Sunday, September 09, 2018

Jesús abre nuestros oídos para que podamos escuchar por Gabriel Javier Pérez Montoya sj



Al volver Jesús de la región de Tiro, pasó por Sidón y se fue al lago de Galilea en pleno territorio de la Decápolis. Allí le presentaron un sordo y tartamudo y le pidieron que le impusiera las manos.


Jesús lo apartó de la gente. A solas con él le metió los dedos en los oídos, y con el dedo untado en saliva le tocó la lengua; y mirando al cielo suspiró y le dijo: “Effetá” (que quiere decir “Ábrete”). Inmediatamente se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad. Entonces les mandó que no se lo dijeran a nadie. Pero mientras más les mandaba, más lo pregonaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “¡Todo lo ha hecho bien! ¡Hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos!” (Marcos 7, 31-37).
El Evangelio nos presenta hoy un milagro que, como todos los obrados por Jesús, contiene un significado que va más allá de la curación de una enfermedad. Meditemos sobre su sentido trascendente, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo [Isaías 35, 4-7; Salmo 146 (145); Carta de Santiago 2, 1-5].
1.- Jesús nos invita a apartarnos del bullicio para que seamos trasformados por Él
Lo primero que resalta en el relato es cómo Jesús, ante la petición que le hacen para que sane a aquel hombre sordo y tartamudo, lo aparta de la gente. Al destacar este detalle, el evangelista quiere decirnos que necesitamos espacios y momentos de silencio interior para que el Señor, en un encuentro “a solas” con Él que viene “en persona”, como dice la profecía de Isaías (35, 4-7), nos disponga para escuchar su mensaje y nos capacite para proclamarlo.
Qué difícil es escuchar, sobre todo en medio del ruido ensordecedor del ajetreo cotidiano, y más todavía en el de las grandes ciudades, cuyo ritmo acelerado impide encontrar espacios o momentos de silencio y retiro para oír la voz del Señor que nos habla de múltiples formas, muchas veces desapercibidas por nosotros. Por eso es necesario un esfuerzo constante para buscar y hallar esos espacios o momentos en los cuales podamos percibir lo que Dios nos dice y disponernos así también a escuchar a las personas que nos rodean, especialmente a las más necesitadas.
Y éstas son precisamente las que no encuentran quién las escuche y se comunique con ellas a causa de su pobreza o sus limitaciones. Tales personas deben ser atendidas rechazando toda forma de discriminación como lo dice la palabra de Dios en la Carta de Santiago (2, 1-5).
2.- Jesús abre nuestros oídos para que podamos escuchar
Todos necesitamos que Dios mismo abra nuestras mentes y nuestros corazones, nuestros oídos interiores, para poder escucharlo. El gesto de la imposición de las manos, realizado por Jesús al obrar el milagro, significa la comunicación del Espíritu Santo, que nos hace posible oír, comprender, acoger y poner en práctica lo que Dios nos dice.
En el caso de las familias, por ejemplo, es necesario que el Señor abra los oídos de todos sus integrantes para que se escuchen unos a otros, en un ambiente de diálogo que haga posible la relación armónica del esposo con la esposa, de éstos con sus hijos e hijas, de los hermanos y hermanas entre sí. Y en el ámbito del trabajo, o en cualquier otra circunstancia, también es preciso que Jesús nos disponga a una auténtica comunicación, que, como condición necesaria para la convivencia en paz, supone y exige la disposición de cada persona a escuchar a las demás, haciendo silencio en su interior para dejarse interpelar por el otro.
3.- Jesús destraba nuestra lengua para que podamos hablar
Jesús no solamente abre los oídos de quienes se dejan transformar por Él, sino también les hace posible hablar. La Palabra de Dios que escuchamos no podemos dejarla sólo para nosotros mismos; debemos comunicarla a nuestro alrededor, dando así testimonio de lo que el Señor ha obrado en cada uno de nosotros. Él quiere comunicarnos su Espíritu, no sólo para abrir nuestros sentidos y nuestras mentes de modo que podamos percibir y comprender sus enseñanzas, sino además para que nos movamos a compartirlas ponerlas en práctica, empezando por la atención a los más necesitados.
Es preciso, pues, que nos animemos a hablar de Dios. Pero “hablar de Dios” no es andar echando sermones aburridos, sino expresando con nuestra alegría y nuestro testimonio constructivo, que Aquél que “todo lo hizo bien” sigue actuando a través de nuestra disposición efectiva a colaborar con Él para hacer cada vez más de este mundo un lugar donde se escuche y se proclame a Dios, que es Amor y que se manifestó personalmente en la acción compasiva Jesús.

*Hoy 9 de septiembre comienza en Colombia este año la Semana por la Paz

Este domingo coincide con la conmemoración de san Pedro Claver (1580 - 1654), quien dedicó su vida de sacerdote jesuita en Cartagena de Indias al servicio de los esclavos provenientes del África que venían en los barcos negreros padeciendo las peores condiciones infrahumanas. Cuentan sus biógrafos que él -de acuerdo con lo que dice la carta de Santiago (2,1-5)- atendía pastoralmente a estos esclavos en primer lugar, antes de hacerlo con los ricos y poderosos de dicha ciudad, caracterizada por la alta discriminación social. Murió un 8 de septiembre, día en que se celebra la Natividad de la Santísima Virgen María.
Pedro Claver, además de haber sido canonizado en 1888 por León XIII -el Papa que escribió la primera encíclica social y en ella proclamó los derechos de los trabajadores-, fue reconocido como “Defensor de los Derechos Humanos” en la Ley 95 de 1985 de la República de Colombia, en la cual se declaró el 9 de septiembre precisamente como Día de los Derechos Humanos. Desde entonces se viene celebrando cada año en este país la “Semana por la Paz”, dentro de la que corresponde a esta fecha, cuando la Iglesia católica conmemora a san Pedro Claver. La convocan la Conferencia Episcopal de Colombia, la Compañía de Jesús desde su “Programa por la Paz” y actualmente también más de cien organizaciones. Su símbolo es la guacamaya, ave típica suramericana que contiene en su plumaje todos los colores y por ello nos remite al reconocimiento de la pluralidad y la diversidad, no sólo de las razas y culturas, sino también de las distintas condiciones y formas de pensar, en el marco de la construcción conjunta de una sociedad en la que quepamos todos. En este mismo sentido, el lema para la Semana por la Paz de este año 2018 es: “Hay vida, hay esperanza, sigamos coloreando la paz”.

Jesuitas de Colombia

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