Tuesday, October 27, 2015

Padre Murad y sus hermanos; hombres libres en las cadenas

(©ANSA) MURAD SECUESTRADO: SE ENCUENTRA EN PRIMERA FILA (IZQ.), TIENE LA MANO APOYADA EN EL CUELLO


El prior de Mar Elian cuenta su experiencia en las manos de los yihadistas. Con rasgos que recuerdan las pasiones de los antiguos mártires y las experiencias de comunión que vivieron en los campos de concentración los cristianos de diferentes Iglesias. Y no se parece en nada a la impostura del «persecucionismo»

GIANNI VALENTEROMA

Él estaba celebrando la misa en el dormitorio subterráneo en donde lo tuvieron segregado con sus hermanos. Ahí recitaban cada día el Rosario, y confesaban el nombre de Cristo ante las preguntas de los yuhadistas del llamado Estado Islámico (Daesh), que los interrogaban insistentemente sobre su fe. Está llena de pasajes conmovedores y clasificadores la narración que ofreció sobre su prisión a la emisora árabe Noursat tv el padre Jacques Murad, el sacerdote y monje sirio que volvió a la libertad el pasado 11 de octubre, después de que hombres armados lo secuestraron el pasado 21 de mayo en el monasterio siro-católico de Mar Elian, en Qaryatayn, en donde era Prior. En sus palabras parecen revivir las narraciones de las pasiones de los primeros mártires cristianos. Que no tienen nada que ver con la impostura del «persecucionismo» islamofóbico que se extiende en muchos sitios y entre algunos grupos de activistas «especializados» en sufrimientos de los cristianos, con todo y «analistas de la persecución» y «persecution Magazine» Después su secuestro y de su colaborador Boutros, dijo el padre Jaques a la emisora árabe-cristiana con base en el Líbano, los dos fueron mantenidos durante algunos días en una localidad de las montañas, y después fueron deportados a Raqqa, el bastión sirio de los yihadistas del Daesh. Allí, los dos permanecieron 84 días prisioneros, con carceleros que los insultaban, pero que nunca los golpearon o usaron la violencia física contra ellos. En ese estado, explicó en su testimonio difundido en el Occidente por la Agencia Fides, el padre Jaques advertía el don de una inesperada paz interior: compartía los sufrimientos de todos los detenidos, y percibía esa condición, dolorosa, como un momento de penitencia y de conversión. «Incluso cuando fui deportado, con las manos amarradas y con los ojos vendados, me sorprendí repitiéndome a mí mismo: estoy yendo hacia la libertad. La prisión fue para mí como un nuevo nacimiento. A veces, las personas que entraban a la pidió me reían: ‘Si no te conviertes al Islam, te degollaremos’. Yo, la mayor parte de las veces me quedaba callado. Pero cuando seguían provocando, respondía: ‘Estoy seguro de que no me volveré musulmán’».El 11 de agosto, los milicianos de Daesh deportaron al sacerdote a una localidad cerca de Palmyra. El 5 de agosto, los yihadistas habían conquistado Quaryatayn, en donde tomaron como rehenes a casi 250 cristianos, y justamente estos pidieron poder volver a ver a «su» sacerdote». «Así, me condujeron a un túnel oscuro, después se abrió una puerta y ahí, con sorpresa, volví a encontrar a los cristianos de Qaryatayn, reunidos en un dormitorio subterráneo». Eran 11 varones adultos, más de 80 mujeres y los demás niños y niñas. Entre ellos también había ancianos, discapacitados y alguna mujer vieja y un niño enfermo de cáncer. «Cuando vengan los imanes», dijo el padre Jacques, «le suplicábamos que liberara a los enfermos, para permitirles ir a Damasco por las curas oncológicas. Pero la petición no fue escuchada, y al final la mejor anciana murió».El 31 de agosto, a los cristianos de Quaryatayn fue comunicada una disposición emitida por el califa Abu Bakr al-Baghdadi: debían elegir entre la conversión al Islam, la aniquilación física de los hombres y la reducción de las mujeres a la esclavitud, o la «gracia» de poder vivir en Qaryatayn bajo condiciones particulares firmando el llamado «contrato de tutela»: nada de campanas doblando, nada de cruces en las Iglesias, nada de procesiones, pago puntual de la Jizya, el impuesto de protección. Todos firmaron el contrato y volvieron a vivir a sus casas de Qaryatayn, en el territorio del llamado Estado Islámico.«En la vida cotidiana», dijo el padre Murad, «se interrogaba a menudo a los cristianos sobre su fe y sobre la doctrina cristiana. Los miembros de Daesh provocaban a menudo con preguntas y pidiendo explicaciones. Los cristianos no se convirtieron al Islam, a pesar de las presiones. Eran fieles a la oración del Rosario. Esta experiencia de prueba», indica el monje sirio, «fortaleció la fe de todos, y también la mía como sacerdote. Es como si hubiera nacido de nuevo. En el subterráneo celebrábamos misa los domingos, y se percibía un clima especial. Participábamos en la misa todos juntos, siro-ortodoxos y siro-católicos. Y lo más bello fue el día de la fiesta de Mar Elian, el 9 de septiembre, cuando después de la misa bauticé a tres hijos de familias siro-ortodoxas».El padre Murad forma parte de la comunidad monastica de Deir Mar Musa, fundada por el jesuita romano Paolo Dall’Oglio, que desapareció en el norte de Siria el 29 de julio de 2013, mientras se encontraba en la ciudad de Raqqa.

Vatican Insider

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