Sunday, February 16, 2014

EL LECHO DE PROCUSTO por Vicente Martínez


"Creamos nuestras estructuras, y después ellas nos crean a nosotros" (Winston Churchill)
16 de febrero, VI domingo del TO
Mt 5, 17-37
-"Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de Dios"-"Habéis oído que se dijo...Pues yo os digo"
Existió en la antigua Grecia un bandido –y posadero a la vez- establecido en el camino de Megara a Atenas que después de asaltar y desvalijar a sus víctimas, las tendía en su lecho de hierro, estirándolas cruelmente si sus pies no llegaban al borde del mismo, o cortándoles las piernas si lo sobrepasaban. Procusto, tal era su nombre, fue un Torquemada laico y primitivo de la época helénica. Un talibán fundamentalista, para el que todo cuanto no se ajustaba al angosto y rígido lecho de su mente acababa despiadadamente mutilado.
Y la historia se reescribe. Visionarios de vía estrecha, en primer lugar, elegidos por no se sabe bien qué demiurgo, que se consideran gestores responsables de pastorear las ideas ajenas, no cesando en su celoso empeño hasta encerrarlas -velis nolis- en el seguro redil, dicen ellos, de sus personales certezas.
Hay poderes fácticos en la vida que luchan igualmente, cada uno a su manera, por gestionar el lecho de Procusto. Por ejemplo, los adoradores de una fe excluyente y los políticos de pensamiento único, de cuyo diccionario están proscritos términos tales comocomplementariedad y discrepancia. Y también la moda, la publicidad y la propaganda; cabañas o posadas todas ellas del salteador de turno, en cuyo lecho se planifican modelos de vida o de vestir –que tanto da- para que el sueño de José se cumpla, y las siete vacas gordas acaben haciéndose más gordas, y las siete vacas flacas, muriéndose de flacas.
Pero existe igualmente un tercer espécimen, quizás más terrible todavía por ser cepa cancerígena de todos los demás: el Procusto de uno mismo que, como el caballo de Troya, comporta la destrucción en su propio vientre. "El río abre su cauce y el cauce esclaviza al río", escribió Ortega y Gasset. Y W. Churchill le atribuyó autoría cuando el fenómeno ocurre sobre la geografía del hombre: "Creamos nuestras estructuras, y después ellas nos crean a nosotros", dijo.
Es el suyo un oscuro discurrir por un angosto y profundo Cañón del Colorado, sin perspectivas ya sobre el medio que le rodea, condenado a la horca inexorable de sus rígidas creencias. Como el Caballero de la armadura oxidada y como los Jinetes del Apocalipsis. Todos estos iluminados "procustos" van pertrechados de férreas panoplias –sus personales ideas- que impiden, suicidamente, que ninguna idea ajena a ellos les pueda regenerar.
Y sin embargo, en un mundo caótico, predominantemente ambiguo, independiente y en constante y acelerado cambio, las normas y procedimientos tradicionales, las certezas y los valores que en su día propiciaron el viaje de la existencia, sirven ya de poco en similares tiempos. Quizás tan sólo para perecer irremediablemente ahogado en el fondo del cauce de sí mismo, como le sucedió a Narciso.
Jesús, por el contrario, se posiciona frente a la Ley con la media docena de antítesis en Mt. 5, 17-37 simplificándonos el existir: "Habéis oído que se dijo...Pues yo os digo" y, en palabras de Schökel, reconduce los mandamienos a su raíz y a su objetivo último: el servicio a la vida, a la justicia, al amor, y a la verdad.

UNA CRUZ SENCILLA

Hazme una cruz sencilla,
carpintero...
sin añadidos
ni ornamentos...
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
sencilla, sencilla...
hazme una cruz sencilla, carpintero.

León Felipe

Fe Adulta

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