Entrevista a Karoline Mayer, la 'Madre Teresa' de Chile
"Yo quería vivir con la gente, como Jesús. Cómo iban a creer en mí, si no"
(José Manuel Vidal).- Karoline Mayer es un icono de la lucha contra la pobreza. Ha desarrollado su trabajo en Chile, lugar al que fue destinada por su congregación a los 25 años. Allí, estudió enfermería en la Universidad y, por insistencia, vivió de primera mano y a ras de suelo la situación de miseria en la que vivía un gran número de personas. Comprendió entonces dónde estaba su lugar. Desde entonces no ha parado de trabajar por la dignidad de los más vulnerables. Cuenta con muchos reconocimientos, y no es para menos.
Estamos en una población de Santiago de Chile, en la casa de la hermana Karoline Mayer, que desde pequeñita quiso ser misionera. Pensaba ir a la China o a la India. Pero la mandaron a Chile. Desde entonces, hace ya muchos años, sigue aquí.
Karoline Buenos días.
Buenos días.
¿Cuántos años hace que estás en Chile?
Voy a cumplir 48 años en agosto.
¿En qué año llegaste?
En el 68.
En la primavera.
Empezando la primavera.
¿Pediste tú venir aquí?
No, yo quise ir a la China o la India. Donde estaban las grandes masas de los pobres. Donde quería anunciar la buena noticia, el amor de Dios que pensaba que necesitaba la humanidad. Y quería trabajar como médico en los lugares más perdidos o más pobres del mundo.
Así que para mí, ser enviada aquí por mi congregación en aquel tiempo, las Siervas del Espíritu Santo, fue un shock.
Las hermanas del Espíritu Santo que conocemos en España como Servitas.
Son las Hermanas del Verbo Divino. Claro, son del mismo fundador.
La rama femenina del Verbo Divino. Te viniste a Chile y aquí te encarnaste a fondo.
Después del primer año, que para mí fue frustrante. Mil veces reflexioné si esto era el sueño que tuve cuando abracé la vocación misionera. Pensé en aguantar y ver lo que Jesús me decía en este tiempo de espera sin sentido para mí, en el barrio alto, que es el de clases altas para quienes yo no sentía vocación.
Por suerte la congregación me permitió entrar en la Universidad de Chile. En la estatal republicana, que era laica, e incluso un poco anticlerical.
Estudié Enfermería Universitaria en el año 69, y esto me cambió la vida. Pude conocer a los estudiantes de esta Universidad, que estaban muy preocupados por el cambio social del país. En aquél tiempo estaba en el gobierno Eduardo Freire, demócrata cristiano, pero con el gran lema de la justicia social y con el desafío de una revolución que producía muchos cambios: la reforma agraria, todas las reformas de educación, de salud.
Yo escuchaba en la Universidad cómo los estudiantes, todos, estaban discutiendo sobre este problema y la necesidad de cambios profundos. Y lo lindo es que en la misma Universidad, una de mis compañeras era la sobrina del ex-presidente de la República, Jorge Alessandri, y otras eran jóvenes que provenían de poblaciones humildes, hijas e hijos de obreros, que también tenían la oportunidad de estudiar en la Universidad porque eran muy inteligentes. Unas venían de escuelas públicas, y las otras de escuelas privilegiadas, de clases altas. Y, sin embargo, ahí era un lugar de encuentro.
¿Al terminar los estudios decidiste venirte a trabajar a las poblaciones?
No. En el primer año escuchaba a los alumnos que nos desafiaban, por supuesto. Éramos dos religiosas que iniciamos juntas nuestro estudio y en hábito, en este mundo laical, y ellos se sentían provocados. Nos decían si queríamos venir a colonizar de nuevo. Yo les decía que quería colaborar, que mi vocación profunda era lo que ellos estaban discutiendo. En aquellos tiempos, ellos iban a campamentos que yo no conocía, del "Movimiento de pobladores", como por ejemplo, Che Guevara, Violeta Parra, Herminda de la Victoria. "Invasiones de tierra", porque había necesidad. Alguna vez también me llevaron, para ver la miseria de la gente..., y yo pensé: "este es mi lugar".
Al finalizar el primer año de estudio, en 1969, pedí a la superiora que al menos en las vacaciones de verano necesitaba ir a algún lugar para servir a los pobres, porque si no, no tendría cómo justificar mi ser de misionera ante los estudiantes.
¿Se lo concedieron?
Sí. E incluso, como en la congregación no tenían a nadie en un lugar así, pidió una religiosa de otra congregación para que me llevara a una villa miseria que no estaba a más de media hora del nuestro convento. Allí estaba el basural de lo que ha sido la comuna Las Condes, de clase alta, donde la gente había hecho una "toma" como llamaban ellos, y donde vivían en una miseria absoluta.
¿Y desde entonces no saliste ya nunca más de los barrios pobres?
No. Yo sabía que este era el lugar de mi misión. Donde sentí que Jesús me había llamado. Necesité ir a la escuela de los pobres. Necesitaba hacer un cambio profundo. Mi mayor afán era cómo llegar a ser uno de ellos.
¿Y eso fue para ti un privilegio?
Para mí fue como aterrizar en mi sueño.
No te costaba. Era tu lugar en la vida.
Claro. Sufrí todo lo que te puedas imaginar, por supuesto, con la gente, el hambre, las pulgas, los piojos. Con todo con lo que me infecté. Pero no me importaba, porque yo pensaba: "así voy a dar testimonio de Jesús. Para que las personas puedan entender". No hablé durante meses de Jesús, no me atrevía. No podía mientras que ellos estuvieran lejos. Veían la Iglesia lejos. Nunca había entrado ninguna persona con ellos. Aunque luego me di cuenta de que había un sacerdote misionero francés, que luego pedí fuera mi guía espiritual. Él estaba allí acampado, pero yo no lo sabía cuando empecé. La gente que yo conocía no tenía conocimiento. Igual de humilde había entrado él.
Puedo decirte que no me costaba a pesar de todos los sufrimientos, los niños desnutridos, y la preocupación de que no iban a poder estudiar, de que se iban a quedar sin la posibilidad. Me sentía impotente. ¿Qué podía hacer? Jesús hizo una trampa tapándome los ojos al principio para que no me importara que la gente no me tomara en cuenta. Al contrario, me cuestionaban.
Se preguntaban qué buscaba allí una monja en ese tiempo tan inoportuno. En el año 69 Chile estaba preparando las elecciones del año 70. Fue el año en que fue elegido definitivamente Allende. En la población de estas tomas la gente estaba organizada políticamente. O al menos con adhesión ideológica más de izquierdas.
¿Pensarían que eras una espía o algo así?
Más bien una trabajadora para convertir a la gente a la Iglesia e inscribirlos en el Partido Nacional, de la derecha.
Viviste todos los grandes acontecimientos del país. ¿Cómo viviste lo de Allende?
Como te cuento, empecé a trabajar. Y a los 4 meses, tuve que volver a la Universidad. No pude dejar el trabajo en la villa, continué durante las noches y fines de semana mientras seguía estudiando. Viví los tres mundos: el de la Universidad, el del convento del Espíritu Santo donde pernoctaba, y la vida en la población. Yo me di cuenta de que necesitaba un lugar donde anunciar esta buena noticia, y por suerte me había encontrado con el padre Luis. Este misionero obrero, de 60 años, que vivía ahí, en una choza y que fundaba pequeñas comunidades cristianas de base. Esa es la gran noticia. Y esos lugares eran en chozas, quizás 18 m2, donde se reunían 10 o 12 personas, vecinos, y leían el Evangelio. Este pequeño Evangelio que algunos ni sabían leer. Pero se leía dos veces y se preguntaba: cómo vivo yo esto, qué me dice Jesús a esto, qué tierra soy yo y qué necesito para transformar mi tierra. Para que sea mejor tierra, para que dé fruto. Estas cosas para mi fueron una revelación.
Hablando con las personas, ya me había insertado en la salud pública como voluntaria en lugar lejano, donde me enviaban a atender a los enfermos. Logré entrar en sus chozas.
Al mismo tiempo me preguntaba qué hacer con los niños que tienen hambre. A las mujeres que ya empezaron a acompañarme, les enseñaba cómo hacer curaciones, y algunas acciones. Cómo distinguir una diarrea fulminante, de una instantánea, corta y sin fiebre. Cosas así. Estas mujeres empezaron a ser mis compañeras. Personas todas voluntarias y preocupadas por los temas. Y un día, a causa de mi preocupación por los niños que no tenían que comer, me dicen: "vamos a hacer un comedor. Lo hemos pensado estado esta noche. Tú vienes con nosotras al supermercado a pedir alimentos vencidos o por vencer. Algunos hombres trabajan de cargadores y se dan cuenta de que se bota alimento. Que sea para nuestros niños". Fui con ellos a conseguir una olla grande, de 150 litros. Llegaron 150 niños. Las mujeres habían organizado que los niños trajeran su plato, su pocillo o un tarro, y una cuchara para poder comer. Y los hombres juntaban todo lo que era para hacer fuego. Yo vi 150 niños comiendo y pensé: "esto es la multiplicación de los panes. No conozco otra. Esto es lo que Dios ha obrado de la nada". Era lo que necesitaba para que no se me rompiera la fe, mis creencias. Porque estaba en un quiebre.
¿Estamos hablando de la época de antes de la dictadura?
Esto era antes de Allende, incluso. El año 70.
El día de las elecciones, 4 de septiembre del 70, yo tenía el día libre. Quería pasar la tarde con la gente. Llegó un momento, cuando subí el cerro, en que vi a la población venir con pancartas y con guirnaldas, para ir a la Moneda a saludar al nuevo presidente. Cuando me vieron, se les bajaron los brazos. Yo me sentí morir, porque comprendí que no me tenían confianza. No podían creer que yo, como monja en hábito largo, pudiera aceptar que ellos estuvieran felices por la elección. Les dije: "sigan no más. Yo voy a trabajar, a visitar a unos enfermos". Pero me di cuenta del largo camino que me quedaba por hacer para que confiaran en mi. Si tú quieres evangelizar necesitas la confianza de las personas. Y si no la tienes, todo lo que haces se va por el río. Pero, puedo decir que poco a poco me aceptaron. Y estoy muy agradecida.
Entendí que hubiera ganado Allende. Y la Iglesia chilena, por fortuna, en ese momento estaba en una búsqueda de encarnar los valores del Concilio Vaticano II: este movimiento latinoamericano de comunidades cristianas de base con una teología que se fue hacia la praxis. Porque se trataba de estudiar la Biblia para vivirla en lo cotidiano, a todos los niveles. Esto movía todo en nuestra comunidad. Era nuestra guía común.
En el comedor se les ocurrió la idea de hacer un jardín infantil para que las mujeres pudieran ir a trabajar. Viví en tiempo de Allende con un pueblo contento, con la esperanza en la transformación del país. El país había sido preparado por la democracia cristiana en su momento, durante seis años. Y sobretodo por las reformas: educacionales, de las Universidades. Y ahora se cumplía también el derecho del trabajo. Con respeto al trabajador, que por primera vez puede estar de pie, dignamente.
Ellos lo celebraron. Y también, a veces se acusaron a sí mismos, cuando no eran responsables. En tres años tuvimos trece pequeñas comunidades de base en este sector donde no había nada.
¿El mazazo del golpe fue mayor entonces?
Por eso. A mí misma me pasó algo muy difícil. Primero, era muy bonito poder vivir allí, entre las clases y el trabajo en la población los fines de semana. Lo decía en la congregación, "para poder evangelizar necesitas estar", y entender cosas que no captas de otra forma, y más si eres, como ellos decían, "gringa", e incluso "yanqui". La cosa es que yo necesitaba vivir allí, y había descubierto en estas comunidades de base qué significaba la encarnación de Jesús. Lo que significa aprender a despojarte y vivir como testimonio de Jesús entre ellos, con toda humildad.
¿En que año lo empezaste a hacer?
A comienzos del año 71. Al año y medio de trabajar allí lo pedí. Escribí a Roma. Y la respuesta que recibí del Vaticano fue que lo hiciera como la madre Teresa, que en ese momento comenzaba a ir por los slums, tres días por semana. Y luego volvía para recuperar fuerzas y reflexionar. Le contesté que si Jesús hubiera hecho esto así, entonces hubiera bajado tres días a la semana a esta miserable tierra.
Tú querías una encarnación permanente, no por horas.
Yo quería vivir con la gente, como Jesús. Cómo iban a creer en mí, si no. No me contestaron. Pero a los meses hubo un capítulo general, a donde me indicaron que me dirigiera en la carta. Y aquí, autorizaron a que se abriera una casa en este sector. Las hermanas profesas perpetuas, se podían inscribir todas las que quisieran. Eran setenta y tantas hermanas, yo pensaba que al menos la mitad iban a hacerlo, y que yo quedaría de las últimas porque esperaba los votos perpetuos, para lo que me faltaban dos años. Pensé que al menos el camino estaba hecho y no me importaba esperar. Sucedió que se inscribieron dos hermanitas holandesas, de casi sesenta años. Una era cocinera y otra profesora. Para fundar una pequeña casa se necesitan tres personas. Y como excepción, me aceptaron a mí. Así, que yo feliz. El 12 de octubre de 1971, nos trasladamos allí a vivir. Era una casa de 33 metros cuadrados, con una capillita de 3 metros por metro y medio. Mi dormitorio era del mismo tamaño. Fue el día más feliz de mi vida. Estaba donde quería, a medio metro de la choza del vecino, una persona alcoholizada, con su familia.
En el sector vivían unas trece mil personas, porque se anexó otra población que vivía más abajo. Ya había empezado en el mismo lugar dos jardines infantiles con mi compañera Maruja. En diferentes partes, porque siempre los pobres son muchos. Fueron tiempos de tensión. Que tres religiosas del barrio alto, de la gente de clase alta, vivieran en este lugar, ya era un paño rojo en cierto sector de la sociedad. También había otros religiosos que vivían en barrios pobres. Y había rumores de que había religiosos que teníamos contacto con el socialismo. Yo, la verdad que no tenía tiempo para esto.
¿Pero estuviste presa en la dictadura?
Después, en la dictadura. Esto era todavía en tiempo de Allende. Quiero contarte cómo esta Iglesia se había ido a encarnar en las comunidades de base y la alegría de ver cómo un pueblo se levanta poco a poco. Fue una gran primavera entre los pobres.
¿Conociste a algún español, Alsina, Llidó ?
Si, conocí muy bien a Miguel Jordá, y a Llidó muy poquito. Pero conocía a Mike Woodward, un chileno que vivía en Valparaíso, muy amigo. Lo mataron en septiembre. Lo torturaron de tal manera que murió. Viví con él tres meses en una misma casa. Antes de esto, cuando expresaba a las hermanas del convento mi alegría de vivir en la población, les chocó que estuviera contenta con el proceso de Allende. Allende vino a conocer lo que estábamos haciendo en los jardines infantiles comunitarios, que era una cosa muy novedosa que un pueblo pobre pudiera formar a su cargo un jardín infantil para 150 niños. Yo no le había invitado, incluso estaba pensando en escaparme un poco porque sabía que mi congregación estaba en contra.
Se me empezaba a ver como politizada, cuando en lo único que pensaba era en cumplir mi trabajo. Todavía no había no había terminado la Universidad. Esto salió en los diarios y en la televisión. Y me hizo un flaco favor. Cuando las tensiones crecieron en torno a Allende a finales del el año 72, la congregación tomó la decisión de echarme del país. En marzo del 73 me tuve que ir. Con todo lo que había rogado, hasta en Roma había pedido que me dejaran.
¿La decisión de echarte fue presionada por el Nuncio?
Yo creo que no. Fue dentro de la congregación, donde me veían un poco rebelde por haber expresado algunas cosas con impotencia, no sé. La gran mayoría de las hermanas nos queríamos mucho. Y nos teníamos mucho respeto. Aunque no entendían estas locuras de que estuviera tan feliz arriba en cerro. Varias hermanas me ayudaron siempre por detrás. En algún momento robé el pan que sobraba por la noche. No puedo decir nada de ellas.
¿Dónde te fuiste?
De vuelta a mi casa de origen.
¿En Alemania?
Está en Holanda.
¿Cuánto tiempo estuviste allí?
Ellos pensaban que yo volvía para hacer la aprobación. Tuve que confesar lo que me pasaba. Lo más increíble es que pensaron que yo iba a compartir la experiencia misionera de alegría entre los pobres.
Por suerte, la provinciala, María Magoretti, me conocía muy profundamente. Me acogió. Yo tuve un momento en el que me sentía como una leprosa. Había sido echada de la congregación de Chile e iba a infectar a las hermanas. Pensaba que era un mal elemento. Le dije que tenía que saber si alguien se iba del convento por mi causa. Ella me contestó que si alguien hacía eso era que no tenía vocación. Y con eso me tranquilizó.
¿Y volviste, cuánto tiempo después?
Fui muy feliz hasta el momento de mi aprobación. Solo con la herida de haberme ido de Chile en un momento muy difícil. Sabía que la congregación me había echado para siempre. La gente pensaba que yo estaba de vacaciones. Maruja, mi compañera, sabía que yo no iba a regresar. Ella me escribía todo lo que acontecía. Fue al funeral de Joan Alsina. Por supuesto, me sangraba el corazón. Esperaba hacer los votos el 8 de diciembre del 73 en Chile. Después del golpe, volvió la provinciala chilena de la congregación, que era alemana, y le supliqué que me recibiera de vuelta. Me dijo que estaba en la lista negra.
La lista negra del gobierno.
Sí, después del golpe, del que supe por Maruja. No se me olvidará nunca ese día. Fue como si me tocara un rayo. Habían logrado lo querían contra el pueblo. En ese momento, la provinciala me negaba la vuelta tajantemente.
¿Por tu propia seguridad?
No. Porque veía que podría ser un peligro para la congregación. La congregación me ofreció ir a Indonesia. Para hacer lo mismo, vivir y trabajar con los pobres. Pero, qué iba yo a decir a los pobres de Chile, a quienes en su momento dijimos que nunca más los íbamos a abandonar. Mi mayor conflicto era no cumplir la promesa. No era Chile, eran los pobres con los que me había comprometido. Después de un largo discernimiento en un retiro de 30 días con el padre Frank (un jesuita), en el que siempre estuve en el dilema dejo-quiero, concluí que yo quería quedarme en esto y continuar simplemente en lo que ya había vivido. Ese era el lugar. Pero ya la congregación no me recibe. Entonces, con la provinciala alemana convinimos que escribiera al padre Luis Chiotti, que era mi guía espiritual, y preguntar si él creía que yo podía entrar en el país. Si estaba en la lista negra. Él también tenía sus dificultades, y seguía en el lugar. También estaba a favor del pueblo y podía saber en qué situación estaba yo. Y me contesta: "ven lo antes posible. Te necesitamos. Y termina tus estudios de medicina". Y me mandó inscribir inmediatamente en la Universidad.
Yo le mostré la carta a la superiora y dejé la congregación el 8 de diciembre, cuando terminaban mis votos temporales. Y volví a Chile. La congregación me compró los pasajes, y me devolvió toda mi herencia, la que había llevado al convento.
Fuiste, pero ya no como monja de la congregación.
Escribí al cardenal Raúl Silva Henríquez, y a Juan de Castro, que era mi amigo. Era el vicario episcopal de la zona en donde yo trabajaba. Le dije, "dejo la congregación". En algún momento había pensado con Maruja crear una comunidad igual, porque ella no quería entrar el del Espíritu Santo, pero tenía vida consagrada. Se había consagrado a Dios como laica. Entonces pregunté al cardenal si nos autorizaba a formar esta pequeña comunidad. Contestó que sí. Y así regresé a Chile. Con un tremendo miedo de que no me dejaran entrar.
Atravesando la cordillera, me aterré de me devolvieran en el aeropuerto como le había pasado a tantos otros. Lo pasé sin problemas. Yo había pedido que no hubiera nadie en el aeropuerto para no llamar la atención. Y allí había un grupo de gente haciendo una faramalla tremenda.
¿Con pancartas y todo?
Con todo lo que puedas imaginarte. No tuve ningún problema en regresar. Ya estaba de vuelta. Tengo que confesarte que en mi susto, andaba de laica con una falda que me hicieron en el convento, y una blusa. Tenía un último velo, que estaba con algunos defectos, y no sabía cómo devolverlo el último día que estuve en la congregación antes de tomar el avión. Así que lo guardé en mi bolso. Lo saqué y me lo puse antes de salir del avión. Por Dios, que no supe cómo deshacerme después de este velo. Me lo tomaron muy mal en la congregación de Chile.
¿Después volviste a reanudar con la congregación?
Yo sabía quién de las hermanas me habían vetado. Esto no es un secreto para alguien que haya estado en la comunidad cinco años. Tú conoces tu casa.
Háblame de tu obra actual. Del "Cristo Vive".
Los tiempos de de la dictadura fueron muy difíciles. Teníamos que ocuparnos de la defensa de los derechos humanos. No estábamos preparados para un eventos como las muertes de Llidó, de Joan Alsina...
Las obras que habíamos iniciado y que habían crecido en algún momento, las tuvimos que poner bajo el techo de la iglesia. Eran obra de la gente. Fuimos creando una fundación, la "Fundación Missio". Pertenecía al arzobispado en derecho canónico. Era la única forma.
Un paraguas protector.
Sí. Puedo decir que al obispo, Jorge Hourton, que era el presidente de esta fundación, le estaré eternamente agradecida. Aprendí muchísimo de él. Era filósofo, no era de la praxis, como yo. Logramos auxiliar en aquel tiempo a los hermanos más pobres, tratando de superar la pobreza o simplemente la supervivencia. Dejé la Fundación Missio en el año 88. A estas alturas, unas 280 personas que trabajaban allí. Contaba con 10 policlínicos, seis jardines infantiles y hogares. Con un instituto de educación popular y talleres artesanales en los que había unas 500 mujeres trabajando. Dejé la fundación por un conflicto en Chile en el año 88.
¿Conflicto con la jerarquía?
Sí. Dentro de la Fundación Missio. En vísperas de regresar a la democracia, en el año 88 hubo un plebiscito. Un grupo de compañeros de trabajo querían el proceso más rápido, porque veían en el plebiscito un fraude.
Yo, como ejecutiva, no veía una posibilidad de de que este país saliera tan rápidamente de la dictadura y pensaba que había que tomar el camino que se dio con el plebiscito con todas las dificultades que pudiera haber, frente a una mayoría del grupo dentro de la institución, que pensaba acelerar el proceso. Entonces dejé la dirección en manos de los obispos.
Volví a mi trabajo en el sector de arriba, donde vivía. Luego me trasladé a Angela Davis, otra toma donde el cardenal Raúl Silva Henríquez me había enviado. Un terreno con 1.700 familias en chozas del año 72-74. Me fui a vivir allá. En el 89, el obispo de la zona norte me envió aquí. A esta población sufrida, obrera y sin atención de la Iglesia. Y me dediqué a ver cómo sembrar una comunidad cristiana. Se bautizó como "Cristo Vive". La comunidad cristiana de base, que hoy día es una comunidad eclesial de base.
¿Cuánta gente se mueve en este momento en la "Cristo Vive"?
En este sector deben ser de cuatro a cinco mil personas. De los veintitantos que viven en el sector.
¿Y la Fundación, a qué se dedica?
Lo importante para mí es la comunidad cristiana en este sector. Tener todos los servicios como iglesia local. Una iglesia de la que nació nuestro diácono, de la que nacen todos los servicios. Todo es voluntario. Exceptuando una persona que nos ayuda en el aseo, y en el ordenamiento, y a la que pagamos con nuestras colectas. No tenemos ni un auxilio de afuera. Recibimos el apoyo en su momento de amigos de Alemania, de Adveniat, de la archidiócesis de Colonia, y de una iglesia luterana de Berlín, que nos pagó 40.000 marcos para poder pagar a los obreros que construían la iglesia aquí.
Te conocen bastante en Alemania
Sí, por el servicio a los pobres.
Te llaman la madre Teresa de Latinoamérica.
Sí, eso me dijo en algún momento la ministra de cultura. Pero es exagerado.
Tú eres más madre Casaldali, o más madre Romero.
No sé, si en alguna parte calzo la cosa, es en que soy la madre más feliz del mundo. Tuve la suerte de estar con Madre Teresa una semana en Calcuta.
¿Estuviste en Calcuta con ella?
Sí, por trabajo. Dios me ha mandado por unos caminos increíbles. Fui enviada por una institución para ayudar a hacer un diagnóstico de trabajo de las hermanas en Calcuta, en un par de lugares cercanos a donde estaba el claustro de la hermana. Me di cuenta de que ella tenía una maravillosa faceta del amor. Y es el amor misericordioso, pero que no ve lo que nosotros, América Latina, necesitamos. Las estructuras.
Lo tuyo es el amor comprometido.
El amor desde la respuesta de la estructura de la vida. De la estructura de donde nace la pobreza. El amor que busca crear condiciones para que la persona tenga su vida digna, desde el nacimiento.
¿Te sientes realizada, después de todo este recorrido?
Sí, muy feliz. Feliz de hacer un aporte: Cristo Vive, que nació en el año 90. Porque con la vuelta de la democracia, pudimos crear esta Fundación. Por esta casa pasaron casi todos los presidentes. Y pudieron ver cómo desde la base se vuelve a reconstruir este país. Nosotros nos hemos dedicado a lo tradicional: dónde, la gente necesita quéservicio. Que el pueblo, el pobre, defina si necesita un jardín infantil, un taller de formación para nuestro jóvenes, y que en algún momento tengan unos ingresos dignos y su lugar en la sociedad como trabajadores.
Tenemos dos centros de rehabilitación para drogodependientes. Uno es para niños de 13 a 17 años. Niños que además son infractores de la ley. También trabajamos en la intrusión de las personas que viven en la calle. Tenemos para ellos una residencia. Son personas que han vivido cinco, diez, veinte años en la calle y que ahora están caminando hacia un trabajo, una vida independiente y socializada. Y estamos trabajando en un albergue, a donde pueden venir por la noche a dormir, y que es como el barbecho para los que en algún momento quieran llegar a la residencia.
¿Todo eso está profesionalizado?
Todo profesionalizado con un gran ingrediente: los compañeros de trabajo son 50% profesionales, algunos de muy alto nivel, por opción. Es muy difícil lograr profesionales de alto nivel en este servicio, porque nosotros se lo pagamos muy modestamente.
O sea, que son profesionales y voluntarios.
Con opción. Hay un sector técnico, que será una cuarta parte, otra cuarta parte es pueblo. Que está profesionalizándose. En todo el proceso del servicio a los más pobres, necesitas las más altas cualidades de poder servir. Nosotros somos sumamente exigentes en el trabajo.
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En la Fundación Cristo Vive nos hemos dedicado a lo tradicional: dónde, la gente necesita qué servicio.
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