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Thursday, December 16, 2010
La letra chica de la Arquidiócesis
Publicado por La Tercera, 16 de diciembre de 2010
Es la segunda vez en la historia de la Iglesia chilena que un sacerdote salesiano es puesto a cargo de la Arquidiócesis de Santiago. Podría tratarse de un dato menor, de no ser porque el anterior fue el cardenal Raúl Silva Henríquez, la figura eclesial más eminente del siglo XX. En su llegada a Santiago, el arzobispo Ricardo Ezzati se encuentra frente al doble desafío de conducir la Arquidiócesis más importante del país y medirse con la figura de su mentor, confesor y antecesor remoto.
Hay alguna ligera simetría en la situación de ambos. En 1961, el veterano Papa Juan XXIII decidió que el sucesor del cardenal Caro fuese un joven sacerdote que no había participado de la politizada disputa por Santiago. Silva Henríquez asumió casi por sorpresa y se encontró con una Iglesia en crisis, con serios problemas presupuestarios y una galopante desafección de los jóvenes.
Casi 50 años después, el también veterano Benedicto XVI ha decidido nombrar en el mismo cargo a un obispo que hasta hace un año estaba lejos de las pugnas políticas por la Arquidiócesis -principalmente, entre el Opus Dei y miembros de la comunidad jesuita. Ya sabe que hereda una Iglesia maltratada por los escándalos, desmoralizada y compungida y con la más seria crisis de credibilidad en muchas décadas.
Es cierto que este nombramiento no ha sido una sorpresa. Muchos elementos convergieron para que se tornase inevitable. Desde el conocimiento personal del también salesiano secretario de Estado, Tarcisio Bertone, hasta su participación en la comisión visitadora de los Legionarios de Cristo. Desde su intervención en el conflicto mapuche, en septiembre, hasta su designación como presidente de la Conferencia Episcopal, en noviembre. Es seguro que, de no haber sido arzobispo de Santiago, pronto se habría integrado en algún cargo de la Curia romana.
Pero la Iglesia de Santiago está muy golpeada como para prescindir de un líder enérgico, de un hombre que pueda conciliar un fuerte perfil pastoral con el papel político que el arzobispo de la capital no puede ni debe evitar, un hombre práctico y ejecutivo con una base intelectual sólida. Mandar a Ezzati a Roma era un lujo que la Iglesia chilena no se podía dar. Es seguro que la Santa Sede demoró el nombramiento porque intentaba aquilatar todos los delicados matices de la situación eclesial de Santiago.
Ezzati tiene por delante una tarea gigantesca en su propia jurisdicción, que ya sería suficiente para colmar toda su jornada. Pero en la letra chica, este cargo contiene también gran parte de la relevancia social de la Iglesia. Como cualquiera de sus antecesores, Ezzati tendrá que escoger entre una Iglesia introvertida, plegada sobre sí misma, con aversión al riesgo, o una Iglesia volcada hacia afuera, con opciones nítidas, dispuesta a jugarse su prestigio y no a perderlo por pura erosión. Por supuesto, esto no lo puede hacer un arzobispo solo. Pero quiéralo o no, para los efectos de su presencia pública, el de Santiago es siempre un primus inter pares que tiende a modelar el estilo del Episcopado.
Igual que el de Silva Henríquez en los 60, es posible que el nombramiento de Ezzati sea el inicio de una renovación en la Iglesia chilena.
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