Saturday, June 27, 2009

Sal de tu tierra por Ángela C. Ionescu

Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré
(Gn 12,1).


Sal de tu tierra. Comienzo de toda historia humana, de toda, desde el nacimiento.

Sal de tu tierra, sal del refugio materno. Sal de todo cobijo y amparo.

Sal de tu tierra. Sal de tu infancia, sal de tu juventud, sal de la madurez.

Sal de los pasos firmes y del camino seguro.
Sal de tu tierra. Sal de la tierra que amas, sal de los sueños acariciados, sal
de lo que has creído tuyo, sal de la casa que te has construido, de la huerta que has plantado, del jardín que has regado. Sal de los proyectos que engendran felicidad y sosiego.
Sal de tu tierra. Sal de la vida misma. Sal, sal… Nunca es posible quedarse en nada.
Comienzo de toda historia humana, que es comienzo de toda andadura con Dios. Como para Abraham, para todos Sal de tu tierra es sal de ti, sal hacia mí.

Y se sale. Es después cuando se puede desobedecer, y volverse a la tierra propia, o al menos intentarlo, que en las cosas de Dios es como haberse ido y desertado, y echar marcha atrás, y mirar atrás. Arrancarse de la tierra puede doler mucho. O quizá nada, si la voz de Dios suena con certeza en el corazón. Lo duro es continuar fuera de ella día tras día, vivir siempre forastero, con la patria atrás, tan sólo en el recuerdo y la nostalgia, cuando el eco de la voz que llama se ha desvanecido y los días son tan largos.

Sal de tu tierra. Sin alforjas para el camino, ni dinero, ni túnica de repuesto…
Tal es la fuerza que emana de esa voz que ni se nos ocurre decir “Quién eres para mandarme eso”. Y luego, toda la vida, después de salir de la tierra, toda la vida en pos de aquel a quien se obedeció, toda la vida preguntando su nombre. Y de vez en cuando arrodillándose y adorando. A Aquel que no tiene nombre: ¿Para qué me preguntas mi nombre, si es maravilloso?”

Sal de tu tierra teje, vuelta tras vuelta, la propia historia.
Historia sin patria, sin casa, sin raíces,
extranjera en la tierra,
a merced de tu soplo,
nómada del desierto
que ríe en tantas lenguas
y sueña sin ninguna.
Sin ligarme a nadie en el fondo del alma,
corazón sin amarras al que quitaste el ancla.
Historia de despojos, siempre de despedidas.
Me enseñaste a mirar con ojos de adiós.

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