Ha muerto un referente religioso de nuestros días. El obispo emérito de São Félix do Araguaia ha fallecido en Brasil a los 92 años. Aunque ya avisaba su larga enfermedad de Párkinson, el final llegó el 8 de Agosto de 2020. A Pedro Casaldáliga le acompañan las causas que dieron sentido a su vida: Dios, los pobres, la tierra, los indígenas, los mártires… También su amplia obra poética y sus hermanos de la congregación a la que él pertenecía, los Misioneros Claretianos.
Era un religioso de una vida de oración muy profunda, de donde nace su ofrenda apostólica con la gente marginada. Un hombre insobornable, comprometido con el Evangelio. Y los suyos, su gente, han sido siempre los que nada pueden, los que no cuentan. Los que mueren-matados tantas veces antes de tiempo. Este obispo descalzo y sin mitra, con el corazón lleno de nombres, nunca dejó de apoyar a todos los que hoy más le cantan, y que no dejarán que sus versos sean un futuro imposible.
Pedro Casaldáliga nació a orillas del Llobregat, en una lechería de Balsanery en 1.928, en el seno de una familia católica. La Guerra Civil española le cogió en zona republicana, por lo que desde sus ocho años y hasta los once, el tiempo que duró la guerra, se confesaba en los establos y galerías, y ayudaba en Misa a eucaristías de catacumba. Algunas veces tuvo que encubrir ante los milicianos el paradero de las monjitas de sus primeros años de escuela, o dar escondite a los desertores. Finalizada la guerra, le hizo saber a sus padres su deseo de ser sacerdote. Al año siguiente entró al seminario de Vic y entre conversaciones con sus superiores y visitas al sepulcro de San Antonio María Claret, llega a escribir en su diario que “se me despertó la vertiente última de mi vocación sacerdotal”. Sería misionero.
De sus años de formación, “podría decir lo que ya tantos otros han dicho”, pero el joven Pedro Casaldáliga ya sentía que el celo le abrasaba. Dicho con sus propias palabras “la definición que del Misionero Claretiano nos legara el Fundador pedía eso, un hombre que arde en caridad, que abrasa por donde pasa…”.
Sus primeros 16 años de claretiano en España
Sabadell, durante seis años y Barcelona durante los tres siguientes supusieron un contacto con la realidad social española que fue determinante a la hora de modelar su estilo y la esencia de su ministerio sacerdotal. Alternó el mundo obrero con los Cursillos de Cristiandad, con la vida en comunidad, con clases en la escuela y horas en el confesionario. También como director de la Juventud Claretiana, donde atendía a los ‘descartados’ -como hoy diría el papa Francisco- por culpa del vicio, del dolor, de las migraciones o de la falta de trabajo. Y en medio de todo esto, es llamado para implantar los Cursillos en Guinea, “en la parte que aún era española”. A su regreso, escribió: “Ya llevaba para siempre en el corazón, confusamente, como un feto, África, el Tercer Mundo, Los Pobres de la Tierra y esa nueva Iglesia –La Iglesia de los pobres– que diríamos a partir del Concilio”.
A los 33 años, coincidiendo con el inicio del Concilio Vaticano II, recibe destino para ir a Barbastro, para ser formador de los seminaristas claretianos –pasó allí tres años– “bajo las sombras aún presentes de los cincuenta y un mártires hermanos de 1.936”, anota en su diario. A estas alturas, le llegó un nuevo encargo: ir a Madrid, a dirigir la centenaria revista cordimariana El Iris de Paz, a la que cambió el nombre por Iris, Revista de Testimonio y Esperanza. En torno a esta y otras actividades de Madrid se había fraguado un grupo de compañeros claretianos con quienes compartía la vida en total comunión –“compañeros del alma, compañeros de las horas decisivas, imprescindibles en el futuro: Fernando Sebastián, Teófilo Cabestrero, Maximino Cerezo, Santiago García, Rufino Velasco, etc…”–. Seguidamente, hubo Capítulo General de renovación de la Congregación en 1.967 y Pedro fue elegido para participar en él como representante de la antigua Provincia de Aragón. De estos días, Pedro escribe: “El anuncio de la Palabra era nuestra misión en la Iglesia. Debíamos vivir el Vaticano II”. Y fue durante este Capítulo de renovación cuando fue enviado al Mato Grosso: “Yo –apunta Pedro en sus diarios– había conseguido, por fin, lo que había soñado y pedido y buscado, rabiosamente, durante todos los días de mi vida de vocación: las Misiones”.
América Latina será mi cruz definitiva
São Felix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil. Llega en 1.968 desde España junto con Manuel Luzón, CMF a fundar una misión católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadrados de pastizales, florestas, selvas y ríos habitados por indios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios fueron hechos Prelatura Apostólica por la Santa Sede en 1.969. A Brasil llegó, cuenta él, “sin saber muy bien a dónde ni cómo, pero sintiendo que veníamos en misión. Y llegamos en pleno recrudecimiento de la dictadura militar y nos encontramos con una Iglesia de catacumbas con sus espléndidas minorías proféticas y la sangre corriendo”. Pronto le salpicaría en su misión esa sangre que corría, y pronto le consagrarían obispo, el 24 de octubre de 1.971, día de San Antonio María Claret. Y ese mismo día publicó la carta pastoral Una Iglesia en la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social. Junto a la Doctrina de la Iglesia que incluía denunciar las injusticias en la evangelización, daba 80 páginas de testimonios con nombres, apellidos, lugares, haciendas y firmas. Y comenzó a ser misionero-obispo bajo amenazas de muerte, hasta el punto de ver cómo moría asesinado el P. João Bosco Penido, SJ, vicario de la Prelatura. Amenazado, pues, por su fidelidad a la misión profética de vivir y anunciar testimonialmente el evangelio liberador de los excluidos y esclavizados por el inhumano sistema de vida y de poder vigentes “bajo la Ley suprema del revólver del 38”.
Nunca volvió a España, ni siquiera para el entierro de su madre. No abandonó la Misión porque no podía correr el riesgo de salir de Brasil. Es más, a los pocos meses de ser ordenado obispo, ya escribía: “esta es mi tierra en la Tierra. Este es mi pueblo. Por ella, con él, caminaré hacia la Patria”. El Gobierno había intentado expulsarlo del país en diversas ocasiones; en concreto, le incoaron cinco procesos de expulsión, pero la intercesión directa del Papa Pablo VI lo impidió. “Quien toca a Pedro, toca a Pablo”, tuvo que subrayar el Pontífice. Años más tarde, tras la visita ad limina con el Papa Juan Pablo II, el 21 de junio de 1.988, Casaldáliga afirmó: “creo en Pedro y su primado y estoy dispuesto a dar la vida por él”. Hablaron, entre otras cosas, de la injusticia que se da en Brasil, y su problemática social.
El trabajo pastoral de Casaldáliga y de su equipo se centró en las siguientes áreas: catequesis y celebraciones de la fe; educación; atención a la salud; y las reivindicaciones mayores como la defensa de los derechos humanos, la lucha por la tierra y la causa indígena.
En torno a 1.984 se le diagnostica la Enfermedad de Párkinson –“el hermano Párkinson”, como él mismo se refiriera a ella–. Una enfermedad neurológica que afecta a los movimientos de la persona, causa lentitud de movimientos, rigidez muscular, y alteraciones en el habla y al escribir. Comienza a cumplir disciplinalmente los consejos médicos, lo que de alguna manera retarda, pero no detiene el avance de la enfermedad. En el año 2.003 le llegó a Pedro el tiempo de renunciar al cargo de obispo. Su preocupación era la de la continuación de la caminhada pastoral. Esto le fue angustiando, sobre todo con la demora de la nunciatura, afectándole a su salud, cada vez más frágil. Finalmente, el 2 de febrero del 2.005 el Vaticano le aceptó la renuncia al gobierno pastoral de la Prefectura por mayoría de edad, nombrando obispo de São Felix do Araguaia a monseñor Leonardo Ulrich Steiner, de la Orden Franciscana. Dom Pedro continuó viviendo en la prelatura a partir de entonces, ya jubilado. Ex-mérito, como le definió un periodista poco familiarizado con el lenguaje eclesiástico, y que él siempre citaba como una broma.
Al final de sus años, muchos medios de comunicación estuvieron interesados en acercarse a Pedro, pero él se resistía a conceder entrevistas que hablaran de sí mismo: “Olvídense de mí y ocúpense de las causas que dan sentido a mi vida. Ellas permanecen”, argumentaba.
La gente pasa. Las causas continúan y los días siguen dando que pensar.
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Algunos Títulos y Premios otorgados a Mons.Pedro Casaldáliga, CMF.
El escritor argentino, Adolfo Pérez Esquivel propuso para premio Nobel de la Paz de 1.989 al obispo claretiano Pedro Casaldáliga. “El motivo principal para lanzar la candidatura de Pedro –dice el escritor– es el trabajo realizado durante veinte años por este obispo en pro de la integración latinoamericana en defensa de los derechos de los indios pobres y de los trabajadores de la Amazonía brasileña”. Fue nuevamente propuesto en 1.991 y 1.992.
La fundación española Alfonso Comín le concedía el 28 de septiembre de 1.992 el Premio Internacional por “compartir desde 1.968 la vida de los indígenas y campesinos de esta parte del Amazonas defendiendo sus derechos y haciendo sentir su voz frente a la agresión que padecen contra su vida, su tierra y su cultura y por la solidaridad que mantiene con toda América Latina”.
En 1.993 fue propuesto candidato al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Al año siguiente, el actual Rey de España, Felipe VI, mencionó uno de sus poemas en el discurso de estos galardones. En 1.995, repite candidatura al Premio Príncipe de Asturias, esta vez optando al área de Comunicación y Humanidades.
En 1.999 la Fundación León Felipe, de España, le otorga el “Premio por los derechos humanos” con la siguiente argumentación: “Ante la globalización económica, que gratifica siempre a los más ricos y acaudalados, Pedro Casaldáliga ha universalizado el grito de los pobres por su liberación. Con su palabra profética y su presencia permanente entre los indígenas del Mato Grosso, Casaldáliga está siendo un acicate insobornable contra la injusticia y una llamada a la conciencia humana y cristiana sobre el valor y dignidad de la persona humana”.
En 2.006 recibe el Premio Internacional de Cataluña. Los miembros del jurado y el Presidente de la Generalitat, Pascual Maragall, viajan a Brasil para entregárselo.
Es nombrado Hijo Predilecto de su Ciudad Natal en 1.985 y Doctor Honoris Causa por la Universidad Federal del Mato Grosso en 2.003 y por la Universidad de São Felix do Araguaia en el 2.006
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En cuanto a Pedro
P. AQUILINO BOCOS, CMF
Hay tres puntos que se me vienen rápidamente a la cabeza a propósito de la figura de Pedro Casaldáliga. El primero es su fidelidad a Roma. Puedo explicarlo porque me tocó de cerca durante los años que fui Superior General de la Congregación de los Misioneros Claretianos, ya que tuve que hacer frente a algunas críticas que se hacían en torno a Pedro ante instancias eclesiales de la Curia Romana. Recuerdo muy bien que siempre les dije: “Sería imposible hablar de Pedro de la forma que ustedes hablan, cuando uno sabe todo su amor a la Iglesia. Cuando uno sabe que es un hombre que vive con entusiasmo su vocación misionera y con una conciencia tan explícita el ser Hijo del Corazón de María. Así lo ha expresado siempre en las cartas que escribe”. Además, es un hombre que ha tenido una firme adhesión al Papa. Puede ser que en algún momento exprese su discrepancia, pero no hay falta de adhesión pastoral. Y respecto a la Congregación, aun estando tan lejos, a kilómetros de distancia, ha manifestado siempre el entusiasmo y la alegría al ver cómo la Congregación se expande, y le he sentido vibrar con todo aquello que es propio de la espiritualidad de san Antonio María Claret. Personalmente, yo me siento conmovido frente a religiosos de este talante. Y siento una enorme admiración.
Recuerdo también una anécdota de los años en que fui Superior General: Pedro aterriza en Roma. Era llamado a la visita ad limina. Yo en aquel entonces no estaba, pero me consta que se situó ante el cuadro de Pentecostés que hay en la Capilla de la Curia Generalizia, -y que hace falta contemplarlo serenamente para darse cuenta de la riqueza que expresó el autor, el P. Mino Cerezo-. Seguidamente nos regala una oración que es una belleza. Y un recuerdo para toda la Congregación.
La profunda espiritualidad de Pedro la pude ver también en Cuba. En el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. En ese momento, él estaba dando un curso a los Misioneros Claretianos de América Latina, y por distintas razones yo tuve que hacerme presente. Una de las sorpresas más grandes que tuve fue la primera vez que entré a la Capilla y lo encontré, a él solo, orando. Pregunté, y me dijeron: “Todos los días, antes de que nosotros bajemos, ya lleva por lo menos una hora”. Pedro era un hombre de profunda vida de oración y desde ahí se explica la coherencia con su forma de vida.
En esa misma visita a Cuba, pero ya en la Habana, Pedro quería encontrarse –y yo le acompañé, porque así me lo pidió– con el Cardenal Ortega. En un primer momento, noté una recepción fría. Quizá distante. Pareciera que aún resonaba en la mente o en el corazón del entonces Arzobispo de La Habana lo que supuso la anterior visita que había realizado Casaldáliga a este país, en la que se había visto con el presidente Castro.
Pero lo curioso es que en la entrevista que mantuvieron se establecieron unos vínculos religiosos, –yo diría–, muy profundos. Porque Pedro empezó a hablar del Espíritu Evangélico, del seguimiento de Jesús. Habló de la necesidad de llevar una vida espiritual intensa …y todo surgió espontáneamente, no fue postizo. Fue una conversación muy profunda. Una conversación espiritual y comprometida apostólicamente. Y al finalizar, el Cardenal Ortega se levantó y le dio a Pedro un largo y afectuoso abrazo. Me pareció que sellaron de esta manera una amistad.
Recuerdo también el encuentro que tuve con él en Guatemala, en el año 1.991. Lo recuerdo porque nada más verme les dijo a los claretianos allí reunidos: “Tratad bien al P. Aquilino porque va a ser nuestro Superior General”. Y, bueno, yo me eché a reír, pensando Pedro, serás muy profeta, pero en esto te equivocas. Luego, al poco tiempo, resultó que, efectivamente, fui nombrado Superior General. Recuerdo también que se le había perdido el reloj. Entonces yo le di el mío. Salimos a la CONFER de Guatemala porque daba allí una conferencia, y al empezar a hablar, miró el reloj y dijo: “me ha puesto en hora mi Superior, que ha venido a vernos”. Y luego añadió: “él está en Madrid, en la Comunidad de Buen Suceso. Es muy distinto hacer teología en Buen Suceso que hacer teología en Guatemala”.
Él llevaba dentro la Congregación, y la expandió como hombre que arde en caridad. La expandió valiéndose de todos los medios.
CARDENAL FERNANDO SEBASTIÁN, CMF
Me encontré con Pedro Casaldáliga en el Noviciado de Vic, cuando yo ingresé en la Congregación de los Misioneros Claretianos en julio de 1.945. Él terminaba su Noviciado cuando yo lo comenzaba. Así que vivimos juntos todos los años de carrera eclesiástica. Él iba siempre un curso por delante de mí. Yo me ordené en 1.953 y a él lo ordenaron en 1.952, en el Congreso Eucarístico de Barcelona.
Casaldáliga fue siempre un religioso ejemplar, fervoroso, amable, servicial, exquisito en el cumplimiento de las Constituciones y de todas sus obligaciones. Vino a la Congregación desde el Seminario Diocesano de Vic con la idea y el propósito muy claro de ir a las misiones. Él me dijo que pedía cada día al Señor la gracia de ser misionero y de ser mártir. Lo primero lo ha conseguido ampliamente. Lo segundo, casi casi.
Tenía cualidades humanas extraordinarias. Era inteligente, rápido, y ha tenido siempre una extraordinaria facilidad para escribir y para componer poesía. Ha sido un excelente poeta, tanto en catalán como en castellano.
En su vida espiritual se distinguía por su espíritu de mortificación y su fervorosa devoción a la Virgen María.
Los primeros años de sacerdocio los dedicó intensamente al apostolado con los más pobres, los abandonados, los vagabundos. Él estaba encargado del apostolado juvenil, primero en Sabadell y luego en Barcelona, en el barrio de Gràcia. Sus preferencias eran siempre para con los más desgraciados. A veces los acogía en los salones destinados a los jóvenes y esto le trajo algunos disgustos en la comunidad. Estando en Barcelona participó también muy intensamente en el Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
Era optimista, fervoroso, entusiasta, sacrificado. Llevaba una vida muy ocupada y muy intensa. Me consta que alguna vez se quedó dormido en la Capilla de Sabadell y también en la de Barcelona por querer rezar el Breviario a última hora de la noche.
Al ser enviado a Brasil cumplió el propósito central de su vida. Allí entregó su vida plenamente y estuvo a punto de perderla en varias ocasiones.
En una de mis visitas a la Misión me contaron cómo unos días atrás, de madrugada, un hombre confesó que había recibido dinero para matar al obispo Casaldáliga. Estaba arrepentido y Pedro se las arregló para que uno de los misioneros que estaba con él lo sacara de allí inmediatamente, por el río Araguaia, y lo acompañara hasta Goiânia. Temía que quienes habían pagado por verle muerto, ahora matasen a quien no había cumplido su encargo.
Su entrega religiosa y misionera a favor de los pobres le llevaron a posturas difíciles de comprender en el terreno de la política. Yo siempre pensé que sus actitudes y su comportamiento estaban inspirados por su voluntad radical de seguir a Jesús en su amor a los pobres y en la defensa de la justicia. Para comprender su actuación hay que conocer de cerca las situaciones de injusticia y de explotación que tenía a su alrededor. Él me dijo una vez: “Aquí no se puede ser cristiano sin defender los derechos de los pobres, pase lo que pase”. Y tenía razón. Además de razón, tenía el valor de cumplirlo arriesgando continuamente su vida.
Toda su vida es un ejemplo para los misioneros, los sacerdotes y los cristianos.
P. MAXIMINO CEREZO BARREDO, CMF
Conocí a Pedro Casaldáliga en Madrid, en la época en que trabajamos juntos en la revista Iris. Revista de testimonio y esperanza. Allí se inició una amistad que fue creciendo durante años, profundizándose en la diaria convivencia de hermano de comunidad y en el ambiente de trabajo, buen humor y creatividad de la redacción.
Junto con Teófilo Cabestrero, CMF, abrimos las páginas de la revista a teólogos, biblistas, filósofos, pensadores, figuras ecuménicas, hombres y mujeres de la cultura, el arte, la poesía, las letras y el cine, y a cristianos de la calle que podían testimoniar su esperanza. Al aire del Concilio Vaticano II, creamos una revista de actualidad viva y pensamiento renovado. Hasta que en un número calificamos de “declaración decepcionante” el pronunciamiento de nuestra Conferencia Episcopal. Eso colmó el vaso de algunos reparos de la censura franquista, y provocó nuestra –forzada– dimisión.
Pasados algunos años, en 1.968, Pedro partió hacia Brasil y dos años más tarde, yo puse rumbo a Perú. Torpe aprendiz suyo, intentando hacer lo que podía y más de lo que podía. Mantuvimos el contacto por carta, hasta que en 1.977 pasé un tiempo con Pedro en São Félix do Araguaia. Fue durante aquella visita cuando pinté el mural de la catedral de la Prelatura. A partir de esa experiencia de reencuentro los contactos fueron cada vez más frecuentes y hasta prolongados. Me llamaba una y otra vez y yo acudía fiel a la cita, como quien se acerca a un manantial a beber agua fresca y saciar su sed para seguir caminando. Él pretendía que mi trabajo fuera historia, como un destello de ese mundo, que fuera testigo del camino diario de su Iglesia, de esa caminhada que las Comunidades Eclesiales de Base iban logrando con pasos decididos en la Prelatura y en toda América Latina. Cada uno de los once murales que pinté allí –y algunos otros en distintos lugares de Brasil– fueron elaborados, discutidos, casi diseñados en largas pláticas con Pedro y su gente.
Pedro es un hombre religioso en el verdadero sentido de la palabra. Esa coherencia entre el pensar y el obrar le da una autoridad moral incuestionable. Tiene una vertiente poética que ha estado presente a lo largo de toda su vida, pero básicamente es un hombre de acción. Y como pastor, la defensa de las causas de la Patria Grande y la causa de su pueblo requiere respuestas exigentes que empiezan por él mismo –hasta el punto de rechazar todas las comodidades que no pudiera encontrar en las casas de sus vecinos. Por ejemplo, un electrodoméstico–. Es un exigente radical que en su discurso y con su vida ha actualizado la definición del misionero que Claret nos dejara con estas palabras: Yo me digo a mí mismo: Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor
Datos sobre la capilla abierta del “quintal” o patio de atrás, en la casa de Pedro.
Los encuentros de oración de la comunidad que vivía en la casa de Pedro –¡su “palacio” episcopal!–, en São Félix, se hacían al aire libre, siempre que el tiempo lo permitía, en un rincón del quintal, a la sombra de un hermoso árbol y al lado de una tabla en la que alguien talló la frase Eu sou o pão da vida. En el proyecto de la nueva capilla abierta la incorporé colocándola en uno de los pilares de ladrillo. Era una reliquia…
En alguna de mis vistas a Pedro, surgió la idea de hacer una capilla en el quintal, pero que necesariamente estuviese abierta a los árboles, a los vecinos, al sol y a la sombra. Dibujé la idea, a mano alzada, en uno de los sobres de las revistas que Pedro recibía. Un esbozo con las cotas, detalles constructivos y el diseño fundamental, a partir del cual Pedro Solá, que fue claretiano y uno de los primeros compañeros de Pedro en Brasil, comenzó a trabajar. Como maestro de obras, a él se deben muchas de las iglesias que se construyeron en la Prelazia en sus primeros años. También la catedral de São Félix.
Pero esta capilla abierta de la casa de Pedro es una de las obras de la que me siento más feliz. Capilla que se mantiene hasta hoy. Lugar de oración, de celebración de la eucaristía diaria entre el rumor de las hojas de los árboles, el canto de los gallos de los vecinos y el indolente paseo de los gatos que rondan por allí. Lugar del encuentro semanal con los agentes pastorales más próximos; y también allí se han grabado bastantes de las entrevistas que periodistas llegados de muchas partes del mundo hicieron a Pedro.
Con el tiempo añadí algunas cosas: la pintura del sagrario, el frente del altar, y la placa de aluminio repujado –sobre un trozo que recorté de una vieja heladera rescatada de un basurero de la ciudad– que sirve de fondo a la caja de las reliquias de los mártires: un pedazo de la casulla ensangrentada de Arzobispo Romero y un fragmento del cráneo de Ignacio Ellacuría. Hay también recortes de fotos de Monseñor Romero, de Monseñor Angelelli, del P. João Bosco, de Rodolfo Lunkenbein, de Francisco Jentel. De los estudiantes claretianos mártires de Barbastro.
Durante muchos años estuvo sobre el pequeño altar la terracota de una paloma de la paz, que le llevé a Pedro desde Ica, Perú. Obra de un campesino que había sido torturado por las fuerzas de seguridad del país y que fue liberado gracias a las denuncias y gestiones de la Comisión de DDHH de la región.
Claretianos
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