Nosotros, hombres y mujeres de hoy, necesitamos del silencio de la noche para alejarnos de la temporalidad de las cosas, porque no hay nada como el silencio para enfrentarnos con esta realidad de lejanía de lo temporal. Los días de nuestro tiempo están demasiado llenos, demasiado ocupados, no queramos por tanto hacer de nuestras noches un tiempo para el acoso de la comunicación a través de los medios que nos bombardean : Internet, Radio, Televisión, etc, dejemos que las noches de los seguidores de Jesús sean espacios aunque sean breves, para la conexión con El. Dejemos en la noche nuestra interioridad en reposo sosegado: “entremos mas adentro en la espesura”......... “Y allí nos entraremos y el mosto de granadas gustaremos....... ¡Que bien lo cantó y vivió Juan de la Cruz!.
La noche para el orante tiene sabor de Dios. En la noche el orante tiene un saboreo de lo divino.
El silencio en la noche se nos hace búsqueda y encuentro del ser amado. Así lo vivieron y entendieron los místicos, cierto que sólo a tientas estos hombres y mujeres de la experiencia de Dios pudieron decirnos algo de lo que experimentaron, y es que las experiencias místicas son inefables e indecibles, no hay vocablo que pueda expresarlas. El místico quiere decir lo que no es posible decir, y por eso como que se rompe en su intento de decirnos lo inalcanzable e inexplicable. Santa Teresa encontró tales dificultades para expresarlo que acaba diciendo: “Una merced es dar el Señor la merced y otra entender qué merced es, y otra es saber decirla y dar a entender cómo es”.
Pero ahí tenemos la noche como un reto con el que enfrentarnos , para hace runa parte mínima de ella, tiempo sosegado para nuestra interioridad que nos lleve a desembocar en Dios.
Sor Inmaculada Redondo, OP
Monasterio de San Miguel (Trujillo)
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