(José Manuel Vidal)- Unos con todas las de la ley canónica y otros a escondidas, el caso es que, en España, hay decenas de curas católicos casados que ejercen el ministerio sacerdotal. Los obispos lo saben y hace la vista gorda. Siempre que no salgan en los medios de comunicación y no se conviertan en escándalo para los fieles. Otros sacerdotes casados, procedentes del rito oriental o del anglicanismo, ejercen con todas las de la ley y sin esconderse.
Los exegetas concuerdan en que los apóstoles -con la excepción de Pablo y Bernabé- fueron todos casados e iban acompañados de sus esposas en sus viajes misioneros. Jesús no dijo nada sobre el celibato de los curas.
De hecho, en las primeras comunidades cristianas hasta los obispos se casaban y sobre sus esposas presenta el Nuevo Testamento una normativa concreta (1 Timoteo 3, 1 ss; Tito 1, 5 ss). La idea del celibato eclesiástico no es anterior al Bajo Imperio y, en cualquier caso, no logró imponerse -con fuertes resistencias- hasta el Medioevo.
Se trata, pues, de una norma disciplinar impuesta en un momento determinado por la Iglesia. Como tal, no afecta al núcleo de la fe y, por lo tanto, puede ser derogada en cualquier momento por el Papa. De hecho, en todas las demás Iglesias cristianas, el celibato, cuando existe, es opcional. Es decir, los sacerdotes ortodoxos, anglicanos y protestantes pueden casarse o permanecer célibes. En cambio, en la Iglesia católica, el celibato es obligatorio, es decir, una conditio sine qua non para poder ser cura.
Aunque las cifras oficiales no se conocen, porque la Iglesia las mantiene en secreto, se calcula que hay en todo el mundo unos 100.000 sacerdotes que tuvieron que colgar la sotana para poder casarse. En España, unos 6.000. Ante la invernía vocacional que se sigue sufriendo, sobre todo en Occidente, muchos se preguntan por qué se empeña la Iglesia católica en seguir manteniendo la ley del celibato obligatorio. Unos dicen que proporciona al clero una mayor libertad y disponibilidad. Otros creen que se trata de una simple cuestión económica: es más fácil de alimentar y manejar un ejército de 400.000 curas célibes que casados.
En cualquier caso, aunque teóricamente se muestra inflexible, la jerarquía de la Iglesia suele hacer la vista gorda ante las infidelidades sexuales de sus propios curas. En África y en Latinoamérica, donde el celibato es un contrasigno, muchos curas viven con sus mujeres en las casas parroquiales. Además, la propia Iglesia católica acepta una serie de excepciones a su propia regla.
Por ejemplo, con los curas casados anglicanos que se pasan a la Iglesia católica y siguen ejerciendo. Lleva alianza de casado en el dedo anular y luce alzacuellos yclergyman, la típica indumentaria de los curas. Y como tal ejerce, desde hace tres años, en la parroquia del Espíritu Santo de Los Gigantes (Tenerife). Evans D. Gliwitzki está casado con Patricia, tiene dos hijas y tres nietos, pero es sacerdote católico con todas las de la ley. Celebra misa, confiesa e imparte los sacramentos, pero vive con su mujer y es doblemente padre. Espiritual y carnal. Y luce su doble condición con orgullo y total normalidad. Ejemplo viviente de que ser cura es compatible con tener mujer e hijos.
Cuando va de clergyman por la calle, Oleksandr Dorykevych parece un cura católico más. Y lo es. Y como tal cura católico dice misa, confiesa, regenta una parroquia en Torrevieja y cobra del obispado como un sacerdote cualquiera de la diócesis de Orihuela-Alicante. Pero goza de un privilegio que todos los demás curas católicos no tienen: está casado y tiene mujer y tres hijos. Ramón Alario también tiene mujer e hijos, pero para poder casarse tuvo que colgar los hábitos y hoy sólo puede oficiar clandestinamente en las pequeñas comunidades de base que se lo piden. Oleksandr es un sacerdote católico ucraniano casado. Ramón es un cura casado español, que presidió el Movimiento Pro celibato Opcional (Moceop) en España. Uno es casado y cura. El otro, por casarse tuvo que dejar de ser oficialmente cura.
¿Por qué Oleksandr puede tener mujer e hijos y seguir siendo cura y Ramón Alario no? Simplemente, porque el primero nació en Ucrania y el segundo en España. Ucrania es el segundo Estado más grande de Europa con 603.700 kilómetros cuadrados. Sus 52 millones de habitantes pertenecen, casi a la mitad, a la Iglesia ortodoxa y a la Iglesia greco-católica. Esta última es una Iglesia católica de rito oriental, que se unió a Roma por el tratado de Brest-Litovsk en el año 1696 con tres condiciones: que la Santa Sede respetase su liturgia, su tradición y su disciplina. Y desde entonces forman parte de la Iglesia católica a todos los efectos.
Una de las tradiciones muy arraigadas en la Iglesia católica ucraniana era y es el que la mayoría de sus curas se casan. "En Ucrania un cura casado tiene más credibilidad entre la gente que un célibe. Ofrece más garantías, porque da ejemplo no sólo a nivel personal, sino también familiar. A los curas célibes se les acepta con dificultades", explica Oleksandr.
En el seminario de Madrid hay ahora mismo varios seminaristas rumanos greco-católicos estudiando Teología. El arzobispado madrileño los acoge en su seminario, les paga la estancia, la manutención y los estudios, para que se formen adecuadamente en Teología y puedan volver a su país. Mientras están en el seminario, los seminaristas rumanos lo comparten todo con sus compañeros madrileños. Con una única diferencia: que ellos pueden tener novia y los madrileños, no. Es decir, para ellos, el celibato no es una obligación inherente al sacerdocio, sino un carisma que pueden elegir libremente.
Son muchos los curas, secularizados o no, que siguen ejerciendo el sacerdocio. El ejemplo más paradigmático es el de Julio Pinillos, un sacerdote casado con Emilia Robles, directora de Proconcil. Pérez defiende la libre opción del celibato, tiene hijas y pasó de cura obrero y de presidir la Federación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados, a trabajar en la enseñanza en un colegio de Vallecas y a ejercer su ministerio en distintas parroquias.
Pinillos explica que para una amplia representación de teólogos progresistas y de movimientos cristianos de base, el celibato impuesto por ley no tiene soporte en la Biblia, ni en la tradición, ni en la Teología. "Ese estado tampoco comporta una mayor madurez espiritual-afectiva, ni en un mejor servicio a la comunidad cristiana", asegura.
Pinillos sigue atendiendo a su comunidad de Vallecas, celebra la eucaristía y asiste a las reuniones de curas de su arciprestazgo e incluso a las reuniones de curas de la zona. En ellas, a veces, se topa con el cardenal Rouco, que conoce su actividad ministerial y la consiente. Eso sí, a escondidas, sin darle carta de naturaleza oficial.
El celibato en el catolicismo
Jesucristo nunca dijo que sus discípulos tenían que ser célibes. De hecho, Pedro, el "jefe" de los apóstoles estaba casado. En los primeros siglos de la Iglesia, los sacerdotes e, incluso, los obispos eran casados o solteros, indistintamente. El propio San Pablo sólo les pide a los obispos que "sean hombres de una sola mujer".
Durante los primeros siglos de la Iglesia el celibato no es, pues, obligatorio para los clérigos. A lo largo de más de un milenio hubo sacerdotes casados y célibes. En el siglo IV se exigió a los sacerdotes que se abstuviesen sexualmente la noche antes de celebrar la eucaristía. Cuando la Iglesia introdujo la misa diaria, el precepto de abstinencia se convirtió en obligación de continencia continua. La justificación fue la "pureza ritual": cualquier actividad o experiencia de placer sexual es incompatible con el contacto con el pan eucarístico.
Al no conseguir la imposición de la continencia sexual y ante el consiguiente fracaso de todas las sanciones al respecto, el segundo Concilio de Letrán, en el año 1139, promulgó la ley del celibato. "La ordenación sacerdotal se convierte en impedimento matrimonial", reza el canon VII de dicho concilio. La razón principal para promulgar esa norma fue de índole económica: los curas casados repartían la herencia entre sus hijos, empobreciendo así el patrimonio de sus diócesis y de la Iglesia.
A pesar de la promulgación de la ley del celibato, en el año 1500 la mayoría de los curas seguían manteniendo "relaciones parecidas al matrimonio". Hay que esperar al Concilio de Trento (mediados del siglo XVI) para que la disciplina eclesiástica del celibato se imponga, con excepciones. Por ejemplo, Pío IV pensó en dispensar del celibato a los sacerdotes alemanes a ruegos del emperador. Con altibajos, desde entonces el celibato se impuso en la Iglesia católica de rito latino. Porque, en la Iglesia católica de rito oriental rige el celibato opcional, así como en todas las demás confesiones cristianas: protestantismo, anglicanismo e Iglesia ortodoxa.
Carisma opcional
Una regla de vida y un regalo para la Iglesia". Así define el Papa el celibato. Un bien, un enorme bien, pero siempre que no sea impuesto. La Iglesia siempre ha considerado el celibato como un carisma. Pero a los sacerdotes latinos se les impone obligatoriamente como condición 'sine qua non' para poder ejercer su ministerio. Y, cuando un carisma se impone, se vacía de significación.
Por eso, muchos en la Iglesia (incluidos prestigiosos jerarcas, como el fallecido cardenal Martini) consideran que el celibato obligatorio es una rémora para la evangelización y para la autenticidad del clero, asÍ como un contrasigno y un freno a los derechos humanos. Y, 'si vox populi, vox Dei', el 75% de los fieles católicos es partidario de que pase a ser opcional.
Tanto en África como en Latinoamérica se puede constatar a simple vista la abolición práctica del celibato. Un carisma que no encaja en sus culturas, donde la paternidad es un don. Muchos curas tienen mujer e hijos. Y sus obispos lo saben perfectamente.
La propia Iglesia católica admite en su seno a decenas de curas anglicanos casados que se pasan al catolicismo y siguen ejerciendo el ministerio sacerdotal. Con evidente agravio comparativo para las decenas de miles de curas católicos que, por haberse casado, fueron obligados a abandonar el ministerio y reducidos al estado laical. Y, hasta tachados de "traidores".
Los curas católicos de rito oriental también pueden casarse. Antes, su presencia se circunscribía a los países del Este, pero ahora ya proliferan en España, a donde se desplazan siguiendo a sus fieles rumanos, búlgaros o ucranianos.
Doble rasero. Doble vara de medir e ingente desperdicio de recursos, para una institución que ya no puede cumplir con su obligación primordial: celebrar la eucaristía para sus fieles.
Los curas casados católicos son más de 100.000 en todo el mundo y unos 6.000 sólo en España. A pesar de que, según la doctrina católica, siguen siendo sacerdotes eternamente, porque el sacramento del orden imprime carácter, una vez que se casan, no pueden volver a ejercer como tales.
Sin razones teológicas de peso para apuntalar su obligatoriedad, el celibato sólo se justificaría por imperativo económico. Porque, como sostiene el sociólogo Lewis Coser, la Iglesia es una "institución voraz", que tiene que alimentarse de sus miembros y monopolizar su fidelidad para poder subsistir.
Con el celibato opcional, el sacerdote perdería poder sacral, dejaría de situarse por encima del laicado y le costaría menos ponerse a su servicio en igualdad de condiciones. Al mismo tiempo, compartiría la misma vida familiar de la mayoría de sus fieles y sufriría sus mismas penas y compartiría sus mismas alegrías. El cura como uno más, como un servidor de la comunidad.
RD