Thursday, March 25, 2010

Gregorio Rosa Chávez: “Romero ha vuelto para quedarse”


Obispo auxiliar de San Salvador
(José Luis Celada) La Iglesia y el pueblo salvadoreños se disponen a conmemorar, el próximo día 24, el 30º aniversario del asesinato del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, cuya beatificación parece cada vez más cerca. Mientras tanto, “se ha abierto el debate sobre qué Romero va a ser canonizado: si el hombre virtuoso, pero inofensivo, o el profeta de fuego que incomoda, la voz de los sin voz”, reconoce Gregorio Rosa Chávez. En cualquier caso, el obispo auxiliar de San Salvador siente que el movimiento que impulsa camino de los altares al que fuera su pastor “parece irreversible”. “Tengo la impresión –asegura– de que monseñor Romero ha vuelto para quedarse”.

- ¿En qué punto está la causa de monseñor Romero?
Monseñor Romero murió el 24 de marzo de 1980. Exactamente diez años después, su sucesor y amigo, el arzobispo Arturo Rivera Damas, abrió en San Salvador la etapa diocesana del proceso de canonización. Rivera murió súbitamente, cuatro años más tarde, en noviembre de 1994, pero el proceso ya no se detuvo: la solemne clausura del mismo fue presidida por el nuevo arzobispo, monseñor Fernando Sáenz Lacalle, el 1 de noviembre de 1995.

La documentación se encuentra actualmente en la Congregación para las Causas de los Santos, tras haber superado satisfactoriamente dos pruebas en la Congregación para la Doctrina de la Fe; allí se examinó la ortodoxia de las homilías, las cartas pastorales y demás escritos del Siervo de Dios Óscar Arnulfo Romero. Luego la documentación pasó a la Congregación para las Causas de los Santos, de donde volvió al dicasterio que dirigía el cardenal Ratzinger antes de convertirse en el papa Benedicto XVI: esta vez se examinó la doctrina social de la Iglesia predicada por monseñor Romero. La segunda prueba fue también pasada con éxito. Así están las cosas.
- ¿A qué achacan desde El Salvador el evidente retraso del proceso, habida cuenta de que se van a cumplir ya 30 años de su muerte?
Los comentarios son muy variados, pero los más interesados en este asunto hemos aprendido a tener paciencia. En este sentido, no olvido las palabras que me dijo hace ya varios años el cardenal Roger Etchegaray: “Romero llegará a los altares, pero no tan pronto como nosotros quisiéramos”. No me atreví a preguntarle por qué tenía esa opinión.
Mi impresión es que monseñor Romero es un mártir atípico. Es un santo que no nos deja tranquilos, que cuestiona nuestra forma de vida, que nos invita a dejar las posiciones cómodas y a atrevernos a correr riesgos. Pero, cuando se da el paso, uno se siente en muy buena compañía, como él se sintió en buena compañía en el Cristo muerto y resucitado: “En él está mi vida y mi muerte”, escribió en su cuaderno de apuntes espirituales, un mes antes de su martirio.

- ¿Sigue siendo Romero el “santo del pueblo”, “San Romero de las Américas”, también para las nuevas generaciones de compatriotas?
Estas bellas expresiones, del obispo poeta don Pedro Casaldáliga, han hecho fortuna, así como su famoso verso “nadie podrá olvidar tu última homilía”. Para quienes han sufrido en carne viva la represión de parte de los agentes del Estado durante los tiempos de la guerra –¡y son tantos!– esto cae por su peso: ¡ellos ya lo “canonizaron”! Poco a poco, Romero va siendo también el santo del pueblo sencillo, poco informado o intoxicado por la brutal propaganda oficial que demonizó al venerado pastor. El movimiento parece irreversible, gracias a Dios.
- En este Año Sacerdotal, ¿sigue siendo el testimonio de monseñor Romero estímulo y espejo donde mirarse para el clero salvadoreño, o el arzobispo asesinado se sentiría algo ‘extraño’ en el Episcopado y la Iglesia actual?
Yo me atreví a escribir un breve artículo que servía de portada al calendario litúrgico de la Diócesis de San Miguel, la Iglesia particular donde nació y ejerció su ministerio sacerdotal Óscar Romero: lo titulé “Monseñor Romero, nuestro Cura de Ars”. Recientemente, uno de los vicepostuladores de su causa acaba de publicar el sugestivo libro: Así tenía que morir: ¡sacerdote!, porque así vivió. En esta obrita, Delgado retoma las notas del seminarista Romero cuando estudiaba teología en la Universidad Gregoriana de Roma, destacando sus pensamientos acerca de la vocación sacerdotal. En la segunda parte, el lector puede revivir la experiencia romana del joven Romero a través de su diario, que comienza en 1937. Él fue ordenado sacerdote en la Ciudad Eterna, el 4 de abril de 1942.
Monseñor Romero como modelo sacerdotal está calando hondo en el clero y en muchos seminaristas. Las circunstancias tan excepcionales de su muerte, cuando se disponía a preparar el pan y el vino para el ofertorio, son como una tierna caricia de Dios: el Señor le regaló una muerte sacerdotal al hombre fiel que fue ante todo sacerdote. No sé si puede haber una respuesta divina más clara a lo que el Siervo de Dios dijo en su última homilía, en la pequeña capilla donde entregó su vida: “Que este cuerpo inmolado y esta sangre derramada por los hombres, nos alienten también para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”.
Vida Nueva

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