Friday, January 23, 2015

La importancia de lo interior y privado por Ron Rolheiser



Nunca se nos puede desafiar demasiado fuertemente a comprometernos con la justicia social. Una clave, no negociable, que reclama venir del mismo Jesús es precisamente el desafío a dedicarse a los pobres, los excluidos, a los que la sociedad estima prescindibles.
Por ello, las inmensas cuestiones globales de justicia deberían preocuparnos. ¿Podemos ser buenos cristianos o aun decentes seres humanos sin dejar que las noticias diarias nos bauticen? La mayor parte del mundo todavía vive hambrienta, miles mueren de ébola y otras enfermedades, incontables vidas son desgarradas por la guerra y la violencia, y nosotros aún estamos, como mundo, muy lejos de tratar de manera realista el racismo, el sexismo, el aborto y la integridad de la creación física. Estas son importantes cuestiones morales, y tal vez nosotros nos refugiamos en nuestro propio mundo privado y simplemente las pasamos por alto.
Sin embargo, precisamente porque son tan gigantescas e importantes, podemos tener la impresión de que las otras cuestiones morales que tenemos que tratar -cuestiones de moral privada- no son tan esenciales. Todo ello es demasiado fácil de concluir que, dados los mega-problemas que hay en nuestro mundo, no importa mucho cómo vivimos en la profunda interioridad de nuestros mundos privados.
Nuestras pequeñas preocupaciones morales privadas pueden parecer bastante pequeñas cuando son sopesadas con los problemas de un mundo en su conjunto. ¿Creemos de verdad que Dios tiene en cuenta mucho si rezamos o no nuestras oraciones de la mañana, murmuramos de un colega, alimentamos un rencor o dos, o somos no del todo honestos en nuestras vidas sexuales? ¿Se preocupa, de hecho, Dios de estas cosas?
Sí, Dios se preocupa porque nosotros nos preocupamos. No obstante las grandes cuestiones globales, las cuestiones de integridad personal son generalmente lo que hace o rompe nuestra felicidad, para no hablar de nuestro carácter y nuestras relaciones íntimas. Al fin y al cabo, de ninguna manera son asuntos pequeños. Ellas determinan las grandes cosas. La moralidad social es simplemente el reflejo de la moralidad privada. Lo que vemos en el cuadro global es simplemente una magnificación del corazón humano.
Cuando el ego, la codicia, la lascivia y el egoísmo no son tratados en lo más íntimo de nuestro corazón, es ingenuo pensar que serán tratados a un nivel global. ¿Cómo vamos a construir un mundo justo y acogedor si primero no podemos domar nuestro egoísmo dentro de nosotros? No habrá transparencia a nivel global mientras continuemos pensando que está bien no ser transparentes en nuestras vidas privadas. Lo global simplemente refleja lo privado. La negligencia en reconocer esto es -en mi opinión- el elefante en la habitación en términos de nuestra incapacidad para traer justicia a la tierra.
La acción social que no tiene moralidad privada como su base, no es espiritualidad sino simple acción política, poder que trata con el poder, importante en sí misma, pero no para confundirla con la transformación real. El Reino de Dios no funciona de esa manera. Funciona por conversión, y la conversión verdadera es un acto eminentemente personal. Carlos Castañeda, el místico americano nativo, escribe: “Vengo de América Latina, donde los intelectuales siempre están hablando de revolución política y social, y donde se están tirando tantas bombas . Pero nada ha cambiado en gran medida. Supone poco atrevimiento bombardear un edificio, pero para dejar de ser envidioso o acceder al silencio interior, tienes que rehacerte a ti mismo. Aquí es donde empieza la reforma verdadera.”
Thomas Merton señala el mismo punto. En la década de 1960, cuando tantos intelectuales estuvieron envueltos en diversos hechos sociales, Merton estaba recluido en un monasterio, lejos -parecería- de los verdaderos frentes de batalla. Picado por las críticas externas de su reclusión monástica, admitió que, para la mayoría de los de fuera, “debe parecer como pequeñas patatas” estar ocupado principalmente en una guerra contra los demonios privados de uno. Sin embargo, también  creía que estaba luchando la verdadera batalla: la de cambiar los corazones. Cuando tú cambias un corazón -dice- has ayudado a labrar algún cambio moral estructural y permanente en este planeta. Todo lo demás es simplemente un poder que atenta desplazar a otro.
La moral privada y todo lo que viene con ella -la oración privada y el intento de ser honrado y transparente aun en las cosas más pequeñas y más secretas- es el núcleo en el cual agarra su raíz toda moralidad. Jan Walgrave,  comentando sobre la importancia social del misticismo, sugiere: “Tú puedes generar más energía dividiendo un simple átomo que lo que puedes aprovechando todas las fuerzas del agua y el viento de la tierra. Eso es precisamente lo que hicieron Jesús, Buda y Mahoma. Ellos dividieron el átomo interno del amor. Y manó la energía. Juan de la Cruz, aleccionando sobre la vital importancia de la honradez en las cosas pequeñas, dice: “No importa si un pájaro está atado por una fuerte soga o por la más fina de las  cuerdas; en ningún caso es capaz de volar.”
La moralidad privada no es un lujo insignificante e inasequible, una virtud blanda, algo que se encuentra en el camino del compromiso con la justicia social. Es el lugar profundo donde necesita ser dividido el átomo moral.

Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano)
Ciudad Redonda

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