Thursday, August 09, 2018

No, no es un ‘papá muy involucrado’, simplemente es un papá por Kevin Noble


Ayumi Takahashi


Soy fanático de los reencuentros dramáticos. Me encantan las historias de hermanos que se reúnen y devoro videos de perros que saludan a los soldados que vuelven a casa, pero siento que protagonizo mi propio “espectáculo” de lunes a viernes. Cuando recojo a mi hija de tres años en el preescolar, se me abalanza como si fuese un plato de galletas de queso. Presenciar su alegría al verme es la mejor sensación del mundo. Desde el otro lado de la habitación, se abre paso olímpicamente, esquiva obstáculos y salta con garrocha hasta mis brazos estirados.

“¡Mami!”, grita abrazando mi cuello antes de pedirme comida. “Mami, ¿tienes algo de comer?”. Mi pareja, su “mamá”, que es mujer, no está ahí. Cuando mi hija dice “mami”, se refiere a mí, a su padre.

Cuando se lo conté a mi pareja se rio. Ninguno de los dos corrigió a nuestra hija. Asumimos que era parte de su desarrollo del lenguaje. Luego fue más lejos cuando anunció que tenía dos mamás, para diversión de las madres lesbianas de la escuela.

Soy profesor de derecho familiar, así que mi trabajo consiste en analizar este tipo de ocurrencias como parte de un tema más extenso. El ámbito académico es una empresa discursiva. En este caso, me intriga la selección que hacen los niños de los nombres para sus padres y sus posibles significados.

El sobrino de 10 años de mi vecino llama a su padre “Cariño” y en alguna ocasión leí un libro en el que los hijos del patriarca le llamaban “Día”. Los abuelos pueden escoger su nombre, igual que los padrastros. De cualquier modo, los milénials están coronando a sus hijos como Nutella o Audi, así que ¿por qué no acoger esta moda de los nombres creativos en mi casa?

Cuando nuestro otro hijo de 5 años comenzó a hablar, llamaba a sus dos padres “Mamá”. Es probable que para él haya significado “persona grande”, porque en una ocasión llamó “Mamá” a nuestro vecino, un hombre sureño de 60 años. En aquella época, me parecía gracioso, pero me preocupaba un poco que este bebé estuviera confiriéndole a cualquiera que lo tomara en brazos la calidad de madre (a mi pareja no le preocupó en absoluto). Traté de hacerlo decir “Papá”, pero era demasiado esfuerzo. Se quedó en “Mimi”.

Nunca me emocionó demasiado el nombre de “papá”, que en la cultura estadounidense es alguien que cuenta chistes malos y usa calcetines con sandalias. Suele ser el amo de las parrilladas y el rey del hágalo usted mismo. Es el mejor de los “buenos muchachos”, pero cuando se trata de crianza, “mamá” es la que hace las citas, compra la ropa y organiza las reuniones para jugar. Esta es la división de tareas de la mayoría de las parejas heterosexuales: las mamás hacen más.

Cuando me mudé con mi pareja, hablamos de roles de género. Yo quería hacerme cargo (al menos desde mi perspectiva, pero los estudios demuestran que los hombres sobrestiman estas cosas) del “segundo turno” del manejo del hogar que casi siempre recae en las mujeres trabajadoras. Cuando era más joven, vi con buenos ojos la subversión de género en películas como Kramer vs. KramerMr. Mom Mrs. Doubtfire. Como adulto sigo tratando de hacer más.

Hay un libro para niños, publicado en 1953, titulado Daddies. “¿Qué hacen los papis todo el día afuera?”, empieza la rima, “Los papis trabajan mientras los niños juegan”. En las imágenes, el padre trabaja y gana dinero fuera de casa: en una construcción, en la oficina, en una fábrica, en una mina, en una tienda. La vida doméstica llega al final de día cuando papi regresa a casa para cenar. Se sienta en su silla, enciende un puro y disfruta en presencia de su esposa, de los niños y las mascotas. El trabajo principal del papá es económico.

Podrías pensar que las cosas han cambiado desde los años cincuenta, pero la gente sigue esperando y deseando que los hombres ganen más (y hagan menos) que las mujeres. Cuando un hombre realmente hace más que ser el proveedor, con mucha frecuencia casi le dan el Premio Nobel por hacer cosas que las madres hacen de forma rutinaria sin recibir elogio alguno. “Está muy involucrado”, se dice cuando, para la sorpresa del mundo, un papá se sale de su rol de género empacando el almuerzo o uniéndose a las asociaciones escolares de padres de familia. Involucrado es la palabra usada cuando se hace el asombroso descubrimiento de que los hombres también son capaces de criar. Una vez un extraño me elogió (“¡Lo que haces es increíble!”) por llevar a mi hijo a cenar.

En mi clase de derecho familiar hablo de un caso de custodia de Maryland de 1830 que describe a las madres como “la cuidadora más delicada y segura de la infancia”. En aquella época, las mujeres carecían de derechos para sí y respecto a sus hijos, pero la corte no quiso “acusar a la naturaleza de desacato y arrancar a los niños indefensos del seno de su cariñosa madre y colocarlos en las manos rudas del padre”.

Yo, con manos callosas, pasé bastante tiempo con mis hijos cuando eran pequeños. Como académico, agradecí los veranos largos y los permisos de paternidad estilo Suecia aún más largos. Llevé a mis hijos a los lugares acostumbrados, como parques y zoológicos, pero también asistimos a lugares como clases de yoga “Para mamá y para mí” y de natación para bebés. Aprendí rápidamente que el mundo diurno del cuidado de los hijos, incluso en Nueva York, está habitado casi de forma exclusiva, por madres, niñeras, niñas y niños.

Cuando llevé a mi hija más pequeña a su revisión de los seis meses, el médico alabó su progreso saludable y exclamó con inocencia: “¡Vaya! ¿Subió un kilo en un mes? ¿Cómo hizo tu esposa para lograrlo?”.

En ese momento, yo era solo un emisario de la nave nodriza, literalmente, enviado a la oficina del pediatra. No importaba lo involucrado que estuviera ni la cantidad de biberones que le daba ni que era mimi/mamá/mami, debía haber una directora simbólica que delegara todas las tareas.

Le presenté a un colega académico el tema de las innovaciones en la nomenclatura utilizadas por mis hijos y me dijo que “la dialéctica mimi/mami es un espacio de transición para interpelar y/o repudiar los binarios de género paternales hegemónicos”.

Pensé en este trabalenguas de lenguaje especializado durante mucho tiempo y sigo pensando en él. Al igual que muchos hombres modernos, quiero que me tomen en serio como padre por derecho propio, sin importar cómo decidan llamarme mis hijos.

Pienso en todos los demás padres —los solteros, los amos de casa, los homosexuales e incluso los que son estilo “papá”— que hacen más que proveer el sustento y “hacer de niñeros”: estamos solicitando una entrevista para el “trabajo más difícil del mundo”, con esperanzas de que nos dejen entrar.

Kevin Noble Maillard, profesor de derecho de la Universidad de Syracuse, está escribiendo un libro sobre la paternidad moderna en Estados Unidos.

New York Times

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