Para muchos refugiados el visado es el comienzo de una nueva lucha, no el final. El trauma psicológico y la pérdida de los seres queridos pueden hacer mella incluso en la personalidad más fuerte. A veces podemos asesorar, consultar y ofrecer tratamiento. Y a veces lo único que podemos hacer es acompañar. Sin embargo, en momentos como estos es solamente Dios quien proporciona la fuerza y la curación.
Sydney, 1 de noviembre de 2012 - La oficina del Servicio Jesuita a Refugiados en Sydney se encuentra en una parroquia jesuita del centro de la ciudad. Cada día los sacerdotes de la parroquia atienden a cientos de personas sin hogar que vienen al comedor. Nuestra oficina está situada en la parte superior de este comedor popular.
Raramente los usuarios de uno u otro servicio se mezclan, aunque ambos grupos comparten preocupaciones similares en cuanto a buscar un alojamiento adecuado y seguro.
Hace dos semanas Said se presentó en la puerta de la oficina del JRS. Un voluntario de la cocina le había referido a nuestros servicios. Hablaba muy rápido y se le veía alterado. Lo invitamos a reunirse con uno de nuestros trabajadores sociales.
Reflexiones para la oración
Desde el primer minuto estaba claro que Said estaba luchando. Supimos que estaba en Australia desde hacía algunos años y que tenía un visado de protección. Él había servido en el ejército en Irak y había sido testigo de la muerte de toda su familia. Pudimos ver que era un hombre de estatura. Lo que no estaba tan claro, hasta que profundizamos en el tema, eran los años de adicción y trauma contra los que Said había luchado desde su llegada a Australia.
Las tarjetas de visita y citaciones revelaban que Said había ido de una agencia a otra, de una clínica a otra en busca de la "paz". Hacía unos días se le había asignado un apartamento de una vivienda pública, cuyas llaves devolvió porque el reducido espacio de la vivienda le evocaba dolorosas imágenes de su familia fallecida.
Para muchos refugiados el visado es el comienzo de una nueva lucha, no el final. El trauma psicológico y la pérdida de los seres queridos pueden hacer mella incluso en la personalidad más fuerte. A veces podemos asesorar, consultar y ofrecer tratamiento. Y a veces lo único que podemos hacer es acompañar. Sin embargo, en momentos como estos es solamente Dios quien proporciona la fuerza y la curación.
Maryanne Loughry - Servicio Jesuita a Refugiados Australia y Boston College
Las tarjetas de visita y citaciones revelaban que Said había ido de una agencia a otra, de una clínica a otra en busca de la "paz". Hacía unos días se le había asignado un apartamento de una vivienda pública, cuyas llaves devolvió porque el reducido espacio de la vivienda le evocaba dolorosas imágenes de su familia fallecida.
Para muchos refugiados el visado es el comienzo de una nueva lucha, no el final. El trauma psicológico y la pérdida de los seres queridos pueden hacer mella incluso en la personalidad más fuerte. A veces podemos asesorar, consultar y ofrecer tratamiento. Y a veces lo único que podemos hacer es acompañar. Sin embargo, en momentos como estos es solamente Dios quien proporciona la fuerza y la curación.
Maryanne Loughry - Servicio Jesuita a Refugiados Australia y Boston College
Lectura sugerida para la Oración
Lucas 8: 26-36Después llegaron a la región de los gerasenos, que está situada frente a Galilea.
Jesús acababa de desembarcar, cuando salió a su encuentro un hombre de la ciudad, que estaba endemoniado. Desde hacía mucho tiempo no se vestía, y no vivía en una casa, sino en los sepulcros.
Al ver a Jesús, comenzó a gritar, cayó a sus pies y dijo con voz potente: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? Te ruego que no me atormentes".
Jesús, en efecto, estaba ordenando al espíritu impuro que saliera de aquel hombre. Muchas veces el espíritu se había apoderado de él, y aunque lo ataban con cadenas y grillos para sujetarlo, él rompía sus ligaduras y el demonio lo arrastraba a lugares desiertos.
Jesús le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" "Legión", respondió, porque eran muchos los demonios que habían entrado en él.
Y le suplicaban que no les ordenara precipitarse al abismo.
Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los demonios suplicaron a Jesús que les permitiera entrar en los cerdos. El se lo permitió.
Entonces salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, la piara se precipitó al mar y se ahogó.
Al ver lo que había pasado, los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados.
En seguida la gente fue a ver lo que había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado a sus pies, vestido y en sus sano juicio, al hombre del que habían salido los demonios, y se llenaron de temor.
Los que habían presenciado el hecho les contaron cómo había sido curado el endemoniado.
JRS
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