Tú hablas también cuando callas, Padre
Hay que encontrarte, Señor, en todo: En el amor y en el odio, en el bien y en el mal
Dios y Padre nuestro:
No podemos ver claramente tu plan misterioso,
sólo vemos hechos aislados,
y nos equivocamos al ponernos como tus jueces y de la historia.
Así no defenderíamos al hombre
sino que contribuiríamos a su perdición.
Cuando todo está dicho y hecho,
Cuando hacemos memoria de tanto horror
y recordamos el holocausto judío,
te debemos seguir gritando con humildad e insistencia:
¡Levántate, Dios mío!
¡No te olvides de la humanidad, tu criatura!
Ahora que recordamos los seis millones de personas gaseadas
asesinadas, ahogadas o quemadas vivas,
torturadas, golpeadas o congeladas
mientras el mundo miraba -y mira-- en silencio
la crucifixión de un pueblo,
surge en nuestro corazón este interrogante:
¿Dónde estuviste, Señor, en esos días?
¿Por qué estuviste en silencio?
¿Cómo pudiste permitir esta masacre sin fin,
o este triunfo del mal entre los hombres?
Nuestro grito, Señor, es al mismo tiempo un grito
que penetra en nuestro mismo corazón
para que despierte en nosotros tu presencia escondida,
para que el poder que has depositado en nuestros corazones
no quede cubierto o sofocado en nosotros
por el fango del egoísmo,
por el miedo de los hombres,
por la indiferencia o el oportunismo".
Dachau, Buchenwald, o Sachsenhausen, en Alemania;
y Auschwitz o Lublin en Polonia, entre otros,
son los símbolos de la crisis de la fe ante la sinrazón humana;
alli se destruía toda tu obra creadora.
¿Cómo hablar desde Auschwitz de Ti como padre,
como creador y como señor de la historia?
¿Te tendremos que satanizar haciéndote
el último responsable del holocausto judío?
Todavía queda el recuerdo de tanto dolor inútil,
la memoria de las víctimas,
el luto ante un pasado que no se ve cómo puede quedar redimido.
¿Cómo experimentar tu actividad redentora
en y después de Auschwitz, Dachau o Lublin?
También estas preguntas conciernen a lo que vivió Hiroshima
actualizadas hoy en Indochina, en Yugoslavia o en Argelia
bajo los nombres de las hambrunas del África subsahariana
o las guerras del Oriente próximo. o en nuestros días Haití.
Algunos anuncian a bombo y platillo
la pregonada muerte de Dios
llevando a eliminar los viejos códigos morales,
a predicar la transvaloración de los valores,
según lo cual ya no existe ni el bien ni el mal,
y nos conducen a una moral sin culpa,
en la que se enaltece el olvido
más que la memoria de las víctimas.
Queremos creer y queremos preguntar: ¿Por qué?
Y no encontramos respuestas oportunas.
El "¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?"
pronunciado por tu Hijo en el Gólgota sobre la Cruz
forma parte irrenunciable de tu afirmación tras Auschwitz.
A veces solo nos queda preguntar y con ella,
la duda. porque sabemos de quienes nos hemos fiado.
Dios y Padre nuestro:
Tu no quieres ni eres la causa de lo que nos acaece en la historia.
Tu no eres el Dios que nos castiga ni el que nos recompensa
con los acontecimientos históricos.
La historia tiene su autonomía,
sus tendencias y dinamismo propio,
como la naturaleza sus leyes.
Tu no eres el agente de la historia humana
sino el hombre,
y Tu, Señor,
sólo puedes serlo en cuanto que
el ser humano se deja inspirar,
motivar y guiar por ti.
Desde dentro,
no desde la exterioridad del sujeto
sino desde la inmanencia subjetiva e histórica,
suscitas su acción liberadora.
Hay que encontrarte, Señor, en todo:
En el amor y en el odio, en el bien y en el mal.
Sólo dando sentido a lo que no lo tiene,
siendo testigos tuyos con las víctimas en Dachau o en Auschwitz,
y en los genocidios y asesinatos posteriores,
se puede creer en ti como Padre providente y creador.
Que los santos Nicolás Gross, Santiago Gapp,
Teresa Benedicta de la Cruz,
Maximiliano María Kolbe,
y los beatos María Teresa Kowalska o Tito Brandsma,
testigos en la vida y en la muerte de tu Hijo Jesucristo
en los campos de concentración nazis,
síntesis dramática de la historia de nuestro último siglo
nos enseñen a vivir nuestra vida
siendo fieles a Ti y a los hombres de nuestro tiempo.
Dios y Padre nuestro:
Que nunca nos olvidemos
que Tú hablas también cuando callas o guardas silencio.
Que te callas por amor,
y hablas por amor.
Tanto si te callas como si hablas,
Tú eres siempre el mismo Padre,
el mismo corazón paterno,
tanto si nos guías por tu voz,
como si nos enseñas por tu silencio.
Amén.
No podemos ver claramente tu plan misterioso,
sólo vemos hechos aislados,
y nos equivocamos al ponernos como tus jueces y de la historia.
Así no defenderíamos al hombre
sino que contribuiríamos a su perdición.
Cuando todo está dicho y hecho,
Cuando hacemos memoria de tanto horror
y recordamos el holocausto judío,
te debemos seguir gritando con humildad e insistencia:
¡Levántate, Dios mío!
¡No te olvides de la humanidad, tu criatura!
Ahora que recordamos los seis millones de personas gaseadas
asesinadas, ahogadas o quemadas vivas,
torturadas, golpeadas o congeladas
mientras el mundo miraba -y mira-- en silencio
la crucifixión de un pueblo,
surge en nuestro corazón este interrogante:
¿Dónde estuviste, Señor, en esos días?
¿Por qué estuviste en silencio?
¿Cómo pudiste permitir esta masacre sin fin,
o este triunfo del mal entre los hombres?
Nuestro grito, Señor, es al mismo tiempo un grito
que penetra en nuestro mismo corazón
para que despierte en nosotros tu presencia escondida,
para que el poder que has depositado en nuestros corazones
no quede cubierto o sofocado en nosotros
por el fango del egoísmo,
por el miedo de los hombres,
por la indiferencia o el oportunismo".
Dachau, Buchenwald, o Sachsenhausen, en Alemania;
y Auschwitz o Lublin en Polonia, entre otros,
son los símbolos de la crisis de la fe ante la sinrazón humana;
alli se destruía toda tu obra creadora.
¿Cómo hablar desde Auschwitz de Ti como padre,
como creador y como señor de la historia?
¿Te tendremos que satanizar haciéndote
el último responsable del holocausto judío?
Todavía queda el recuerdo de tanto dolor inútil,
la memoria de las víctimas,
el luto ante un pasado que no se ve cómo puede quedar redimido.
¿Cómo experimentar tu actividad redentora
en y después de Auschwitz, Dachau o Lublin?
También estas preguntas conciernen a lo que vivió Hiroshima
actualizadas hoy en Indochina, en Yugoslavia o en Argelia
bajo los nombres de las hambrunas del África subsahariana
o las guerras del Oriente próximo. o en nuestros días Haití.
Algunos anuncian a bombo y platillo
la pregonada muerte de Dios
llevando a eliminar los viejos códigos morales,
a predicar la transvaloración de los valores,
según lo cual ya no existe ni el bien ni el mal,
y nos conducen a una moral sin culpa,
en la que se enaltece el olvido
más que la memoria de las víctimas.
Queremos creer y queremos preguntar: ¿Por qué?
Y no encontramos respuestas oportunas.
El "¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?"
pronunciado por tu Hijo en el Gólgota sobre la Cruz
forma parte irrenunciable de tu afirmación tras Auschwitz.
A veces solo nos queda preguntar y con ella,
la duda. porque sabemos de quienes nos hemos fiado.
Dios y Padre nuestro:
Tu no quieres ni eres la causa de lo que nos acaece en la historia.
Tu no eres el Dios que nos castiga ni el que nos recompensa
con los acontecimientos históricos.
La historia tiene su autonomía,
sus tendencias y dinamismo propio,
como la naturaleza sus leyes.
Tu no eres el agente de la historia humana
sino el hombre,
y Tu, Señor,
sólo puedes serlo en cuanto que
el ser humano se deja inspirar,
motivar y guiar por ti.
Desde dentro,
no desde la exterioridad del sujeto
sino desde la inmanencia subjetiva e histórica,
suscitas su acción liberadora.
Hay que encontrarte, Señor, en todo:
En el amor y en el odio, en el bien y en el mal.
Sólo dando sentido a lo que no lo tiene,
siendo testigos tuyos con las víctimas en Dachau o en Auschwitz,
y en los genocidios y asesinatos posteriores,
se puede creer en ti como Padre providente y creador.
Que los santos Nicolás Gross, Santiago Gapp,
Teresa Benedicta de la Cruz,
Maximiliano María Kolbe,
y los beatos María Teresa Kowalska o Tito Brandsma,
testigos en la vida y en la muerte de tu Hijo Jesucristo
en los campos de concentración nazis,
síntesis dramática de la historia de nuestro último siglo
nos enseñen a vivir nuestra vida
siendo fieles a Ti y a los hombres de nuestro tiempo.
Dios y Padre nuestro:
Que nunca nos olvidemos
que Tú hablas también cuando callas o guardas silencio.
Que te callas por amor,
y hablas por amor.
Tanto si te callas como si hablas,
Tú eres siempre el mismo Padre,
el mismo corazón paterno,
tanto si nos guías por tu voz,
como si nos enseñas por tu silencio.
Amén.
Antonio Díaz Tortajada, 27 de enero de 2010
RD
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