Wednesday, November 11, 2009

EL ENIGMA DE LOS SAMARITANOS EJEMPLARES

Según los evangelios, especialmente el de Lucas, Jesús no dudó en elogiar a los samaritanos (Lc 10, 30-35; 17, 11-19). Esto llama la atención. Porque los samaritanos no iban nunca al Templo de Jerusalén, ni creían en los Sacerdotes y el culto que celebraban los judíos. En la parábola del buen samaritano, los funcionarios del Templo hacen la vista gorda ante el sufrimiento y la injusticia, mientras que el samaritano es el que arrima el hombro y cuida del desgraciado. Y cuando Jesús curó a diez leprosos, resulta que el único que volvió a dar las gracias a Jesús fue precisamente un samaritano, en contraste con los nueve judíos, que se fueron al Templo a cumplir con sus deberes religiosos ante los Sacerdotes.


¿Por qué el Evangelio se pone de parte de los que no acudían al Templo ni hacían caso de los Sacerdotes? ¿Es que a Jesús no le importaba la Religión? ¿Se puede decir que el Evangelio es anticlerical? Según los presenta el Evangelio, los samaritanos son para nosotros un enigma. Porque el Evangelio propone como ejemplo precisamente a los que no se someten a la Religión "oficial".


Pero el enigma de los samaritanos deja de serlo cuando caemos en la cuenta de que la fiel observancia de la religión oficial tiene un peligro: la observancia religiosa tranquiliza la conciencia y le hace pensar al observante que él es, precisamente por su observancia, una buena persona. Sin embargo, el criterio del Evangelio es muy distinto: para Jesús, lo único "sagrado", que hay en este mundo, es el ser humano. No es lo mismo lo "sagrado" que lo "consagrado. Consagrado es un templo, un altar, un objeto litúrgico, un sacerdote. Pero al Dios, que se nos revela en Jesús, no le interesa lo "consagrado", sino sencillamente lo "sagrado": la dignidad del ser humano, su vida, su felicidad. Por eso el enigma de los samaritanos deja de serlo cuando comprendemos que ellos, como no creían en lo "consagrado" (el Templo y los Sacerdotes), no tenían más que lo "sagrado" para verse como buenas personas que hacen lo que hay que hacer en la vida: portarse bien con los demás. Porque no hay más camino que ése para encontrar a Dios. La gente e queja muchas veces de las religiones, sus ceremonias y sus funcionarios. Y no le falta razón. Porque las religiones tienen el peligro de engañar, desviando la atención de lo que Dios quiere a otras coasas, que, con aparienci de santidad consagrada, no pasan de ser un gasto de dinero y de tiempo, en detrimento de lo más urgente: hacer esta vida más soportable. Hay personas a las que les gusta la religión. Y merecen un respeto. Pero que tales personas tengan cuidado de las posibles trampas que esconden las conductas religiosas.


José María Castillo
Teología sin censura

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