El viernes avanzará un nuevo paso la causa del argentino Pironio. Sus relaciones con Bergoglio y con Romero. Fue “papable” en dos Cónclaves
“Un hombre pascual”, dice el padre Giuseppe Tamburrino, el benedictino que reside en la abadía de Praglia, en la provincia italiana de Padua, y actúa como postulador de la causa de beatificación del Siervo de Dios Eduardo Pironio. No hay más que mirar una foto de este argentino -hijo de inmigrantes friulanos de Percoto, una pequeña población de Pavía de Údine- y la sonrisa que muestra la imagen, para comprender qué significa reflejar la resurrección en el rostro. Por otra parte, un rasgo característico de su personalidad era vivir con alegría y buscar en la amistad un camino hacia la santidad. “Un hombre de oración, un hombre de alegría, promotor de comunión y pastor atento a los problemas de hoy”, agrega el padre Tamburrino para completar el retrato. Retomando cada uno de los términos de lo que puede parecer una descripción escueta va tomando forma la imagen de una personalidad que en algunos aspectos se asemeja a la del Papa Francisco. “No conozco la relación que puede haber tenido Pironio con Bergoglio. Más allá de la diferencia de edad (Pironio nació en 1920 y Bergoglio en 1936 ndr), ambos reflejan la misma espiritualidad y el mismo estilo pastoral”, confirma el postulador.
En realidad ellos se conocían bastante bien. En 2002, por ejemplo, se realizó un seminario de estudios dedicado al cardenal Pironio en la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires, de la que Pironio fue uno de los fundadores y primeros profesores. En esa oportunidad, el cadenal Bergoglio dijo en la homilía de una misa: “Cuando daba, se daba todo él mismo, nunca daba sin darse. Siempre ponía el corazón en todo lo que daba. Cuando tenía que dar algo, un consejo o cualquier otra cosa, lo hacía con todo el corazón. Le gustaba hablar de la pobreza, y ésta era una dimensión de su vivir la pobreza: darse, despojarse”. La relación nació en los años en que Pironio era obispo auxiliar de La Plata (desde 1964 hasta 1972, después fue obispo de Mar del Plata), y Bergoglio Provincial de los Jesuitas. “Era un hombre humilde, sencillo y pobre; hombre de fe, de esperanza en las adversidades, de caridad: cuando una persona estaba con él, él se daba todo, como si no tuviera ninguna otra cosa en qué pensar”, agrega el padre Tamburrino.
El cardenal Pironio ascendió a los niveles más altos del episcopado en años tumultuosos; ocupó el cargo de Secretario y posteriormente de Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano. Encabezó dos convocatorias decisivas para la Iglesia, la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín en 1968 y la de Puebla en 1979, momentos fundamentales tanto por la traducción del Vaticano II a la realidad de América Latina como por la introducción de la expresión “opción preferencial por los pobres”, anticipada por Juan XXIII el 11 de septiembre de 1962 en un radiomensaje: “La Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres”. Por otra parte mantenía relación y sintonía, ya antes de ser llamado a Roma por Pablo VI en 1975 como Prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada, con el cardenal Antonio Quarracino y con monseñor Romero. Con este último en particular compartía la suerte de ser considerado un progresista. El beato obispo de San Salvador registra en su diario una conversación que tuvo con Pironio en el Vaticano. Le confíó que había sido acusado de ser un instrumento del comunismo en América Latina. Y Pironio le respondió: “No me sorprende, ya que han publicado un libro sobre mí con el título “¿Pironio, pirómano?”. El mismo Bergoglio recuerda que Pironio había sufrido “la sospecha y la calumnia”.
Le pregunto al padre Tamburrino qué era lo que no gustaba del cardenal Pironio y si es cierto que tomó mal que lo transfirieran al Pontificio Consejo para los laicos: «En el Vaticano no agradaba su actitud de sencillez, de humildad. Tomó mal que lo trasladaran al Consejo para los laicos porque sospechaba que tal vez alguien había maniobrado para que hicieran ese cambio que parecía un retroceso, de Prefecto de Congregación a Presidente de un Consejo. Después estuvo contento, sobre todo por las palabras que le dijo Pablo VI: “Lo mandé a los Laicos porque son la mayoría de los cristianos. Usted, en los ejercicios espirituales, nos habló de la Iglesia, haga lo mismo con ellos”. Como me parece, por otra parte, que el estilo del Papa Francisco, muy semejante al de Pironio, tampoco es del agrado de algunos hombres de la curia».
En Roma, el argentino de rostro sonriente fue protagonista y adquirió influencia. De él dependió la renovación de las Reglas y Constituciones de casi todos los Institutos de vida consagrada, de él dependió la organización y dirección de las Jornadas mundiales de la Juventud. Su nombre fue uno de los papables en dos cónclaves, el de 1978, a la muerte de Montini, y poco después de Luciani. Una vida intensa, al servicio de la Iglesia y de los jóvenes que terminó el 5 de febrero de 1998 en Roma. En esa misma ciudad se cierra, el 11 de marzo próximo, la fase diocesana de la beatificación. El reconocimiento del título de beato se debe también a un milagro que en este caso “ocurrió en Argentina –explica el padre Tamburrino-, en la ciudad de Mar del Plata. Es la curación de un niño que había tragado y respirado polvo de cobre; fue internado en el hospital; a la madre del niño le dieron una estampa del Cardenal Pironio con una oración, que ella y muchas otras personas rezaron. Pocos días después el niño fue dado de alta completamente curado y desde entonces no ha tenido ninguna otra consecuencia”.
En realidad ellos se conocían bastante bien. En 2002, por ejemplo, se realizó un seminario de estudios dedicado al cardenal Pironio en la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires, de la que Pironio fue uno de los fundadores y primeros profesores. En esa oportunidad, el cadenal Bergoglio dijo en la homilía de una misa: “Cuando daba, se daba todo él mismo, nunca daba sin darse. Siempre ponía el corazón en todo lo que daba. Cuando tenía que dar algo, un consejo o cualquier otra cosa, lo hacía con todo el corazón. Le gustaba hablar de la pobreza, y ésta era una dimensión de su vivir la pobreza: darse, despojarse”. La relación nació en los años en que Pironio era obispo auxiliar de La Plata (desde 1964 hasta 1972, después fue obispo de Mar del Plata), y Bergoglio Provincial de los Jesuitas. “Era un hombre humilde, sencillo y pobre; hombre de fe, de esperanza en las adversidades, de caridad: cuando una persona estaba con él, él se daba todo, como si no tuviera ninguna otra cosa en qué pensar”, agrega el padre Tamburrino.
El cardenal Pironio ascendió a los niveles más altos del episcopado en años tumultuosos; ocupó el cargo de Secretario y posteriormente de Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano. Encabezó dos convocatorias decisivas para la Iglesia, la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín en 1968 y la de Puebla en 1979, momentos fundamentales tanto por la traducción del Vaticano II a la realidad de América Latina como por la introducción de la expresión “opción preferencial por los pobres”, anticipada por Juan XXIII el 11 de septiembre de 1962 en un radiomensaje: “La Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres”. Por otra parte mantenía relación y sintonía, ya antes de ser llamado a Roma por Pablo VI en 1975 como Prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada, con el cardenal Antonio Quarracino y con monseñor Romero. Con este último en particular compartía la suerte de ser considerado un progresista. El beato obispo de San Salvador registra en su diario una conversación que tuvo con Pironio en el Vaticano. Le confíó que había sido acusado de ser un instrumento del comunismo en América Latina. Y Pironio le respondió: “No me sorprende, ya que han publicado un libro sobre mí con el título “¿Pironio, pirómano?”. El mismo Bergoglio recuerda que Pironio había sufrido “la sospecha y la calumnia”.
Le pregunto al padre Tamburrino qué era lo que no gustaba del cardenal Pironio y si es cierto que tomó mal que lo transfirieran al Pontificio Consejo para los laicos: «En el Vaticano no agradaba su actitud de sencillez, de humildad. Tomó mal que lo trasladaran al Consejo para los laicos porque sospechaba que tal vez alguien había maniobrado para que hicieran ese cambio que parecía un retroceso, de Prefecto de Congregación a Presidente de un Consejo. Después estuvo contento, sobre todo por las palabras que le dijo Pablo VI: “Lo mandé a los Laicos porque son la mayoría de los cristianos. Usted, en los ejercicios espirituales, nos habló de la Iglesia, haga lo mismo con ellos”. Como me parece, por otra parte, que el estilo del Papa Francisco, muy semejante al de Pironio, tampoco es del agrado de algunos hombres de la curia».
En Roma, el argentino de rostro sonriente fue protagonista y adquirió influencia. De él dependió la renovación de las Reglas y Constituciones de casi todos los Institutos de vida consagrada, de él dependió la organización y dirección de las Jornadas mundiales de la Juventud. Su nombre fue uno de los papables en dos cónclaves, el de 1978, a la muerte de Montini, y poco después de Luciani. Una vida intensa, al servicio de la Iglesia y de los jóvenes que terminó el 5 de febrero de 1998 en Roma. En esa misma ciudad se cierra, el 11 de marzo próximo, la fase diocesana de la beatificación. El reconocimiento del título de beato se debe también a un milagro que en este caso “ocurrió en Argentina –explica el padre Tamburrino-, en la ciudad de Mar del Plata. Es la curación de un niño que había tragado y respirado polvo de cobre; fue internado en el hospital; a la madre del niño le dieron una estampa del Cardenal Pironio con una oración, que ella y muchas otras personas rezaron. Pocos días después el niño fue dado de alta completamente curado y desde entonces no ha tenido ninguna otra consecuencia”.
Eduardo Pironio, arriba con Juan Pablo II
MARINO GALDIERO
Vatican Insider/ Terre d'America
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