Sunday, May 03, 2009

el papel de la Iglesia

ENTREVISTA a JUAN MASIÁ
Juan G. Bedoya


Calificar como "mitad cómico, mitad anacrónico" el debate eclesiástico sobre el uso del preservativo le costó hace dos años al jesuita Juan Masiá Clavel (Murcia, 1941) la carrera universitaria y el secuestro de su último libro, Tertulias de bioética. Manejar la vida, cuidar a las personas.


Masiá era director de la cátedra de Bioética de la Universidad Pontificia de Comillas, en Madrid, cuando el Vaticano pidió su cabeza a los jesuitas. Hoy es coadjutor en la parroquia de Rokko, de los jesuitas, en Kobe (Japón); profesor de Bioética en la Universidad Católica Santo Tomás, de la diócesis de Osaka, y colaborador en Tokio de la comisión católica de Justicia y Paz y de la sección japonesa de la Conferencia Mundial de Religiones por la Paz.


De vez en cuando regresa a España, reclamado para múltiples actividades. Es uno de los firmantes del manifiesto Ante la crisis eclesial, junto con otros 300 pensadores cristianos.

"La ideología político-religiosa da lugar a extrañas compañías de cama"
"No es competencia de la Iglesia prohibir el preservativo, ni recomendarlo"


Sostienen ustedes que la Iglesia católica está cometiendo "ridículos mayores que los del caso Galileo".

Galileo tenía razón en su intuición sobre el movimiento de los astros, pero no la tenía en sus argumentos. En cambio, hoy la ciencia suministra datos que la curia romana prefiere desconocer: por ejemplo en problemas referentes al inicio y al fin de la vida.

La consecuencia es que la proclamada síntesis entre fe y razón se ve así puesta en entredicho. Hay que evitar nuevos casos Galileo. Es muy cómodo rehabilitar a los Galileos del pasado mientras se condena a los de hoy. La Inquisición ha de extinguirse. La Congregación para la Doctrina de la Fe, que presidió Ratzinger tantos años, debería haber desaparecido.


¿Por qué ahora ese manifiesto por la crisis eclesial, y no antes?

Era muy necesario. La situación eclesiástica en algunas áreas es francamente anormal. Parece como si las autoridades eclesiásticas estuvieran haciendo todo lo posible por ahuyentar a las personas para apartarlas de la Iglesia.

Hacia fuera pierden credibilidad y hacia dentro dañan la comunión eclesial [Masiá distingue eclesial y eclesiástico; peyorativo lo segundo, como curial]. Callar sería irresponsable. Nos lo reprocharían en el futuro como hoy reprochamos los silencios cómplices de la era de la dictadura.


Achacan ustedes a la jerarquía "incapacidad para escuchar" y escaso respeto hacia la libertad. Pero se escuchan muchas voces críticas.

Hay críticas en todas las direcciones. Quienes son más papistas que el Papa se escandalizarán de que hayamos dicho que los papas no deben ser divinizados. A quienes nos querrían más radicales, no les gustará que hayamos expresado solidaridad con Benedicto XVI.

Desde un lado pareceremos cismáticos y desde el otro nos acusarán de maquiavelismo jesuítico. Mejor jugar bien a las siete y media, sin pasarse ni quedarse corto. En el medio, como Aristóteles o como la vía media budista.


Lo cierto es que el manifiesto salva a Benedicto XVI.

No buscábamos ni atacar, ni defender. Sí orar con él y por él, a la vez que le decimos, con afecto y respeto, lo que haya que decirle, igual que se lo dijo Pablo a Pedro o igual que se lo dijo Casaldáliga a Juan Pablo II.


Los obispos siguen empeñados en creer que el aborto es un problema católico, que debe ser tratado católicamente. La vieja idea de que lo que es pecado es también delito y debe ser castigado como tal por las leyes.

Como ciudadanos los obispos tienen derecho a expresar su opinión, y como creyentes tienen derecho a proponer sus valores. Pero no deben interferir en el proceso legislativo de la manera que lo hicieron contra la ley de reproducción asistida o la de investigación biomédica, ni deben imponer al parlamentario católico una disciplina de voto.


En el debate se echa en falta la opinión de un bioético. Esa idea episcopal de que la ley despenaliza la matanza de niños es pura truculencia.

Si me preguntan por el comienzo de una vida humana individual, diré que no antes de la implantación del preembrión en el útero materno y no después, como muy tarde, de la novena semana.

Pero no hay que mezclar este tema con el de la legislación. La pregunta no es si ha comenzado o no una vida humana, sino en qué casos y con qué condiciones de seguridad jurídica se puede interrumpir el proceso de una vida naciente (en camino hacia el nacimiento), sin hacer violencia al respeto debido tanto al feto como a la gestante.

Es lamentable que no se pueda debatir serenamente sobre estas cuestiones. Tengo mucha confianza en que hay bastantes parlamentarios, tanto en el partido del Gobierno como en la oposición, y tanto de una confesionalidad como de otra o de ninguna, que coinciden en el sentido común, en la responsabilidad en cuestiones de Estado, en hacer compatible la defensa de la vida con la despenalización y la seguridad jurídica de madres y profesionales de la sanidad.


¿Que le pareció la metedura de pata de Benedicto XVI, en África, sobre el preservativo y el sida?

Dijo una frase inapropiada, tuvo un lapsus linguae ante los periodistas. No es papal ni competencia de la Iglesia prohibir el preservativo, ni recomendarlo.

Ciertas posiciones morales de algunos eclesiásticos chocan con las medidas relativamente eficaces para combatir la pandemia, usadas por personal sanitario católico implicado en la prevención del sida.

Es cuestión de sentido común, de responsabilidad y de buen humor, tres características de la que a veces se carece en el mundillo eclesiástico. El cardenal Martini ha dicho cosas muy atinadas sobre este tema. Ha dicho que es necesario hacer todo por combatir el sida y que "en la situación de los esposos, uno de los cuales está infectado de sida, éste está obligado a proteger a la pareja y ésta también debe poder protegerse".


Le pregunté sobre la afirmación episcopal de que el Gobierno, si aprueba la ley del aborto, estará matando a personas.

Es retórica demagógica unida a exageración hispánica. Hacen un flaco favor a la vida que pretenden proteger y dan lugar a reacciones opuestas extremistas.

Es el mismo error que cuando apoyan al obispo brasileño que enarbola la excomunión por el aborto de la menor violada o cuando se ponen del lado de Bush contra la investigación con células madre, o del lado de Berlusconi contra el respeto a la dignidad del morir de la joven Eluana. La ideología político-religiosa da lugar a extrañas compañías de cama.


La tesis episcopal es que pueden (y hasta deben) meterse en todo, como si fueran legisladores preferentes.

Tienen la asignatura pendiente sobre las relaciones correctas entre iglesias y Estados. No aprueban en el examen sobre el decreto conciliar acerca de la libertad religiosa. No han aprendido la lección sobre la laicidad y la religión. Necesitarían una clase de ética cívica.

Es elemental entender bien la relación entre ética y derecho en una sociedad plural. Se puede estar, como estamos muchas personas, en favor de la vida, oponerse al aborto injusto y defender los derechos humanos, pero al mismo tiempo en favor de no penalizar determinados comportamientos que uno no querría adoptar y que considera éticamente cuestionables.


¿Llegó a Japón la noticia de la campaña episcopal del lince?

En Japón, en vez del lince, habría sido más oportuno poner una ballena...


Juan G. Bedoya
El País, 25/04/2009

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