Sunday, May 22, 2016

Carta a los 7 monjes de Tibhirine por Mari López Santos

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CARTA A LOS 7 MONJES DE TIBHIRINECelebración 20º aniversario de su muerte


Queridos hnos. monjes de Tibhirine (Christian, Christophe, Luc, Celestin, Paul, Michel y Bruno):

Durante muchos años vuestro testimonio como comunidad de monjes cristianos en un país musulmán fue silencioso: compartir vuestra vida de oración, trabajo y acogida, atentos a vuestros vecinos y a quienes se acercaban a la hospedería del monasterio. Pero también compartíais el sufrimiento y la inquietud que generaba la violencia que azotaba Argelia en aquellos años, junto a la gente sencilla del pueblo. Como otros muchos religiosos y religiosas que optaron por permanecer aún sabiendo que el precio podía ser el que, finalmente, pagasteis.
Tras vuestro secuestro y muerte, en 1996, y en los años siguientes, a muchas personas en el mundo fue llegando, de una forma casi subliminal… (¿será esto el soplo del Espíritu que no hay quien lo pare?) vuestro testimonio. Se ha esparcido silenciosamente a modo de semillas dormidas bajo tierra, que en la explosión de la primavera se convierten en plantas magníficas, con hojas y flores, distribuyendo el polen de vuestra vida vivida con coherencia, discernimiento y opción comunitaria.
En 2011, la película “DE DIOSES Y HOMBRES” recogía con dignidad, dureza y belleza lo que fueron los últimos tres años de vuestras vidas. Y este acontecimiento os puso en medio del mundo para quien quiera recoger el mensaje de no-violencia, cercanía interreligiosa en la vida desde lo sencillo, desde la oración, desde la ayuda al otro, ya sea cristiano, musulmán o quien se acerque necesitado.
En los tiempos que corren se necesita urgentemente “escucharos” de nuevo. Será a través de lo que dejasteis escrito, como el Testamento de Christian, abierto el 25 de mayo de 1996, en la fiesta de Pentecostés; los libros y textos de muchos de vosotros y los testimonios de quienes os conocieron en persona: también vuestros vecinos y amigos musulmanes; las personas con las que compartíais diálogo interreligioso desde el respeto y los sencillos detalles de la vida.
Y también, como le pasó al San Pablo, los que de alguna forma quedamos “tocados” por vuestra vida, aún sin conoceros personalmente, poniéndonos en marcha para ayudar a que la semilla de Tibhirine siga siendo fecunda para la vida de la Iglesia y, muy especialmente, del mundo en este convulso tiempo en donde tenemos que mirarnos en vuestro espejo, para identificar al hermano más allá de la densa bruma de la violencia; con mirada certera, sin caer en el desprecio globalizado. Una filigrana de la que sois maestros y mucho tenemos que aprender.
He escrito en otras ocasiones sobre lo recibido a través de vuestro testimonio y, como siempre, creo que debo callar y nuevamente dar la palabra a Christian que, en su Testamento, dice todo lo que hay que decir y en primera persona (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Me uno a su despedida: ¡Amén!… ¡In Shallah!
 Mari Paz López Santos
Cuando un A-Dios se vislumbra…
Si me sucediera un día –y ese día podría ser hoy–
ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento
a todos los extranjeros que viven en Argelia,
yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia,
recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país.
Que ellos acepten que el Único Maestro de toda vida
no podría permanecer ajeno a esta partida brutal.
Que recen por mí.
¿Cómo podría yo ser hallado digno de tal ofrenda?
Que sepan asociar esta muerte a tantas otras tan violentas
y abandonadas en la indiferencia del anonimato.
Mi vida no tiene más valor que otra vida.
Tampoco tiene menos.
En todo caso, no tiene la inocencia de la infancia.
He vivido bastante como para saberme cómplice del mal
que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo,
inclusive del que podría golpearme ciegamente.
Desearía, llegado el momento, tener ese instante de lucidez
que me permita pedir el perdón de Dios
y el de mis hermanos los hombres,
y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien me hubiera herido.
Yo no podría desear una muerte semejante.
Me parece importante proclamarlo.
En efecto, no veo cómo podría alegrarme
que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi asesinato.
Sería pagar muy caro lo que se llamará, quizás, la “gracia del martirio”
debérsela a un argelino, quienquiera que sea,
sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el Islam.
Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados globalmente.
Conozco también las caricaturas del Islam fomentadas por un cierto islamismo.
Es demasiado fácil creerse con la conciencia tranquila
identificando este camino religioso con los integrismos de sus extremistas.
Argelia y el Islam, para mí son otra cosa, es un cuerpo y un alma.
Lo he proclamado bastante, creo, conociendo bien todo lo que de ellos he recibido,
encontrando muy a menudo en ellos el hilo conductor del Evangelio
que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi primerísima Iglesia,
precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes.
Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón
a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista:
“¡qué diga ahora lo que piensa de esto!”
Pero estos tienen que saber que por fin será liberada mi más punzante curiosidad.
Entonces podré, si Dios así lo quiere,
hundir mi mirada en la del Padre
para contemplar con El a Sus hijos del Islam
tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, 
frutos de Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu,
cuyo gozo secreto será siempre, el de establecer la comunión
y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos,
doy gracias a Dios que parece haberla querido enteramente
para este GOZO, contra y a pesar de todo.
En este GRACIAS en el que está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida,
yo os incluyo, por supuesto, amigos de ayer y de hoy,
y a vosotros, amigos de aquí,
junto a mi madre y mi padre, mis hermanas y hermanos y los suyos,
¡el céntuplo concedido, como fue prometido!
Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías.
Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este “A-DIOS” en cuyo rostro te contemplo.
Y que nos sea concedido reencontrarnos como ladrones felices
en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío.
                                                                                                      ¡AMEN! IN SHALLAH!
          Argel, 1 de diciembre de 1993
Tibhirine, 1 de enero de 1994
ECLESALIA


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