Liturgia de la Palabra: Gn 49,1-2.8-10; Mt 1,1-17
“Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.” (Mt 1, 16)
“De nada sirve reconocer a nuestro Señor como hijo de la bienaventurada Virgen María y como hombre verdadero y perfecto, si no se le cree descendiente de aquella estirpe que en el Evangelio se le atribuye. Pues dice Mateo: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham; y a continuación viene el orden de su origen humano hasta llegar a José, con quien se hallaba desposada la madre del Señor.” (San León Magno, Carta 31)
El 17 de diciembre se inicia el octavario de preparación inmediata para la Navidad. A partir de este día, las lecturas se centrarán en los distintos protagonistas de la historia más sobrecogedora, la de Dios humanado.
Dos orígenes del Hijo de Dios se señalan de forma explícita: Jesucristo es el Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, y a la vez, en cuanto hombre, nacido de la Virgen María y emparentado con la descendencia de Abraham y de David. Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre.
Los textos litúrgicos desean resaltar que en el Hijo de María se han cumplido las profecías mesiánicas y la bendición que Dios hizo sobre la casa de David, el tronco de Jesé. La historia se corresponde con un plan, anunciado desde antiguo, y realizado en el tiempo.
Al Creador le importa su criatura, Dios no se ha desentendido de la humanidad, por el contrario, ha asumido la naturaleza humana para devolverle la identidad perdida. Con el nacimiento de Jesús se nos da la Palabra, podemos volver a hablar en la lengua de Dios, se nos concede relacionarnos con Él como hijos y sabernos amados desde siempre.
El plan de Dios no es una ocurrencia motivada por un sentimiento espontáneo, repentino. Todo obedece al designio entrañable de quien no dejó de ser el amor creador, y que en la plenitud del tiempo se manifestó recreando con su Palabra, el Verbo eterno, nacido de mujer, todo el universo y la humanidad entera.
En la Navidad se nos desvela hasta dónde llega la verdad del amor divino, hasta hacerse en todo uno de nosotros, excepto en el pecado. Jesús asumió con todas las consecuencias nuestra naturalaza, para hacernos en Él amados de Dios.
“El Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos y consustancial a él: la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios. Pero esta misma Palabra, afirma san Juan, se «hizo carne» (Jn 1,14); por tanto, Jesucristo, nacido de María Virgen, es realmente el Verbo de Dios que se hizo consustancial a nosotros” (Benedicto XVI, Verbum Domini 7)
Ecclesia
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