Wednesday, February 24, 2016

México; cinco imágenes para un viaje por ANDREA TORNIELLI



Mirar a María, Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella. Inclinarse sobre su pueblo, al que esa imagen mestiza custodia en su regazo, preocupándose por todos, pero sobre todo por los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, las víctimas de la pobreza y de la violencia. Sacar del Evangelio la fuerza de la profecía para saber de qué parte estar frente a las plagas de la explotación, del narcotráfico, del poder que mantiene el statu quo, de la indiferencia frente al drama de los migrantes, del colonialismo que quisiera imponer nuevos modelos de familia. El viaje a México de Papa Francisco fue un crescendo que culminó, el último día en Ciudad Juárez con la oración en la línea fronteriza que tantas personas sueñan poder atravesar y en la que miles de personas han encontrado la muerte.

 
En el corazón de la fe

Lo había dicho el mismo Papa Bergoglio: el viaje a México era para él principalmente la posibilidad de rezar frente a la Virgen de Guadalupe, la Virgen a la que veinte millones de personas cada año visitan, su regazo, el hogar, la «casita» de todos los mexicanos (y latinoamericanos). Con ella, Francisco, primer Papa del continente, quiso detenerse para mirarla y dejarse mirar, para hablar como un hijo con la madre. La imagen del Pontífice sentado en el camarín, la pequeña habitación en la que es posible contemplar desde cerca la imagen que se formó misteriosamente en la tila del indio Juan Diego, es el ícono del viaje. La fe es cuestión de miradas, de ver y de tocar. Es la mirada de María sobre un Papa que reconoce hasta el fondo el «olfato» infalible del santo pueblo de Dios y que saca de esa mirada la fuerza de la ternura hacia las llagas de este pueblo. Llagas que hay que tocar, para poder tocar la «carne de Cristo».

Obispos pastores, no funcionarios o miembros de una élite

Tal vez Papa Francisco dedico el discurso más personal del viaje a sus hermanos obispos. Justamente partiendo de la mirada de la Virgen de Guadalupe, regazo del pueblo mexicano, pudo invitar a los pastores de la Iglesia de México a esa «conversión pastoral» que es el centro de su Pontificado. No son los acuerdos con los poderosos de la tierra, los apoyos del gobierno ni la ayuda económica de los magnates católicos lo que refuerza a la Iglesia. No son los «clubs» o las confortarías lo que la garantizan. «En sus miradas —dijo Francisco a los obispos— el pueblo mexicano tiene el derecho de encontrar las huelas de aquellos que ‘han visto al Señor’. Esto es lo esencial». Solamente «una Iglesia capaz de proteger el rostro de los hombres que van a tocar a su puerta es capaz de hablarles de Dios. Su no desciframos sus sufrimientos, si no nos damos cuenta de sus necesidades, no podremos ofrecer nada. La riqueza que tenemos fluye solamente cuando encontramos la poquedad de aquellos que mendigan y, precisamente, tal encuentro se realiza en nuestro corazón de Pastores».

El abrazo con los indígenas
 
El resto de los viajes fue la confirmación de estas primeras imágenes. La bellísima jornada chiapaneca, en San Cristóbal y en Tuxtla Gutiérrez, dejó testimonio de la cercanía de Francisco a las poblaciones indígenas, no solo con la petición de perdón por todo lo que han debido soportar tanto en el pasado como en el presente, sino también con la consciencia de la importancia del aporte de sus culturas en un tiempo en el que la tierra es explotada salvajemente y en la que los ancianos son descartados. Es el criterio supremo de la «salus animarum», de la salvación de las almas, lo que impulsó al Papa a volver a aprobar las ordenaciones de los diáconos permanentes en las diócesis  de San Cristóbal de las Casas después de 14 años de prohibición, así como la autorización para usar misales en las lenguas indígenas más importantes. La Virgen de Guadalupe eligió a un humilde indio para manifestarse, y a él entregó la imagen mariana más venerada del mundo.

Amigos y no sicarios

En el estadio de Morelia el Papa habló a los jóvenes, la verdadera riqueza de México. A ellos propuso y ofreció testimonio de la amistad de Jesús, que «nos llama amigos» y que «nunca nos invitaría a ser sicarios o nos mandaría a morir». Es gracias a Él que «cada vez podemos volver a empezar desde el principio, es gracias a Él que podemos tener la valentía para decir: no es cierto que el único modo de vivir, de ser jóvenes, sea dejar la vida en manos del narcotráfico o de todos los que lo único que hacen es sembrar muerte y destrucción. Es gracias a Él que podemos decir: no es cierto que el único modo de ser jóvenes aquí sea la pobreza y la marginación».

 
Mirada más allá de la frontera

Fue la última e intensa mirada del viaje. Más allá de la frontera entre México y Estados Unidos. El Papa no estaba haciendo el político, no se ocupa de las leyes sobre la inmigración. Para él el drama, la tragedia de los migrantes no son los números, las estadísticas, cifras, gastos. Son rostros e historias de mujeres, niños, ancianos y hombres. Historias y rostros de vidas destrozadas en la frontera, en muchas fronteras. La imagen del Papa sobre una plataforma coronada por una enorme Cruz negra, a pocos metros del Río Bravo y de la valla metálica que separa Ciudad Juárez de El Paso, en una de las fronteras más militarizadas del mundo, es un testimonio y una advertencia que tienen que ver no solo con la carne de los migrantes víctimas de los traficantes de hombres en México y en Estados Unidos, o con las absurdas propuestas de un candidato a la Casa Blanca como Donlad Trump, que propone kilómetros de muro y deportaciones de millones de migrantes ilegales. El testimonio y la advertencia del Papa también tienen que ver con Europa en una crisis de amnesia en relación con los valores de su fundación, porque está demasiado enferma de auto-referencialidad, de nacionalismos, de líderes solo «palabras y distintivo», de cristianismo transformado en ideología por todos los que, olvidando que también el Hijo de Dios fue un migrante refugiado, sueñan o ya están levantando nuevos muros.

Vatican Insider

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