Cuenta Iñigo Domínguez en El Correo que la segunda encíclica de Benedicto XVI en dos años y medio de pontificado, 'Spe Salvi' (salvados en la esperanza), es un tratado sobre la esperanza con fines medicinales.
El Papa cree que tanto los creyentes como el mundo en general necesitan recuperar la confianza en el futuro tras el fracaso de las ideologías del siglo XX basadas en la razón y el progreso. Ratzinger, naturalmente, propone la receta católica. Su receta, redactada a su estilo, confrontándose con la filosofía.
Aunque la encíclica es una carta dirigida a los fieles, la entiende como un diálogo con la sociedad actual. Con los no creyentes para ver si los convence, y con los creyentes como personas asediadas por las dudas de la razón.
Hoy se da la coincidencia, no descontada, de que el Papa sea uno de los mayores intelectuales católicos, y él mismo no habla con la autoridad del iluminado, por ser el Papa, sino como alguien que ha estudiado la cuestión. La lectura de sus textos es estimulante, con puntos fuertes y débiles que los críticos analizarán desde ahora.
La encíclica presenta dos obstáculos, uno al principio y otro al final de cada argumentación. El primero es evidentemente cultural. El texto no es para cualquiera. Son 74 páginas densas, con citas y etimologías, pues para Ratzinger la fe adulta, madurada, exige razonamiento y debate. Cita a Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Adorno, Kant, Bacon y Dostoievski.
El segundo obstáculo llega cuando, a los argumentos lógicos, añade las conclusiones de fe y hay que creérselo o no creérselo para seguirle. Es lo que pasa cuando habla del Juicio Final, el infierno y el purgatorio, conceptos que redibuja para la Iglesia. Para él la fe es una conclusión razonada. Ante el primer obstáculo pide el esfuerzo del conocimiento. En el segundo, disposición a la fe.
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