Este domingo la Iglesia celebra la fiesta de Corpus Christi, aunque en algunas ciudades se ha mantenido el jueves, uno de esos que brillan más que el sol. Reconozco que me costó explicar a una persona que no comparte la fe -ni la cultura católica- esta tradición de sacar en procesión el pan consagrado. Y más difícil puede resultar cuando, para darle solemnidad y con sincera devoción, se va adornando con oros, platas, campanillas, monaguillos… hasta el punto de que la forma consagrada resulta difícil de encontrar. Pues a pesar de la secularización en muchas ciudades y pueblos, familias enteras visten sus mejores galas para ver el cortejo sacramental.
Hace ya 17 siglos Juan Crisóstomo escribió algo que desde que lo leí por primera vez cambió mi mirada sobre la eucaristía: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez.”
Hace unos días veíamos las fotos de una barcaza volcando y el cuerpo de Cristo hundiéndose en el Mediterráneo. Murieron siete. Hoy nos enteramos que las fuerzas de seguridad en Melilla han devuelto en caliente el Cuerpo de Cristo. Treinta migrantes fueron devueltos en una práctica que la Convención Europea de Derechos Humanos considera ilegal. Hace unos días llegaba una chica africana a un centro de religiosas pidiendo que le ayuden a salir de una red de trata. El cuerpo de Cristo violado y esclavizado. Quedan miles de mujeres en esa situación, muchas menores.
Ya seamos curas, ministros, estudiantes o personas en desempleo no podemos recibir el cuerpo de Cristo si no nos duelen las entrañas al saber que se está ahogando, que lo están expulsando y que lo están violando. Tampoco podemos ir a la procesión del Corpus si no hacemos lo que está en nuestra mano para reparar estos sacrilegios.
Javier Montes sj
pastoralsj
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