Día 64 de confinamiento. Sábado 16 de mayo.
Si nos paramos a pensarlo con un poco de distancia y objetividad, esta situación de pandemia mundial y confinamiento que estamos viviendo, es una situación del todo fuera de lo imaginable.
Quiero decir que por más que hace unos meses nos hubieran dicho que nos iba a suceder esto, hubiéramos sido más que incapaces de entender, de comprender lo que estamos viviendo.
Sin problema, como es normal, hubiéramos comprendido que nos tocaba estar encerrados tres meses para evitar la propagación de un virus, para protegernos a nosotros mismos y proteger a los demás –y así lo hemos hecho-. Pero todo este conjunto de sensaciones, emociones, experiencias, este sumar días serenos y días alterados, sentimientos, ideas, oportunidades, este vivir oscuridades, agobios, esperanzas y cabreos, este hacer cosas nuevas, probar otras, buscar rutinas, esta situación de inseguridad y a la par de esperanza, de ganas de normalidad y a la par de esperar que nada sea igual, todo esto que está pasando por dentro de cada uno, de cada mente, de cada corazón, era del todo inimaginable hace un par de meses.
Esta idea me la hacían ver ayer en relación a como en la vida de cada uno hay algunas experiencias, algunos momentos, algunas situaciones y vivencias, que por más que uno intente explicarlas, son incomprensibles si no se han vivido en primera persona.
Seguro que cada uno podemos contar alguna. Un voluntariado, una peregrinación, un viaje. Momentos que se han vivido con tal intensidad, con tal cúmulo de emociones, de vivencias, con tal capacidad de tocar con los dedos la magia que tenían, que se han vivido tan desde dentro, que para que alguien las pueda entender, tendría que haberlas vivido contigo. Experiencias que por mucho que te las cuenten, si no las has vivido, no sabes realmente lo que son.
Es la idea de cómo tras cada experiencia hay una vivencia profunda cuando dejas que las cosas te toquen, te rocen de verdad. Cuando no simplemente pasas por las cosas, sino que las cosas pasan de veras por ti. Entonces esas experiencias se convierten realmente en vivencias que enriquecen y construyen, que nos hacen ser diferentes, con las que crecemos, aprendemos y descubrimos más de nosotros mismo, de quiénes somos, del mundo y de Dios.
Vicente Niño Orti, OP
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