Saturday, August 25, 2012

Ratzinger, el Vaticano II y el verano de 1962



Hace medio siglo, el futuro Papa estaba “bajo presión” por su papel de asesor teológico del cardenal Frings. Comprometido en una clarividente visión critica del material que habían preparado las comisiones en vista del inminente Concilio

GIANNI VALENTEROMA
En la tranquilidad veraniega de Castel Gandolfo, Benedicto XVI concluyó la redacción de su último volumen sobre la vida de Jesús y dicen que está definiendo las líneas principales de su cuarta Encíclica papal.
También hace 50 años, en estas fechas, el joven de 35 años Joseph Ratzinger (que en aquel entonces enseñaba teología fundamental en la Universidad de Bonn) se encontraba estudiando fascículos, corrigiendo borradores y preparando textos.

Entonces, quien le había sometido a jornadas intensas de trabajo había sido el arzobispo de Colonia Joseph Fringes, porque le había elegido como asesor teológico en vista del Concilio y pretendía valerse de su ayuda desde las últimas preparaciones para la reunión conciliar.

Frings era miembro de la Comisión preparatoria central del Concilio, y se prefiguraba, con sus intervenciones y sus iniciativas, como futuro “playmaker” del Vaticano II.

Gracias a Frings, Ratzinger tuvo acceso, desde la primavera de 1962, a los esquemas de los documentos que habían preparado las comisiones preparatorias que habrían sido discutidas y aprobadas en el Concilio. Entre mayo y septiembre, como indican historiadores del calibre de Norbert Trippen o el jesuita Jared Wicks, Ratzinger analizó por orden de Frings buena parte del material que habían preparado los órganos involucrados en la fase preparatoria; después de analizarlos, el joven teólogo habría expresado juicios lúcidos, claros y, a menudo, sorprendentes.

Por ejemplo, en una carta que envió en mayo a don Hubert Luthe (secretario de Frings que había sido compañero suyo en la facultad teológica de Múnich), Ratzinger apreciaba con tonos entusiastas los esquemas que había preparado el secretario para la Unidad de los cristianos, el órgano que, bajo la dirección del cardenal Augustin Bea, se iría delineando como interlocutor dialéctico con respecto a la Comisión teológica, presidida por el secretario del Santo Oficio, Alfredo Ottaviani. Entre los esquemas que firmó Bea destacan los primeros borradores de los futuros decretos conciliares sobre el ecumenismo y sobre la libertad religiosa. “Si se pudiera orientar el Concilio hasta lograr que sean justamente estos textos”, escribió Ratzinger al secretario de Frings en mayo de 1962, “habría valido ciertamente la pena y se habría logrado un verdadero progreso. Aquí se habla verdaderamente el lenguaje que sirve para nuestra época, que puede ser comprendido por todos los hombres de buena voluntad”.

A fines de junio, bajo indicación de Frings (que en esos meses se volvió portavoz de la creciente insatisfacción de amplios sectores de los episcopados europeos ante el desarrollo de la fase preliminar del Concilio), Ratzinger redactó el borrador de una Constitución apostólica que definía sintéticamente y con claridad los objetivos del Vaticano II antes de que comenzara: tres páginas en latín, en las que el joven teólogo bávaro indicó una veraz constatación de las circunstancias históricas en las que se había convocado el Concilio (“La luz divina parece oscurecida, y Nuestro Señor parece haberse adormilado en medio de la tempestad y de las olas de hoy”); el texto concluye apreciando la actualidad del modelo de anuncio que había indicado San Pablo, que para dar testimonio a Jesucristo “se hizo todo a todos” (1, Cor., 9, 22).

La argumentación crítica que llevó a cabo Ratzinger sobre los textos de la fase preparatoria del Concilio llegó a su punto más alto en septiembre de 1962. A menos de un mes de la apertura del Vaticano II, Ratzinger la aplicó directamente al primer corpus de siete esquemas predispuestos de forma definitiva por las Comisiones preparatorias, con la influencia de los organismos doctrinales de la Curia romana.

En un texto que Ratzinger terminó a mediados de septiembre (y que el cardenal Frings habría enviado con su propia firma y sin ningún cambio al Secretario de Estado Amleto Cicognani), las apreciaciones positivas aparecen solo para dos esquemas sobre la renovación litúrgica y sobre la unidad de las Iglesias orientales. Según el profesor de Bonn, solo aquellos documentos de trabajo “corresponden muy bien al objetivo del Concilio establecido por el Romano Pontífice”. Si la intención era la de la “renovación de la vida cristiana y de la adecuación de la disciplina de la Iglesia a las necesidades de hoy”, era metodológicamente importante evitar que el Concilio se empantanara desde su comienzo “en cuestiones complicadas que plantean los teólogos, que las personas de nuestro tiempo no pueden aferrar y que, al final, les turban”.


Los demás esquemas (sobre todo los que elaboró la Comisión teológica preparatoria, presidida por el cardenal Ottaviani) recibieron juicios por parte de Ratzinger como “demasiado escolásticos”. En particular, el esquema sobre la perseverancia de la pureza del “depositum fidei”, que, a juicio del joven teólogo, “en esta forma no puede ser propuesto al Concilio”. En cambio, sobre el que estaba dedicado a las “fuentes” de la divina Revelación, Ratzinger indicó que había que hacer algunos cambios sustanciales en su estructura y en su contenido. Los dedicados al orden moral cristiano, a la virginidad, a la familia y al matrimonio, fueron liquidados con argumentos de oportunidad pastoral. Aquellos, escribió Ratzinger, “abruman al lector con la abundancia de palabras”. Los textos conciliares, subrayó el joven profesor de teología, “deberían dar respuestas a las cuestiones más urgentes y deberían hacerlo, en la medida de lo posible, sin juzgar ni condenar, sino usando un lenguaje maternal, con una amplia presentación de las riquezas de la fe cristiana y de sus consuelos”.

A partir de la ayuda que ofreció al cardenal Frings desde la fase preparatoria del Concilio, se intuye que Joseph Ratzinger no llegó a la cita con el Vaticano II desarmado. El joven profesor bávaro estaba muy consciente de lo que estaba en juego en ese acontecimiento eclesial, incluso antes de que comenzara. Gracias a su colaboración con Frings, Joseph Ratzinger se hizo con un arsenal flexible pero bien perfilado de propuestas y reflexiones, que después habrían contribuido a la profundidad de su intensa participación en la aventura conciliar. 

Vatican Insider

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