Wednesday, January 06, 2016

El Papa en la Epifanía: "Como la luna es la Iglesia. No brilla con su propia luz, sino con la de Cristo". Video y homilía completa



"Anunciar el Evangelio de Cristo no es una profesión" ni "hacer proselitismo"


"Los Magos son testigos vivos de que las semillas de Verdad están presentes en todas partes"


(José M. Vidal).- Solemne misa de la Epifanía en la basílica de San Pedro. El Papa Francisco, en la homilía, explica el "mysterium lunae" de la Iglesia que, en palabras de San Ambrosio, significa que, "como la luna no brilla con luz propia sino con la de Cristo". Señala que los "Magos son testimonios de que hay semillas de Verdad en todas partes" y advierte que anunciar el Evangelio "no es una profesión".
Primera lectura, en inglés, del profeta Isaías. La segunda lectura de San Pablo a los Efesios, en español. El Evangelio de Mateo, cantado en latín: "Vimos su estrella en Oriente y venimos a adorarlo".
Algunas frases de la homilía del Papa
"Isaías llama a salir de nuestras cerrazones"
"Tu luz es la gloria del Señor"
"La Iglesia no luce con luz propia"
"Lo recuerda San Ambrosio: 'Como la luna es la Iglesia. Brilla no con su propia luz, sino con la de Cristo'"
"En la medida en que la Iglesia se deja iluminar por Él, es capaz de iluminar la vida de las personas y de los pueblos"
"El misteryum lunae"
"Anunciar el Evangelio de Cristo no es una profesión"
"Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo. Ser misionera equivale a expresar su propia naturaleza: ser iluminada por Dios y reflejar su luz"
"NO hay otro camino"
"La misión es su vocación. Reflejar la luz de Cristo es su servicio"
"¡Cuántas personas esperan de nosotros esta actitud misionera, porque necesitan reconocer el rostro del Padre!"
"Los Magos son testigos vivos de que las semillas de verdad están presentes en todas partes"
"Los Magos representan a los hombres de todas partes de la tierra que se acercan a la casa de Dios"
"Ante Jesús, no hay división de raza, lengua o cultura"
"En el Niño toda la humanidad encuentra su unidad"
"Hacer emerger el deseo de Cristo que cada persona lleva en sí"
"Los Magos siguieron una estrella nueva, que, para ellos, brillaba más"
"La luz apareció. Aquella estrella les cambió y se pusieron en camino"
"Hoy nos hará bien repetir la pregunta de los Magos: ¿Dónde está el que ha nacido?"
"Ponernos en busca de los signos que Dios ofrece"
"Interpelados para ir a Belén y encontrar el Niño y su madre"
"Sigamos la luz que Dios nos ofrece. Pequeñita"
"La luz que emana del rostro de Cristo, lleno de misericordia"
"Presentémosle nuestros dones. Libertad, inteligencia y amor"
"En la sencillez de Belén encuentra su síntesis la vida de la Iglesia"
Texto completo de la Homilía del Papa Francisco:
Las palabras que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén nos invitan a salir; a salir de nuestras clausuras, a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que ilumina nuestras vidas: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (60,1). «Tu luz» es la gloria del Señor. La Iglesia no puede pretender brillar con luz propia. San Ambrosio nos lo recuerda con una hermosa expresión, aplicando a la Iglesia la imagen de la luna: «La Iglesia es verdaderamente como la luna: [...] no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: "Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí"» (Hexameron, IV, 8, 32). Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos. Por eso, los santos Padres veían a la Iglesia como el «mysterium lunae».
Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión. Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza: dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. No hay otro camino. La misión es su vocación. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre.
Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel. Los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad.
Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas y, al final, la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz; y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.


Todo esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: « ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da. La luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. Reconozcamos que la verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas y guía a los pueblos por el camino de la paz.

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