Por todas partes constatamos una tensión entre los jóvenes y los viejos. No nos estamos entendiendo. Los mayores no podemos seguirles el paso. Se nos arrancan cada vez más. Se nos ha hecho sumamente difícil entenderlos. Los padres y madres se cuestionan. ¿Cómo educar a un hijo? ¿A qué hora es conveniente ir a buscar a una hija a una fiesta? ¿A las tres o a las cuatro? ¿Y?
Las ciencias se han disparado. Los conocimientos avanzan a una velocidad tal que somos cada vez más ignorantes. La técnica lo puede casi todo. El tiempo devora el espacio: asistimos en tiempo real a una matanza en el Medio Oriente. La internet ha replicado el mundo en la estratósfera, en la atmósfera, quién sabe dónde. Un bandido chileno hace una estafa en Madrid con un teléfono en la Penitenciería de Santiago. Los niños manipulan los telecomandos antes de aprender a hablar. Sí, de hablar, no solo de leer y escribir. Los jóvenes se manejan en las redes como delfines. Nos miran con desdén o imaginamos que nos desprecian. Estamos nerviosos. Estamos como arrinconados. Como perros mojados. Y de vez en cuando nos vemos obligados a pedir ayuda a los jóvenes porque se nos apagó la pantalla y no sabemos qué hacer.
Ellos, los jóvenes, no son culpables de saber. Y a nosotros, los mayores, nadie puede echarnos la culpa de habernos vuelto analfabetos digitales. Creemos tener más sabiduría. Es seguro que la tenemos. Pero a las nuevas generaciones les importa poco nuestra experiencia. Quieren experimentar el mundo por ellos mismos. Es legítimo, además de necesario.
Nunca en la historia de la humanidad el foso entre dos generaciones sucesivas ha sido tan profundo. Y tan grave. El paso de los cazadores-recolectores a los agricultores tomó miles de años en cumplirse. Hoy el salto a la realidad virtual también es gigantesco, pero se está dando en pocas décadas. Siempre ha habido tensiones entre una generación y otra motivadas por los cambios culturales. En mi caso recuerdo los típicos conflictos con mi madre por el tema de los permisos. Un asunto mínimo, en realidad. Talvez operaban soterrados procesos de liberación de las costumbres como el que se ve hoy, pero no me di gran cuenta de ello. En suma, nuestro mundo fue el mismo del de nuestros padres. Ese mundo, a futuro, nos parecía que no cambiaría mucho en lo fundamental. Entre los jóvenes y los mayores dudo que dejará de ser decisivo amar y ser amados, pero según parece podemos llegar a entender el amor de maneras incompatibles. Lo que para unos es expresión de libertad y de confianza, para otros puede ser una falta de respeto.
¿Qué hacer? Se lo pregunto a los jóvenes. Porque algo tenemos que hacer, ya que una cosa es clara: no es sensato que explote un conflicto generacional. Pregunto, porque en realidad no tengo la respuesta y no sé por dónde empezar.
Jorge Costadoat sj
Cristianismo en Construcción
RD
Cristianismo en Construcción
RD
No comments:
Post a Comment