La Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal española celebró del 12 al 14 de septiembre el XXIII Curso de Formación en Doctrina social de la Iglesia. Este año las jornadas llevaban por título Hacia una política del encuentro y en ellas intervine en una mesa redonda para analizar las causas de la indignación. Compartí mesa con el profesor Jesús Sanz y el escritor Valentí Puig quienes se centraron en las reducciones del gasto social y la alteración del contrato social que la crisis ha producido. Distinguí entre una indignación saludable que dinamiza el cambio social y una indignación patológica propia del populismo en general, y de las dinámicas de los “Indignados” del 15M, en particular
La indignación es una categoría moral básica sin la cual no podríamos entender las dinámicas de justicia social. Hay sensibilidad moral cuando no confundimos lo real con lo bueno, lo que hay con lo que debe haber, el orden del ser con el orden del deber ser. La indignación está en la base de todas las movilizaciones sociales, de todas las revoluciones y de todos los procesos de cambio social, sin ella estaríamos instalados en el conformismo, el aburguesamiento y el aborregamiento. Sin indignación no habría tensión entre los mínimos de justicia de una sociedad democrática y los máximos de felicidad de las tradiciones morales; tampoco habría inquietud o disposición para modificar, cambiar o reformar actuaciones que consideramos injustas.
Institucionalizar la utopía
Hay una indignación que podríamos llamar saludable porque no sólo despierta la sensibilidad sino que activa el entendimiento y orienta la voluntad. Es saludable porquepuede facilitar la capacidad de juzgar, la maduración y la ponderación de los medios que se utilizan para conseguir determinados fines. Algunas dinámicas de cambio social que se produjeron durante la transición española fueron posibles porque muchos de los indignados en aquel momento practicaron la prudencia, el discernimiento y mantuvieron despierta en todo momento su sensibilidad por la justicia social. El reformismo social requiere de la indignación saludable para mejorar y perfeccionar la democracia. Recordemos el famoso artículo que publicó el profesor Augusto Hortal en 1978 y que llevaba por título: “La democracia como institucionalización de una utopía”.
Sin un horizonte utópico, la vida social está condenada al puro pragmatismo administrativo, por eso las dinámicas de cambio y de justicia social requieren una ética de las instituciones que mantenga viva la sensibilidad moral, la inquietud por la justicia y los niveles básicos de indignación. Lo saludable de la indignación a la que nos referimos está vinculado a los procesos de institucionalización, es decir, a la creación de hábitos, pautas, mores y ethos que realicen, materialicen o transformen en realidad buena los deseos o inquietudes. Indignación, conmoción e institucionalización son tres dinámicas complementarias para realizar la justicia social en la historia.
Alerta ante la indignación patológica
A diferencia de la indignación “saludable”, la indignación patológica o enfermiza es aquella que desprecia las instituciones, se instala únicamente en utopías sin consideración temporal, en el ámbito de la ensoñación, la ilusión desencarnada y la instrumentalización emocional del lenguaje. Quienes pedían la “democracia real ya” se instalaban en el discurso de los puros fines sin considerar para nada el juicio, la proporcionalidad o necesidad de los medios. Los líderes del 15M instrumentalizaron los altos niveles de indignación saludable existentes de una sociedad que no había alimentado éticamente sus instituciones. La indignación es patológica cuando instrumentaliza la sensibilidad de la gente sencilla y de los afectados directamente por la injusticia, cuando introduce el mesianismo, el milenarismo y el paternalismo en los discursos políticos. La indignación es patológica cuando se olvida de la historia, las instituciones y, sobre todo, de una mínima cultura de la responsabilidad.
A diferencia de la indignación saludable, la indignación patológica desfigura la realidad de los pueblos, las instituciones y las gentes. La patología nace del falseamiento, de la distorsión, de la falsificación y de la deformación de las dinámicas sociales. En nuestras comunidades y grupos de referencia tenemos que estarmás despiertos que nunca para que no se nos venda como indignación saludable la verborrea de una indignación patológica. La nueva militancia, el compromiso de vanguardia, el testimonio de frontera y la promoción de la justicia social requieren descubrir que la piedra de toque para distinguir entre una indignación y otra sólo tiene un nombre: “discernimiento”.
Agustín Domingo Moratalla
entreParéntesis
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