Tuesday, April 27, 2010

El silencio Pascual

El silencio juega un papel importante en nuestras relaciones sociales, afectivas, familiares, etc. pues nace de la cadencia relacional, del contenido de la misma y del juego de emociones y sentimientos con que lo adornan. Un silencio lo puede decir todo, tanto como que los discípulos de Emaús descubrieron al Señor al partir el pan (Lc. 24, 13-35). O nada, como cuando “los guardias, atemorizados ante el Angel del Señor, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos” (Mt 28, 4). ¡Cuántos silencios se vivieron en la Pascua!. Silencios que traslucen interioridades y placeres compartidos, aunque con todos los componentes culturales, prejuicios e ideas preconcebidas que condicionan nuestra forma de vivenciar el silencio.
Y es que el silencio forma parte del lenguaje de la música … del corazón. Su reflejo en el pentagrama de la propia interioridad es evidente y notorio. Sin embargo, no somos conscientes de su importancia en la armonía que envuelve el conjunto de nuestra vida. Nuestros miedos nos impiden considerarlo, y apreciarlo, como una pieza fundamental en la composición de nuestro ser. Percibimos notas y acordes, pero somos incapaces de saborear los contrapuntos y los silencios.

La Pascua del Resucitado es una verdadera sinfonía de silencios. No hay más que leer cualquier escena evangélica para darse cuenta de los acordes del silencio con que los evangelistas deleitan nuestro corazón. “¡Es el Señor!” (Jn 21, 1-19), el mismo con que el profeta Sofonías nos invita a considerarle desde el silencio: “Silencio ante el Señor Dios…” (So. 1, 7). Es más, vivir el silencio es consagrarse ante Él.

Del silencio observamos miradas conmiserativas, de solidaridad, de incomprensión, de sorpresa, de desconcierto, de extrañeza, de culpa, de descaro, de curiosidad, de miedo, … Con el silencio, la mirada ocupa su máxima funcionalidad, ya sea con los ojos abiertos o cerrados, pues es el corazón la piedra angular del silencio. En este sentido, el silencio marca un hecho diferencial, por el que vemos cómo el corazón puede fluir en libertad y cómo las evidencias espirituales llegan por sí mismas, sin esfuerzo alguno, emergiendo a las profundidades del alma. Por eso, en la Pascua el lenguaje del silencio adquiere categoría de código de comunicación y de conducta, por cuantos nos invita a manifestar el fulgor de la alegría pascual. Si no, fijémonos en las mujeres que acuden al sepulcro, en la mirada de María de Magdala al Hortelano, en la incredulidad de Tomás, en el fragor de la espera entre la pregunta del Maestro y la respuesta de Pedro, etc.

Hay que aceptar al silencio como una virtud netamente pascual, entendiendo que el silencio es la música del corazón, el acorde para adentrarse en uno mismo y clave para alcanzar a Dios dentro del pentagrama de nuestra vida. “Guarda silencio ante el Señor, y espera en él; y él hará” (Salmo 37.5,7). La Pascua de Jesús es nuestra pascua desde el silencio, la quietud y la alegría; no en vano, el sepulcro es la antesala gozosa y silenciosa de la Resurrección.

Juan Ramón Jiménez Simón

Ecclesia

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