Un estudio de marzo de 2015 de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación informa que los agricultores de los países en desarrollo son los más afectados de los desastres naturales, en especial los efectos clima. Foto de: newsroom.unfccc.int
Fue durante la Congregación General 32 (CG 32) en 1975 cuando la Compañía formuló su misión mencionando la palabra “justicia.” Nuestra misión desde entonces puede ser reconocida bajo la expresión “del servicio de la fe y la promoción de la justicia.”
Justicia tiene múltiples significados, tanto en el ámbito civil, como en el eclesial. En la familia ignaciana una componente esencial de la justicia es la opción preferencial por los pobres. Tal vez hayamos adquirido hoy una mayor conciencia de esa preferencia, que en formas diversas, siempre estuvo presente en nuestra historia.
La CG 35 en 2008 incorporó una nueva sensibilidad, que había venido cobrando forma en las últimas décadas: la preocupación por el medioambiente, el cuidado de la creación. Fue formulada como “reconciliación con la creación.”
Podría parecer que se trata de un añadido, un nuevo elemento más de la misión, al que tal vez en el futuro pudieran sumarse otros. Pero en realidad, no es así, se trata de una profundización en nuestro modo de comprender la justicia y la preocupación por los pobres, pues “el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos,” como dice la última Encíclica Laudato si’. (LS 48)
Esta Encíclica ha iluminado la unión entre la defensa de los pobres y la protección de la naturaleza, indicando que no se puede trabajar separadamente por una o la otra. Incluir a los últimos y sostener la creación son dos objetivos que perseguir de modo simultáneo: “un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social… para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor por los pobres.” (LS 49) Hoy la justicia que defendemos es siempre una justicia socio-ambiental.
Sin embargo, podría parecer que estas son solo afirmaciones teóricas, demasiado generales, y que necesitan acercarse más a la realidad, para confirmar que el deterioro medioambiental afecta principalmente a los más pobres, por lo que atajar esa degradación de la naturaleza es un modo de defender a los excluidos.
Un entorno pobre que impacta en los más vulnerables
Hay numerosos mecanismos concretos que muestran cómo la degradación medioambiental está afectando especialmente a los pobres:
El incremento de contaminantes atmosféricos está afectando a todos los seres humanos, pero especialmente a los más pobres. No pueden trasladar sus viviendas a áreas menos contaminadas e inhalan niveles de humo elevados y nocivos. Hay empresas que desplazan sus actividades contaminantes hacia los países en desarrollo, actuando en condiciones prohibidas en sus naciones de origen. Es también frecuente la exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos tóxicos.
Se estima que existen 663 millones de personas que no tienen acceso a agua potable depurada, lo cual es una constante fuente de enfermedades. Los niños son los peor parados, elevándose la mortalidad infantil. Es también frecuente la contaminación de las cabeceras de los ríos y de los acuíferos por parte de actividades extractivas. Nuevamente son las poblaciones rurales marginadas las más afectadas.
La disminución de reservas ictícolas afecta de modo particular a comunidades que dependen de la pesca para su supervivencia, haciéndolas más vulnerables. Los bancos de pesca están explotados de modo insostenible en numerosas regiones del mundo.
El cambio climático está multiplicando el número de catástrofes naturales y sus efectos y alterando los patrones climáticos. Los más afectados serán las poblaciones y países pobres, dado que ellos dependen más directamente de recursos eco-sistémicos como la agricultura, la pesca y las actividades forestales. Por otra parte, los episodios climáticos extremos producen devastaciones en los campos. También generan plagas y enfermedades que dan lugar a gastos añadidos. La pérdida de cosechas eleva los precios de los alimentos. Los pobres son más vulnerables a estos fenómenos porque tienen menor capital inicial y porque sus sistemas de protección son escasos.
El calentamiento global también provocará la elevación de los mares afectando a una buena parte de la humanidad. Pero su impacto recaerá nuevamente de modo especial sobre los más pobres, que estarán obligados a migrar ante la pérdida de sus viviendas.
Las poblaciones indígenas merecen especial atención, dado que en ellas se manifiestan muchas de estas contradicciones. Muchas comunidades indígenas se han visto afectadas por la expansión de la explotación natural y minera. Han resultado desplazadas de sus tierras, han experimentado la contaminación del suelo y de las aguas y sienten amenazadas sus formas de vida y su cultura.
Abundan, por tanto, los procesos de degradación medioambiental que tienen un particular impacto sobre las comunidades más pobres. El deterioro ecológico será una fuente de mayor pobreza y de creciente desigualdad. De ahí que la defensa del pobre deba incluir necesariamente la protección de la naturaleza. La justicia social no está enfrentada a la justicia ecológica, sino que ambas deben reunirse bajo una única justicia socio-ambiental.
Exclusión social
Sin embargo, no se trata solo de que existen mecanismos que inciden a la vez en el deterioro de la naturaleza y en el empobrecimiento de los marginados. La lógica que excluye a los marginados y que degrada el medioambiente es la misma.
Laudato si’ indica que una primera componente de esta lógica reside en el corazón del ser humano. Existen raíces éticas y espirituales que llevan a degradar el entorno. Indicará también que el ser humano postmoderno de hoy corre el riesgo de caer en un individualismo que no mira más allá de sí y de los propios intereses. De ahí la necesidad de una conversión interior.
Una segunda componente a la que alude la Encíclica consiste en el relativismo cultural dominante, que lleva al ser humano a existir bajo la ilusión de que es el creador de sus propios fines. De ahí la facilidad con la que se prescinde de los fines que las realidades tienen en sí mismas. Se ignora el valor intrínseco de las realidades, que son estimadas solo por su valor de uso (LS 6).
Una tercera componente que colorea esta lógica se halla en el actual modelo de desarrollo, movido por un consumo inmediatista que ha sido deliberadamente inyectado en nuestra cultura incrementando el ansia de gastar y devaluando la moral del ahorro.
Este modelo de desarrollo se apoya sobre la “cultura del descarte,” a la que tantas veces alude el Papa Francisco, y que “afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas, que rápidamente se convierten en basura.” (LS 22) No quedan meramente explotados, sino que son superfluos, sobrantes. Con la misma desidia con la que se tira la comida que pertenece a los pobres, se desecha a los excluidos.
Este desarrollo se apoya sobre un paradigma tecnocrático que impone la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza. Existe por tanto una única lógica que, a la vez, provoca exclusión y degrada el medioambiente, y que se caracteriza por un modelo de desarrollo espoleado por el consumo, insostenible y excluyente, que utiliza la tecno-ciencia para imponer su dominio y que se encuentra en manos de los poderosos.
Justicia socio-ambiental
En definitiva, trabajar hoy por la justicia incluye la defensa del medioambiente, y viceversa. Hablamos de justicia socio-ambiental. Esta perspectiva, tan fuertemente subrayada por el Papa Francisco y por su Encíclica Laudato si’, actuará muy posiblemente de faro que orientará las decisiones en torno a la misión que pueda tomar nuestra ya muy próxima CG36.
Patxi Álvarez de los Mozos, SJ es el Secretario de la Secretaría de Justicia y Ecología Social de la Compañía de Jesús.
ECOJESUIT
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