Ha finalizado el primer Congreso Nacional de Educación Católica y en la Declaración final se reconocen como debilidades
Reconocemos que, ante los cambios culturales que se viven en nuestro país, no hemos sabido presentar con creatividad y testimonio suficiente el mensaje del Evangelio, para que los jóvenes se enamoren de la persona de Jesús.
Reconocemos que aún nos falta que egresen de nuestras aulas la cantidad de líderes que nuestro país necesita para ser más justo y solidario.
Reconocemos que aún no logramos que todas las familias que nos confían sus hijos e hijas, participen con entusiasmo en su proceso formativo.
Reconocemos la falta de diálogo y cooperación entre los mismos colegios, entre colegios y universidades, entre educación no formal y educación formal.
Además, manifiestan su preocupación
Al mirar el contexto nacional, nos preocupa cierta intolerancia que nos impide reconocer los importantes avances logrados en educación, así como escuchar las críticas bien fundamentadas que nos ayudarían a crecer.
Nos preocupa que algunos sectores estén convencidos de que las políticas educacionales son sólo tarea de técnicos o de las fuerzas sociales. Con ello se margina a la familia, primera educadora, de las decisiones que afectan o pueden afectar a sus hijos e hijas.
Nos preocupa también la primacía que otros le otorgan a los contenidos y a los medios, olvidando el sentido fundamental, el para qué de la educación en la vida de niños y jóvenes.
Nos preocupa la falsa contradicción entre el derecho a la educación y la libertad de enseñanza. El verdadero desafío es cómo progresamos hacia una educación de calidad para todos
Finalmente, los compromisos adquiridos:
Nos comprometemos a redoblar nuestros esfuerzos por la calidad de la educación, porque creemos que si una escuela, un colegio o una universidad no son de calidad, no sirven del todo a la persona humana. Necesitamos que la educación que impartimos esté a la altura de las exigencias de nuestra fe, que valora a la persona humana en su dignidad de hijo de Dios.
Nos comprometemos a un mayor esfuerzo por hacer de nuestros procesos educativos, procesos aún más integrales, donde la calidad no sólo sea logros de contenidos, sino de valores humanos y evangélicos, de compromiso con los demás y alegría de vivir.
Nos comprometemos a que nuestras instituciones educativas, sin perder su condición de comunidad, transiten hacia organizaciones cada vez más profesionales, que no sólo enseñan, sino que aprenden de su propio quehacer.
Nos comprometemos a que nuestros directivos sean animadores de nuestras comunidades, pastores y profetas. Que nuestros profesores y profesoras sean profesionales de excelencia, discípulos y testigos de la fe. Que los padres y apoderados fortalezcan su familia, y eduquen en comunión con el proyecto educativo de nuestros centros. Que la cultura escolar entre en diálogo con las culturas juveniles, para que los estudiantes sean realmente protagonistas de su proceso educativo.
Nos comprometemos a construir una red chilena de instituciones católicas de educación, con el objeto de poner en una mesa común nuestro trabajo y nuestros desafíos. De este modo no sólo nos ayudaremos entre nosotros, sino que podremos colocar nuestra experiencia al servicio de la educación del país.Toda acción verdaderamente educativa exige un fundamento antropológico. Una vez más nuestra mirada se detiene en la persona de Jesús, modelo y camino a seguir. Él nos reafirma que la educación debe nacer, tener como centro y punto de llegada, a la persona humana. Él, el buen maestro, que educa a los suyos con ejemplos sencillos, pero sobre todo con amor, nos acompaña, nos da esperanza y seguridad de que lograremos para Chile la educación de calidad que nos hará crecer como personas y como nación.
Los invitamos a efectuar sus comentarios sobre esta declaración
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