Al discípulo le espera la misma suerte del Maestro. Así lo ha dicho Benedicto XVI ordenando a 19 sacerdotes de la diócesis de Roma. En el sugestivo marco de la Basílica Vaticana, el Papa ha dejado claro que el discípulo y especialmente el apóstol- experimenta la misma alegría que Jesús: conocer el nombre y el rostro del Padre; y comparte también su mismo dolor: ver que no se conoce a Dios y que su amor no es correspondido. El mundo no quiere conocer a Dios ni escuchar a sus ministros ha proseguido el Pontífice- porque ello le provocaría una crisis. De aquí nace la reflexión de Benedicto XVI sobre el peligro de que el mundo corrompa a la Iglesia. Este mundo, siempre en sentido evangélico, ha precisado el Papa, también ensidia a la Iglesia contagiando a sus miembros y a los mismos ministros ordenados. Por esta razón es necesaria una constante vigilancia y purificación para que los sacerdotes estén en el mundo sin ser mundanos. Ser sacerdotes en la Iglesia, significa ingresar en esta autodonación de Cristo mediante el sacramento del Orden y entrar con toda plenitud en este camino cotidiano de amor. Por último Benedicto XVI ha señalado sobretodo la oración para permanecer siempre en Cristo.
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