Tuesday, July 14, 2015

Francisco, el Bahamontes de Dios por José Manuel Vidal


Los tres puertos de Ecuador, Bolivia y Paraguay


Una revolución del amor que, para ser creíble fuera tiene que ser autocrítica dentro


En época de Tour, la gira del Papa por tres países latinoamericanos fue como subir tres puertos de montaña. Con uno de primera en Ecuador, otro de segunda en Paraguay y su Tourmalet en Bolivia. Y los tres los coronó en solitario y con mucha ventaja sobre sus acompañantes y adversarios políticos y eclesiásticos.
No lo tenía fácil en Ecuador, con su coequipier Correa dispuesto a agradar y a llevarle en volandas hasta la meta, pero abucheado por el equipo de la oposición de derechas y por una jerarquía eclesiástica, aliada tradicional de los sectores más conservadores.
Pero el Papa va sobrado. Con ayuda o sin ella siempre gana. El pueblo le impulsa y lo lleva en volandas. Humilde, Francisco reconoció la excepcional piedad y espiritualidad del pueblo ecuatoriano, bendijo a Correa y sus políticas de inclusión, pero le impuso los deberes del diálogo con la oposición.
Y, sobre todo, le mando varios recados claros y contundentes a la oxidada jerarquía ecuatoriana en manos del sector más conservador. Le dijo que deje de ser capataces, para convertirse en servidores del rebaño. Que dejen de ser príncipes y de acumular dinero y edificios espectaculares y que no cobren por administrar los sacramentos. “Por favor, por favor, lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
Homenaje, pues, del Papa al pueblo ecuatoriano y tirón de orejas a esos obispos que renegaron de predecesores como Leonidas Proaño, Luis Alberto Luna, o el español López Marañón. Volver a aquel estilo de obispos de los indios, con poncho incluido, y de los pobres, blancos o indígenas.
Superado el primer puerto de montaña en la bella Quito, con la virgen del Panecillo al fondo, Francisco sabia que el de categoría especial era Bolivia. Allí le esperaba un Evo Morales indigenista, una jerarquía más centrada pero enfrentada con el presidente del país y los líderes de los movimientos populares de todo el mundo. 
Con todos estos handicaps, Bergoglio realizó una faena de aliño. Con temple y mando, cuando Evo, en un gesto sorprendente, le regaló un Cristo comunista, con el martillo y la hoz. La unión de los contrarios era tan potente que, en un primer momento amenazó con convertirse en el icono del viaje papal. Pero Francisco cambio el limón en limonada: reivindicó el Cristo del mártir jesuita padre Espinal en nombre del evangelio y si acaso del comunismo del amor.
Y para coronar la cima a lo grande, se fue a ver a los líderes de los descamisados del mundo. Y, con ellos, Bergoglio se transformó en el Papa Che. De pie desde el atril laico, se erigió en el gran líder mundial. Un pontífice para aglutinar el frente crítico con el capital salvaje que descarta a amplios sectores de la población y los deja tirados en las cunetas de la vida y del globo. El Pontifice que se atreve a pedir y a exigir una casa común limpia y con cabida para todos. 
Los mercados, los poderes financieros y las finanzas mundiales, en definitiva los amos de un mundo injusto desafiados por un hombre vestido de blanco con una única receta en la mano: la globalización de la esperanza. Una revolución evangélica de un Papa mundialmente creíble para creyentes y ateos, que va por la vida con las únicas armas del Maestro de Nazaret: la ternura y la misericordia.
Una revolución del amor que, para ser creíble fuera tiene que ser autocrítica dentro. De ahí el látigo anticlerical que saca a menudo el Papa. Para sacudir a los suyos. Y colocarlos en salida y en servicio. Por eso, tuvo que llegar Francisco, el primer papa latinoamericano, para que la Iglesia católica entone el mea culpa por los crímenes cometidos en la conquista. Por la utilización masiva de la lógica de la espada para imponer la fe, a pesar de los destellos evangélicos de Bartolomé de las casas y otros profetas de aquel entonces.
Ganada la cima del Tourmalet boliviano, la etapa paraguaya fue de paseo personal y afectivo. Hay que tener en cuenta que Bergoglio, en el fondo, es un jesuita paraguayo mas que argentino. Su vocación en efecto se fragua atraída por el modelo del 'santo experimento' de las reducciones jesuíticas paraguayas. 
Entre los guaraníes, conectó con esas raíces, alabó a sus 'gloriosas' mujeres, que salvaron un país derrotado. Y volvió a su memoria y a su pasado, al reunirse con las hijas de Esther Ballestrino de Careaga, la que había sido su jefa en el laboratorio en el que comenzó a trabajar s los 18 años. Asesinada por la dictadura, Bergoglio siempre la sintió como una maestra y así lo platicó con sus hijas en emocionada conversación a tres bandas.
Y como le gusta dar ejemplo y hacer él primero lo que pide a los demás, aprovechó el estar casi en su casa, para tocar carne de pobre, besar la pierna gangrenada de un niño enfermo y proclamar con su propia vida que tenemos que ser "las manos de Dios que alza de la basura al pobre". Francisco, el Bahamontes de Dios. 
José Manuel Vidal
Rumores de Ángeles
RD

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