se suele decir que, el amor, es más puro cuanto más cuesta cuidarlo, mantenerlo y consolidarlo.

-Es fácil hablar mucho, para quien es elocuente.

-Es factible ser generoso, para quien lo posee todo.

-Es viable salir al paso de las necesidades de los más pobres desmigajando un poco el gran pan de nuestra riqueza. Pero, lo meritorio, es cuando sin tener demasiado, se comparte hasta lo que no se tiene. Cuando, sin saber demasiado, se habla lo justo y necesario. Cuando, sintiendo uno necesidad en su propio entorno, mira más allá de sí mismo y, olvidándose de sí mismo, ve más estrechez al lado que en su indigencia personal.


Todos, como la viuda, podemos enajenarnos de aquello que nos hace falta.

-Tiempo. Vamos deprisa, andamos escasos de él. Detengámonos un poco. Escuchemos a los hijos. Dialoguemos en familia.


-Amor. Nunca, el mundo, ha estado tan lleno de todo como escaso de afecto. El ser humano anda mendigando amor. Ofrezcámoslo. Un amor sincero que se traduce en compañía y silencio, una visita oportuna a un enfermo o una palabra de aliento al que se encuentra abatido, deprimido.


-Humildad. Brilla por su ausencia en muchos de nosotros. ¿Por qué escuchamos con cierta frecuencia “creo en Dios pero no en muchos cristianos”? En algunos casos será justificación para no integrarse ni comprometerse con la vida eclesial. Pero, en otros, nos debiera de urgir a interrogarnos, interpelarnos seriamente sobre nuestra coherencia de vida. Si, en verdad, lo que decimos creer se refleja o no en nuestro pensamiento, actitudes, alegría, etc.



2.- La viuda del evangelio de hoy, no daba lo que tenía. ¡Daba mucho más! ¡Se desprendía de todo lo que tenía! De aquello que precisaba para seguir adelante. Y, lo bueno, es que Dios no pasaba por alto su causa.


Una vida acomodada no es el mejor garante ni acompañante para un cristiano. Tampoco es que, el Señor, nos ponga la soga al cuello o boca abajo para que nos vaciemos de todo lo que poseemos. ¡Va mucho más allá! Quiere lo que llevamos dentro. Que sepamos que, todo lo que hacemos o dejamos de realizar, no le es indiferente.


Caminaban dos peregrinos por el desierto. Y, en medio del sofocante calor, uno de ellos –habiendo quedado sin agua- le pidió al otro (que también la necesitaba para seguir caminando) su cantimplora. Cuando llegaron al final de su peregrinación, el primero le dijo al segundo: “dame por favor, esa fuerza interior, que te ha empujado a darme el agua que tú necesitabas”.


Esto es lo que, el Señor, nos pide en nuestro itinerario cristiano. La vida interior. La belleza interior. Esa capacidad que nos convierte tremendamente generosos y no egoístas; esa intuición que nos hace estar presentes ahí donde la humanidad nos necesita y no mirándonos al propio ombligo. Esa satisfacción de decir “he hecho aquello que tenía que hacer y punto”. Sin orgullo ni llevando cuentas de lo mucho que hemos hecho por los demás. Entre otras cosas porque, si lo hemos llevado a cabo, es porque hemos podido. Porque Dios nos ha bendecido con la abundancia.



3.- Bueno sería, terminar esta reflexión, observando nuestras manos. Cuando se abren, son manos del Señor; cuando se cierran, son manos de uno mismo. Nuestros ojos: cuando miran lo que dan, son ojos humanos; cuando miran hacia un lado y otro, buscan saciar una y otra vez necesidades. Nuestro corazón: cuando no pone su atención en lo material, es corazón que busca a Dios; cuando se siente preso entre las rejas de lo efímero, es que no sabe vivir en la libertad de los hijos de Dios.


4.- TE DARE DE LO POCO, SEÑOR
De mi tiempo, para anunciar el evangelio
y así, muchos, de los que me rodean,
encuentren en Ti su tesoro y su horizonte.
De mi riqueza personal,
de mi dinero y mis talentos,
mi silencio, mi trabajo y mi esfuerzo.

TE DARE DE LO POCO, SEÑOR
Mi oración, a veces rápida y egoísta,
mercantilista y sustentada
en un “te doy para que me des”
Mi confianza, a veces bajo mínimos
y mirando volcado a lo que el mundo
irreal y caprichoso
me ofrece a un precio excesivamente bajo

TE DARE DE LO POCO, SEÑOR
Sin juzgar, quien echa o hace más
Sin enjuiciar, a quien pone menos
volviéndome hacia mí y, preguntándome:
¿Te has dado a ti mismo?
¿Has dado algo de lo que te cueste
o has elegido el camino fácil y barato?

TE DARE DE LO POCO, SEÑOR
Siendo espléndido, sin ser tacaño
Considerando basura
lo que me aleja de tu riqueza
Sabiendo que, un corazón en Ti,
es más feliz cuando no tiene
que cuando aparentemente
dice tenerlo y poseerlo todo

TE DARE DE LO POCO, SEÑOR
Sabiendo que tus ojos, Señor
miran mis acciones y mi empeño.
Sabiendo que, tus providencia,
bendice mis caminos
cuando, las mías, se abren y empujan adelante
a tantos de mis hermanos.

TE DARE DE LO POCO, SEÑOR
Porque, darte de lo que no tengo,
es ofrecerte el TODO en el que yo me sostengo
Amén

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