“La Segunda” ingresó hasta su pieza en el Hospital Herminda Martin: “Todo el tema social es lo que me ha motivado para llegar a estas instancias”, dijo. Quiere seguir ayudando al pueblo mapuche, y abrir una oficina especial para el tema.
Se ve muy delgada, pero luce firme sentada en su cama, en la pieza 4 del Hospital Clínico Herminda Martin de Chillán.
Patricia Troncoso lleva poco más de un día después de haber terminado su huelga de hambre de 112 días, y “La Segunda” logra llegar hasta ella, justo cuando el capellán del recinto hospitalario, Fernando Varas, le daba la comunión.
Está peinada con un moño, se abriga con un chaleco de lana de color rosado y en sus manos sostiene un lápiz y un cuaderno. Al ver al sacerdote, sonríe feliz. Un “Cómo está, padre” es el saludo.
Para llegar hasta la pieza de la activista pro mapuche hay que pasar el control de dos carabineros que están en la puerta principal del hospital. Luego, en el segundo piso, hay seis funcionarios de Gendarmería custodiando otras dos puertas. En la habitación de la mujer permanece siempre otro más.Sobre el respaldo de la cama, junto a las máquinas que se encargaron de alimentarla durante las últimas semanas, cuelgan dos plumas de pavo real. En la pieza hay un pequeño televisor, al lado de la puerta del baño. En la cama la “Chepa” tiene un león de peluche. “Pulgoso” se llama. Se lo regaló su actual pololo.
El sacerdote entrega la comunión cada día a la “Chepa”. Ayer, cerca de las 10 y media de la mañana, antes de entregarle el sacramento puso sus manos sobre la cabeza de la mujer y recitó una oración. Finalmente ambos rezaron un Padrenuestro.“Vaya a verme al hospital de Temuco, padre”, le dijo la “Chepa” al sacerdote cuando éste se disponía a retirarse. “Vaya a darme el alimento de todos los días, el regalo que siempre me trae usted”, agregó.
Antes de que saliéramos de la habitación, con un tono de voz muy despacio y una absoluta calma, la “Chepa” nos expresó: “Todo el tema social es lo que me ha motivado para llegar a estas instancias, el tema social es el fondo de todo. La fuerza que he tenido para mantenerme viene de ahí, de la gente”.
Luego ingresó un equipo médico para retirarle las vías venosas que le estaban entregando el suero. La “Chepa” ya empezó a recibir papillas. El contacto había terminado.
La clave religiosa
El perfil religioso de la “Chepa” —quiso ser monja— fue vital en la estrategia del gobierno para enfrentar el caso. Quienes estuvieron cerca del proceso, señalan que su personalidad era particularmente difícil y por eso la Iglesia Católica fue la clave para llegar a una solución. Aparte de la intervención directa del presidente de la Conferencia Episcopal, se destaca al cura Ysern (hermano del antiguo obispo de Chiloé), quien es, además, sicólogo. De hecho, uno de los momentos que abrió mayores esperanzas fue cuando ella decidió confesarse y comulgar.
Desde hace unos tres meses que había preocupación en algunos sectores del gobierno por lo que pudiera pasar con la “Chepa” y el modo en que quedaría la imagen de Chile en el exterior si le ocurriera algo grave.
Tampoco faltaban los que no creían que la huelga de hambre fuera efectiva. Por eso el gobierno encargó a un médico de la UC constatar la situación.
Clave en aceptar sus demandas fue el ministro del Interior. Cuando Edmundo Pérez Yoma asumió ya se había producido la muerte de Matías Catrileo y la situación en el sur se había vuelto explosiva. Por eso determinó que sólo cabía jugarse para que terminara su huelga de hambre.
De hecho, se decidió darle alimentación parenteral (con más nutrientes que el simple suero), pero como es un líquido de color distinto del suero, la mujer se negó violentamente a aceptarlo. Hubo que anestesiarla para lograrlo.
Pero, en realidad, la “Chepa” no quería morir. Así lo tenía claro su padre, Roberto Troncoso, quien en conversación con “La Segunda”, afirmó que ambos tenían una especie de pacto y “si empezaba a sentirse muy mal, iba a volver a comer aunque el gobierno no aceptara sus demandas”.“No puedo poner las manos al fuego por mi hija”
La familia de la “Chepa” vive en una modesta casa de madera, ubicada en la zona de Chillán Viejo. Con el rostro denotando intenso cansancio, Troncoso, de 60 años, confiesa que hace varias semanas estuvo muy preocupado por la huelga de hambre de su hija. “Pensé que se iba a morir, no veía una solución al problema”. Pero luego todo cambió. “Le pedí que, por favor, terminara con la huelga porque no quería que se muriera, y en esa oportunidad ella se comprometió conmigo a deponerla si es que su situación se ponía muy grave. Si se empezaba a sentir muy mal, iba a volver a comer aunque el gobierno no aceptara sus demandas. En todo caso, mientras el gobierno pensaba que en cualquier momento se bajaba yo estaba seguro que no lo haría a menos que estuviera muy complicada. Pero le quedaban hartos días todavía para eso”.
La “Chepa” pasó gran parte de su infancia en la comuna de Recoleta. Desde chica fue apegada a la Iglesia Católica, tanto así, que incluso luego de salir del colegio y estudiar Educación Parvularia durante un año, se fue a vivir a una congregación para hacerse monja.
Según su padre, tras estar dos años preparándose para ser religiosa, la “Chepa” se dio cuenta de que estar encerrada no era lo suyo. “Ella quería hacer cosas para ayudar a la gente, quería ir a las poblax ciones y estar con la gente que realmente necesitaba ayuda”.
Y eso fue lo que trató de hacer en los siguientes años, cuando entró a estudiar Teología en la Universidad Católica de Valparaíso. Fue elegida presidenta del Centro de Alumnos de la Escuela y en su mandato impulsó los trabajos de veranos en el territorio del pueblo mapuche.
—¿Ahí comenzó a involucrarse con el movimiento indígena?
—Ese fue su primer acercamiento. Fueron a trabajar a la zona del Alto Bío Bío y se dio cuenta de la pobreza que existía en el pueblo mapuche. Ahí también conoció a un matrimonio indígena que después la invitó a su casa. Luego de eso, le ofrecieron irse a vivir a otra comunidad llamada Didaico y ella aceptó. A mí de primeras no me gustó para nada la idea y se lo dije. Pero de ahí ella me invitó a ver dónde vivía y yo pude ver que le daban un buen trato y me quedé tranquilo. Comencé a conocer el tema mapuche.
—¿Qué pensó cuando su hija fue detenida y condenada a 10 años de cárcel?
—Que fue una injusticia porque ella no hizo nada. La culparon de un incendio en que ella no participó.
En ese momento, Roberto dejó todo lo que tenía en Santiago y se instaló, junto a su esposa, su hija menor, el marido de ésta y dos nietos, en la casa que ahora tiene en Chillán. “La idea era poder ir a visitarla lo más posible a la cárcel. A veces íbamos todos los días de la semana”, cuenta. Agrega que tuvo que renunciar a su trabajo y quedó cesante. “Ahora, hace seis años que me mantengo con la plata de la jubilación que obtuve por adelantado”, expresa. El resto de sus hijos se quedaron en la capital, “pero han estado muy unidos con nosotros y la Chepa”.
—¿Alguna vez la “Chepa” le ha dicho a usted que cometió algún incendio o acto violentista?
—Nunca me ha dicho nada. No lo sé. Tampoco puedo poner las manos en el fuego por mi hija. No puedo, porque el hijo sale de la casa y uno no sabe qué hace en otro lado.
—¿Cree que el pueblo mapuche le ha brindado a su hija el apoyo que se merece?
—Algunos sectores no la han apoyado, pero son pocos. Pero hay otra parte que nunca la va abandonar. Tiene un tremendo apoyo internacional. “Ahora tiene una pareja”
A la “Chepa” le faltó un semestre para terminar pedagogía, carrera que se financiaba con algunos trabajos que realizaba y becas que le fueron otorgadas por su excelencia académica. “Ella siempre fue muy estudiosa, muy aplicada, siempre tuvo mucha memoria y fue muy inteligente. En el colegio a mí me felicitaban por lo buena que era Patricia”, cuenta orgulloso el papá de la activista mapuche.
Agrega que “participaba en los grupos juveniles de la iglesia, hacía catequesis y era monitora de niños que se preparaban para sus sacramentos. Ahí tenía a sus amigos, pero cuando se fue a Temuco perdió la mayoría de sus contactos.
—¿Su hija ha pololeado alguna vez?
—Tuvo un par de pololos. Uno era francés y de hecho ese estuvo viviendo en nuestra casa. Pero por esta causa lo dejó. Con él duró como dos años. Fue su pareja en la etapa universitaria. En Temuco también estuvo con otro pololo que parece que era mapuche.
—¿Y ahora está pololeando?
—Según me contó ella ahora tiene una pareja. De hecho, el pulgoso, un peluche que tiene en la cama del hospital, se lo regaló él. El padre de la “Chepa” dice que sabe que el joven va a visitar a su hija de repente, “pero yo no lo conozco, creo que es muy tranquilo, un niño de Temuco.
Agrega que eran amigos de antes de que su hija fuera condenada, pero “parece que esta persona la iba a visitar a la cárcel y ahí empezó la cosa”.
—¿Su hija le ha dicho qué piensa hacer cuando obtenga la libertad?
—Ella quiere tener una oficina de derechos humanos para ayudar al pueblo mapuche. Además quiere formar una familia y vivir en un campo. Eso sí, aclara el padre de la huelguista, “quiere comprarlo con su plata, le han ofrecido espacios, pero ella prefiere comprarlo.
Fuente: la Segunda
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