Escribo estas líneas en América Latina. Me encuentro de nuevo con la religiosidad de estas gentes. Dios se hace presente en todo. Se le responsabiliza de casi todo: lo bueno y lo malo. Se “comen a los santos”.
Abandonar nuestro laicizado mundo en el que lo santo (Cf. Rudolf Otto) es indigerible en no pocos sectores “selectos” de la sociedad, y zambullirse en éste, donde la palabra Dios está presente en políticos, deportistas, comunicadores…, da qué pensar.
¿Hasta cuándo estará tan presente Dios si no le acompaña una manera recta de interpretar la historia, de valorar los acontecimientos, de respeto al ser humano simplemente por serlo, de solidarizarse con los más necesitados?
Dios sólo no se sostiene en nuestra sociedad, debe venir acompañado de modo un de ser y actuar. Solo, es alimento intragable. De ahí el miedo a que de la bulimia de “lo santo” se pueda pasar, como en la vieja Europa a la anorexia. Queda la ortorexia, alimentarse de los alimentos seleccionados como puros. Pero no deja de ser peligroso. Nada hay puro, no existe la religiosidad pura. El puritanismo ilustrado llevaría a un despotismo religioso.
He ahí el desafío. Sentir con el pueblo, dejarse evangelizar por su religiosidad y a la vez, con toda humildad y hasta miedo, ayudar a ir dejando a Dios ser Dios, y al ser humano responsable único de lo que hace, bajo la mirada de Dios respetuosa de la libertad que “nos exige”, sería lo justo.
Juan José de León Lastra, OP
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