Thursday, July 30, 2009

José María Castillo: "El caso Juan Masiá como paradigma del abuso de poder de los obispos"


No tengo que empezar diciendo que estoy en desacuerdo con la decisión que se ha tomado de silenciar a Juan Masiá en su blog de Religión Digital. Por supuesto, estoy en total desacuerdo con semejante medida, sea quien sea el último responsable de tal decisión. No estoy de acuerdo con lo que se ha hecho porque estoy convencido de que Juan Masiá es un buen creyente, un buen religioso y un excelente teólogo.
Se podrá estar o no estar de acuerdo con algunos de sus puntos de vista o con su modo de expresar lo que piensa. Pero, ¿dónde está escrito que todos los cristianos y todos los teólogos tenemos que pensar de la misma manera y debemos expresar nuestros puntos de vista con el mismo lenguaje?
Sabemos que la fe nos exige aceptar y coincidir en los contenidos que pertenecen a lo que, en la tradición de la Iglesia, se consideran “verdades de fe”, es decir, aquellas verdades que han sido definidas como dogmas de fe por el magisterio extraordinario de la Iglesia o que, en el magisterio ordinario, son presentadas como pertenecientes a dicha fe.
Aquí es conveniente recordar que, según la enseñanza del concilio Vaticano I, “deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ya sea por juicio solemne, ya sea por el magisterio ordinario y universal” (Const. “De Fide”. Denz.Hün., 3011).
Pues bien, verdades de las que nos consta que han sido reveladas por Dios y que la Iglesia universal las propone “como divinamente reveladas” no es todo lo que dice el episcopado de un país, ni siquiera lo que dice el papa en un discurso o incluso en una encíclica. Sobre todo lo que no nos consta que pertenece a la fe universal de la Iglesia, se puede disentir o se pueden manifestar puntos de vista diversos, incluso contradictorios. Y una Iglesia, que no acepta y vive esta realidad, es una Iglesia que deja de ser una “comunidad de fe” y se convierte en una “dictadura ideológica”.
De ahí que el respeto a la pluralidad de ideas y planteamientos es constitutivo de la fe cristiana. Como también es constitutivo de nuestra fe la tolerancia en todo cuanto no pertenece a la fe, en el sentido que nos indica el concilio Vaticano I.
Por eso, en la Iglesia se han producido, desde sus primeros tiempos, disensos, divisiones y hasta enfrentamientos que, no por eso, han roto la comunión en la fe.
Quien haya leído con atención el Nuevo Testamento, sabe que, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, Pablo y Bernabé se enfrentaron hasta tal punto que llegaron al “paroxysmos” (Hech 15, 39), una palabra dura que indica literalmente una “irritación”, un “conflicto fuerte”. Tan fuerte que, a partir de aquel momento, Pablo y Bernabé se separaron definitivamente (Hecho 15, 39-40). Y más conocido aún es el conflicto que se produjo entre Pedro y Pablo, un conflicto público (Gál 2, 14 a), en el que Pablo le echó en cara a Pedro cosas muy serias, por ejemplo, que vivía “como un pagano” (Gál 2, 14 b). Y no por eso, ni la Iglesia se vino abajo, ni ninguno de aquellos dos grandes apóstoles rompió con la fe cristiana.
Por todo esto, he dicho que lo ocurrido con Juan Masiá es paradigmático. Quiero decir: cuando en la Iglesia no se tolera que haya cristianos (o teólogos) que se expresan con libertad, aunque se trate de expresiones que molesten a algunos obispos o superiores religiosos, eso es indicativo de que la autoridad eclesiástica se excede en sus pretensiones y, dicho claramente, abusa del poder.
Porque exige una sumisión que no tiene derecho a exigir o, lo que es lo mismo, se arroga un poder del que carece. Hay que decirlo claramente: en la Iglesia hay ahora mismo obispos que abusan del poder. Porque exigen una sumisión que no tienen derecho a exigir.
Yo sé que, al decir estas cosas, algunos obispos, sacerdotes, religiosos/as y no pocos laicos se van a sentir en desacuerdo. Y algunos seguramente podrán sentir el mismo “paroxismo” que sintieron Pablo y Bernabé. Es lógico. Tenemos que aceptarlo con serenidad, sosiego, respeto y tolerancia. Pero mi punto de vista es que hay que decir estas cosas. Porque seguir callando, ante los abusos de poder que estamos viendo en la Iglesia, eso hace más daño a esta Iglesia a la que sinceramente amamos. Y es por eso, porque la queremos, por eso decimos lo que pensamos que, en este momento, más necesita la fe de muchas personas de buena voluntad, que buscan a Jesucristo, pero no soportan el peso de una autoridad que nadie sabe exactamente ni por qué ni dónde está justificada.

José María Castillo, teólogo
RD

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