Friday, April 14, 2017

Informe: ¿Quién mató verdaderamente a Jesucristo? por José Manuel Vidal


"A Jesús se le condena a la cruz, la pena que se aplicaba a los subversivos"


Fue sometido a un doble proceso: uno religioso, antes las autoridades judías y otro político, ante las romanas


(José Manuel Vidal).- ¿Quién mató verdaderamente a Jesucristo? Un interrogante que ha atravesado la Historia de Occidente y, según algunos, desembocó en el Holocausto. Una pregunta a la que tratamos de responder con el siguiente informe:

1 ¿POR QUÉ ACUSAN A JESUS?
Se llamaba Jesús de Nazaret. Perteneció a una familia judía sin relieve social, en una aldea de pocos habitantes y recursos donde todos se conocían por nombre y apodo.
Trabajó, como su padre, de chapuzas, y un día lo abandonó todo para predicar el Reino de los Cielos. Fue un rebelde. Un inconformista. Un revolucionario. Viajó y predicó por todo su país.
Se rodeó de pobres, prostitutas y marginados. Y asustó al poder establecido. Y se creó muchos enemigos. Y muy poderosos
Su comportamiento, prédicas, amistades y modos de vida resultaron irritantes para quienes tenían fuerza y poder. Un escándalo. Ni su propia familia le entiende, y lo toma por loco.
Jesús vive en un ambiente tenso y rodeado de conflictos, pero el que termina costándole la vida es el que le enfrenta a las autoridades judías de su tiempo. Y es que, como todo profeta, además de anunciar el Reino, denuncia las injusticias.
Hay un evidente choque de intereses entre las autoridades religiosas judías y Jesús, que termina haciéndolos enemigos a causa de la ley, del templo y del dinero.
Los fariseos entienden la Ley de Moisés como el único medio de alcanzar la salvación. Para Jesús, «el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado».


El Templo de Jerusalén era la institución más importante de Israel. Representaba la fuente de ingresos más importante de la ciudad y de él vivían la aristocracia sacerdotal, los clérigos y una multitud de empleados de distintas categorías. Un auténtico emporio económico y símbolo sagrado, que recibía las ofrendas y los sacrificios de todos los israelitas. Jesús lo atacó directamente expulsando con un látigo a los vendedores. Para él, el templo es «casa de oración» y no plaza de abastos. Desde ese momento deciden acabar con él.
Y, por último, Jesús se hace enemigos por su crítica constante y mordaz al dinero y a la riqueza. Para el Nazareno, el dinero no es compatible con Dios. «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt. 6, 24). Además, no sólo predica la pobreza. Es pobre y vive como un pobre.
En definitiva, la doctrina que Jesús predica y vive se distancia tanto de la interpretación tradicional de los jefes legítimos (sacerdotes) y de los maestros espirituales (fariseos) que no sólo resulta «blasfema», sino que dinamita las bases mismas del poder político-religioso. Pone el sistema patas arriba.
Las autoridades judías no se quedaron de brazos cruzados. Lo despreciaron, lo calumniaron, lo tacharon de «comilón, borracho, perturbado mental, embaucador» y lo persiguieron. Y buscaron la manera de quitarse de en medio al profeta de Galilea como fuese.
Jesús lo sabía. Sabía que corría peligro y, de hecho, tomó precauciones. Pero uno de los suyos estaba decidido a traicionarlo. Judas, decepcionado porque Jesús no se comportó como un Mesías político para liberar al pueblo judío del yugo romano, le entregó con un beso. Por el precio que se pagaba por un esclavo: 30 denarios de plata.


2 EL JUICIO, PURA COMEDIA
Antes de comenzar el proceso contra Jesús, la sentencia ya estaba dada. Jesús fue sometido a un doble proceso: uno religioso, antes las autoridades judías y otro político, ante las romanas.
Arrestado en el Huerto de los Olivos, Jesús es conducido al palacio del Sumo Sacerdote. Se abre la acusación con la declaración de los testigos comprados, que se contradicen entre sí.
Entonces se levanta Caifás y le hace la pregunta clave: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?». Y Jesús responde: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Padre y venir entre las nubes del cielo». Los sanedritas vociferan con los puños en alto y se rasgan las túnicas ante tamaña blasfemia: «¡Reo es de muerte!».
Una vez condenado a muerte, la ejecución de la sentencia incumbía a los romanos, porque sólo ellos tenían el ius gladi, la facultad de dictar pena de muerte. El proceso político ante el gobernador Poncio Pilato busca ratificar la decisión del Sanedrín.
Para conseguirlo, las autoridades judías transforman la acusación religiosa de blasfemia en difamaciones de orden político. Le acusan de ser un libertador político (Mesías) y de predicar la subversión.
Pilato, un hombre cruel y ambicioso, comete un gran error judicial y condena a Jesús como subversivo político. La muerte de Jesús fue un asesinato, decretado por el poder imperial. Por mucho que se haya lavado las manos, Pilato es el máximo responsable jurídico de la sentencia. Sin su aprobación, la decisión del Sanedrín no hubiera tenido validez.


3 LA SENTENCIA: MUERTE EN LA CRUZ
A Jesús se le condena a la pena que se aplicaba a los subversivos. La cruz, como dice Cicerón, es «el más bárbaro y terrible de los castigos». No era esbelta, como se ve en las imágenes piadosas. Era más bien corta. Los pies del ajusticiado quedaban a muy poca distancia del suelo.
Entre las piernas tenía el madero una especie de saliente para sostener el cuerpo, que quedaba así medio sentado. Se trataba con esto de evitar el desplome del reo hacia abajo.
No por piedad precisamente, sino para prolongar lo más posible el tormento. Muchos crucificados permanecían días enteros agonizando, rodeados de aves de rapiña. Las leyes romanas preveían la forma de acelerar la muerte: fracturando los huesos de las piernas a golpes.
El desgarramiento que se producía en todo el cuerpo provocaba la asfixia final. Jesús murió muy pronto y no le tuvieron que romper las piernas. El lanzazo del soldado era una forma de asegurarse que el reo estaba realmente muerto. Como el tiro de gracia.
Pero, además según la costumbre romana, los condenados a morir crucificados eran primeramente flagelados sin misericordia y, después, debían llevar a cuestas el travesaño de la cruz hasta el lugar de la ejecución, donde ya se encuentra el madero vertical.


La crucifixión era, junto con la hoguera y las fieras, un tipo penal de «muerte agravada». Los delitos que la conllevaban eran muy pocos: magia con resultado de muerte, parricidio, incendio de templos y, sobre todo, laesa maiestas populi romani, es decir delito contra la seguridad del Estado.
En tiempos de paz, la mors aggravata fue aplicada en contadas ocasiones a ciudadanos libres, hasta el punto de que los organizadores de espectáculos circenses andaban angustiosamente escasos de carnaza humana para sus fieras.
Jesús permaneció en la cruz desde mediodía hasta las tres de la tarde. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», fueron sus últimas palabras. El llamado Hijo de Dios murió en la oscuridad de una crisis de fe.
Ni el velo del Templo se rasgó ni hubo terremotos ni se oscureció el sol. Son imágenes evangélicas de la teofanía o manifestación divina. Cada vez que Dios se presenta, la Tierra tiembla.
No se sabe con certeza cuánto tiempo dura la pasión. Según unos evangelistas, desde que Jesús fue detenido hasta que fue clavado en la cruz pasaron 24 horas; según otros, varios días. Incluso hay autores que defienden que todo el proceso pudo durar varios meses.
Tampoco se sabe qué día ni a qué hora fue crucificado. Según Juan, el 14 de Nisán, el día antes de la fiesta de la Pascua. Por el contrario, Mateo, Marcos y Lucas sostienen que fue crucificado el viernes 15 de Nisán.
Igualmente, se desconoce el año de la crucifixión de Jesús o qué edad tenía el profeta a la hora de la muerte, que podía variar entre los 25 y los 32 años.


4 ¿UN PUEBLO DEICIDA?
¿Quiénes mataron a Jesús, los judíos o los romanos? Ya en el año 50 después de Cristo, el primer documento cristiano escrito, la primera epístola a los Tesalonicenses, habla de «los judíos que mataron al Señor Jesús». Y los cuatro Evangelios rezuman antijudaísmo. El cristianismo que comienza siendo una secta del judaísmo, termina separándose de él.
Aquí nace el antisemitismo cristiano y el anticristianismo judío, que llega a presentar a Jesús como el hijo ilegítimo de una prostituta y un legionario romano. Desde entonces, recae sobre los hombros de los judíos el peso del proceso, la tortura y la condena a muerte de cruz del gran inocente de la historia. Desde entonces, cada viernes santo, los católicos rezaban a Dios «por los pérfidos judíos», a los que se calificaba de «asesinos de Dios».
Algunos sostienen que esta visión que se inocula durante siglos conduce al Holocausto. No en vano, el nazismo y la persecución de los judíos tuvo lugar en una sociedad y en una cultura fundamentalmente cristianas.
En 1962, Juan XXIII pidió perdón a los judíos en nombre de todos los cristianos, se retiró de la liturgia la alusión a los «pérfidos judíos» y, tanto Pablo VI como Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco visitaron Tierra Santa y hablaron de los judíos como de «nuestros hermanos mayores en la fe».
RD

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