El pueblo, creyente o menos, une en un único día festivo a los Santos y a los Difuntos. Si están en la gloria, no precisan nuestra oración. Ellos oran por nosotros. Si aguardan aún la purificación definitiva, oramos por ellos. Muchos visitantes llevan al cementerio el amor y la fe a partes iguales."Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén". Se ha llenado el cementerio de gentes con ramos y aun brazadas de flores. Los que van a morir conviven emotivamente con los muertos. Al final de la cita, sin perder el apoyo de la fe, los vivos podremos salir de las tapias del camposanto en la grave, serena certidumbre de que llevamos “la muerte dentro”. Pero, seguramente, lo dicen mejor los versos del poema que sigue:
TODOS LOS SANTOS
(En el cementerio)
Suave luz otoñal. Tarde dorada.
Paz y sol a los muertos que queremos.
Un oreo de pena mitigada
y una blanda invasión de crisantemos.
La multitud se amansa en el cercado
con el recuerdo y el dolor abiertos
y se demora en su vagar dorado
la cita de los vivos y los muertos.
En el tibio resol la muerte crece.
Se detienen la luz y el tiempo juntos.
De tierra tan feraz puja y florece
una cosecha viva de difuntos.
Dan los cipreses en la luz festiva
sombra final a este fraterno encuentro.
Quedan los muertos con su muerte viva.
Se van los vivos con la muerte dentro.
(Noviembre de 1984,
De “Pie en la cima de sombra", p. 93,
Obra poética, p.246).
Jesús Mauleón, poeta y cura
RD
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