Tuesday, August 30, 2011

Kikos: el ejército de la nueva evangelización



Tras el apogeo de Cibeles, el Camino Neocatecumenal se confirma como el movimiento más pujante en la Iglesia

Benedicto XVI los acoge, con recelos, aunque ve "errores doctrinales y litúrgicos"


(Jesús Bastante).- "¡Yo no estoy loco! El Señor me ha dicho: Kiko, hay que preparar 20.000 sacerdotes para China. ¡Y aquí hay 300.000!". Y una riada de jóvenes que escucha a Kiko Argüello salta del asfalto y se dirige al altar de Cibeles. El espectáculo vivido el pasado lunes en Madrid, como corolario a la JMJ, define a la perfección el estilo y la efectividad del Camino Neocatecumenal, el ejército para la nueva evangelización de la Iglesia católica en el mundo.

Al lado del líder, el cardenal Rouco sonríe: según los datos de la organización, 5.000 chicos y 2.300 chicas comenzarán, a partir de ahora, un "proceso de discernimiento" para convertirse en curas y monjas. Apenas el diez por ciento lo serán, pero eso no se cuenta. Lo realmente importante es el músculo demostrado, en pleno centro de la capital de España. "Aquí estamos, dispuestos a dar la vida por Cristo", afirma Argüello.

Los "kikos", como se conoce popularmente al Camino, son actualmente el movimiento católico con más empuje. Con más de un millón de fieles repartidos por el mundo -300.000 de ellos en España- , este grupo está volcado en la "reenvangelización" de una Europa que, según su iniciador, ha sucumbido al pecado y a la muerte, ha dejado de ser católica y necesita una refundación; y al anuncio, puerta a puerta, del Evangelio en los lugares más recónditos del planeta. Ahora, el foco está puesto en Asia, y especialmente en China, India, y Japón, donde los obispos prohibieron la entrada del Camino al considerar que su funcionamiento era más propio de una secta que de un grupo católico. El poder de Kiko en Roma hizo que se les obligara a aceptar este "itinerario de formación católica", como lo definió Juan Pablo II, el auténtico valedor de los kikos y de los nuevos movimientos: Legionarios de Cristo, Comunión y Liberación, Schoensttat, Focolares...

Llenan sus parroquias -en unas celebraciones privadas, en las que sólo participan los miembros del Camino-, entregan el 10% de su sueldo a la organización -que, pese a todo, asegura no tener propiedad alguna- y están dispuestos a dejar casa y trabajo cuando su formador les pide que vayan a vivir a cualquier lado del mundo. "Nuestra vida es Cristo y el Evangelio", afirma Roberto, neocatecumenal murciano que, hace tres años, partió con su mujer y sus cinco hijos -la alta natalidad es otra de las bazas de futuro de los kikos- a evangelizar en Filipinas. Todos los soldados, preparados como un solo hombre. ¿Cuál es la batalla? "El mundo, dominado por el pecado y el deseo, por la descristianización y el ateísmo", proclama Kiko desde Cibeles. El enemigo es la sociedad que ha dejado de lado a Cristo, y que hay que recristianizar. "Aunque nos llamen secta, o locos".

El movimiento surgió a comienzos de los años 60 en el madrileño barrio de Palomeras, donde un joven pintor -Argüello- y una misionera laica -Carmen Hernández- se conocieron y arrancaron un trabajo entre chabolas que, casi medio siglo después, les ha llevado a convertirse en dos de los personajes con mayor influencia en la Iglesia católica. Hoy, el movimiento tiene presencia en 6.000 parroquias de 106 países, con 3.000 sacerdotes, 1.500 seminaristas y 72 seminarios. Si el Opus Dei está dirigido a las élites políticas, los Legionarios de Cristo son una rama sacerdotal o Comunión y Liberación está inclinado hacia el mundo de la cultura, los kikos se centran en las capas más bajas, las parroquias y, sobre todo, las familias y los jóvenes.

Los kikos están más que ratificados por Roma. En 2002, la Santa Sede aprobaba "ad experimentum" sus estatutos, confirmados definitivamente en 2008. En los mismos, se afirma que los objetivos del Camino Neocatecumenal son redescubrir el Bautismo, ofrecer un instrumento a los obispos y párrocos para iniciar en la fe cristiana y evangelizar a los adultos bautizados que se han alejado de la Iglesia, que desean madurar su fe o que provienen de otras confesiones cristianas que no están en plena comunión con la Iglesia católica. Esto es: generar católicos "con denominación de origen", puros, sin dudas acerca de la ortodoxia. Y dispuestos, como los miles que se dieron cita en Madrid, a acudir allá donde se les llame.

Esta es la gran fuerza del Camino Neocatecumenal: su capacidad de convocatoria. Bien lo sabe el cardenal de Madrid, Antonio María Rouco Varela, quien se ha apoyado en los kikos para sus misas de la familia en Colón, las manifestaciones auspiciadas por los obispos contra el Gobierno y, sobre todo, la reciente Jornada Mundial de la Juventud, todo un aviso de navegantes a cualquiera -PP o PSOE- que no quiera contar con la Iglesia católica española en el futuro. Una estrategia que los kikos llevan a cabo en todo el mundo, cuidando especialmente a los obispos, a quienes una vez al año invitan a su "Domus Galilea", un espléndido hotel-santuario en Tierra Santa. Desde hace unos años, además, su presencia en la curia vaticana va en aumento, por más que Benedicto XVI -en los comienzos, caluroso en la acogida al Camino- vea con recelo ciertos "errores doctrinales y litúrgicos", así como un excesivo culto al líder, entre los kikos.

Por lo demás, los kikos son "invisibles": no tienen patrimonio alguno -todos los seminarios o casas construidas por iniciativa del Camino son propiedad de las diócesis-, y el propio Kiko subsiste gracias a las limosnas. Su funcionamiento interno es prácticamente desconocido: desde la aprobación de sus estatutos, se conoce cuál es el "itinerario de formación" de los neocatecumenales, pero es realmente complicado participar en alguna de sus celebraciones. El "culto al líder" resulta evidente, así como el pago del diezmo o la recogida de donativos (la "bolsa de las inmundicias") para construir un seminario, pagar un viaje de Argüello o financiar un encuentro como el del lunes en Cibeles. No existe oposición interna.

"Entré en el Camino después de una crisis familiar. Mi marido había caído en la droga y no sabía qué hacer. En mi parroquia había una comunidad, y la verdad es que nos ayudaron muchísimo", cuenta Raquel, de Huelva, que abandonó el Camino tras varios años. "Al principio, todo estaba muy bien. Pero, al cabo del tiempo, comenzamos a notar que sólo nos relacionábamos entre nosotros, teníamos que dar parte de nuestro sueldo y no podíamos hablar de nuestras celebraciones con extraños". Casi todos los que abandonan el Camino no quieren hablar de su etapa entre los kikos. Y la estrecha ligazón con el movimiento se rompe, y desaparece. Y es que el ejército de la nueva evangelización no tiene compasión con los desertores.

RD

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