El 29 de septiembre se cumplió el 35 aniversario de la extraña muerte de Juan Pablo, a los 33 días de ser elegido papa. El diario argentino, de Buenos Aires, Clarín, recogió la noticia de la elección de Patriarca de Venecia con este sugerente titular: “El Patriarca que andaba en bicicleta”. Quién podía imaginar que, 35 años después, un argentino (con gestos tan parecidos a los del Papa de la sonrisa) pudiera ocupar su misma silla. O que un Papa condujera un viejo Renault 4 (un “cuatro latas”) por las calles del Vaticano, habituadas a coches de potente cilindrada. El 11 de febrero, día de la insólita renuncia papal de Benedicto XVI, un rayo cayó sobre el Vaticano.
Sin pasar por alto que fue un argentino, el cardenal E. Pironio, es decir, la misteriosa ‘persona de Roma’ (gracias a las pesquisas del sacerdote Jesús López Sáez), la persona en quien el Papa Luciani depositó su confianza para hacerle partícipe de los cambios que tenía in mente. Los más urgentes, la reforma del IOR o Banco Vaticano (seguramente la clave de su efímero pontificado) y la reforma de la Curia; así como de las cartas que pensaba escribir: la primera sobre la Unidad de las Iglesias; a la que seguirían otras: sobre la colegialidad de los obispos con el Papa; sobre la mujer en la sociedad civil y en la Iglesia (“demasiados desprecios, demasiados prejuicios”…); sobre los pobres y la pobreza en el mundo. Frentes que, por lo que se vislumbra, coinciden en gran medida con los que tiene entre ceja y ceja el Papa Francisco.
Es palpable que el papa Francisco ha inaugurado unas nuevas maneras de ser Papa. Empezando porque es un Papa que no se presenta como Papa, sino como obispo de Roma. Algo que ya manifestó el ‘Papa de la sonrisa’ al secretario de estado, Villot: “Yo soy ante todo el obispo de Roma y después el Papa”. Se lo decía en este contexto: “en estos días he sentido curiosidad de leer en el Anuario Pontificio los titulares con que está condecorado el Papa. Supongamos que ya está mi nombre. Se lee: Juan Pablo I, Obispo de Roma, Vicario de Cristo, Sucesor del príncipe de los apóstoles (el papa Luciani le sigue enumerando la retahíla de títulos, entre ellos el de Soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, etc.)… Es un residuo del poder temporal. Falta sólo el título del Papa Rey. Los títulos verdaderos deberían ser: … elegido obispo de Roma y por ello sucesor del apóstol Pedro y por ello siervo de los siervos de Dios. ¿Cómo puede el Papa presentarse y dialogar, en calidad de hermano y padre en Cristo, con las Iglesias hermanas, investido con todos esos títulos?”.
En el 35 aniversario de Juan Pablo I, es inevitable establecer un paralelismo con Francisco. Para empezar, sólo bastó un puñado de días para que una periodista, Irene Hernández Velasco, escribiera un artículo con este título, ¿profético?, Las cruces del papa Francisco, donde recogía los rumores que circulaban por Roma (a tenor de las nuevas maneras de ejercer Francisco el papado): “este Papa va a durar lo que Juan Pablo I”; “a este Papa lo van a acabar quitando de en medio, cualquier día de éstos lo envenenan”; “‘acabará como el pobre Juan Pablo I’, se escucha recurrentemente en los cafés”. Y añade la periodista: “Predicar la pobreza es algo que tradicionalmente han hecho los papas. Pero Francisco la está abrazando, y ese es el problema”. (Diario El Mundo, 31/03/13).
Si de Juan Pablo I se dijo que quería promover en el Vaticano un gran instituto de caridad, donde poder hospedar a quienes duermen por las calles, ahora el Papa Francisco ha propuesto algo similar cuando, el pasado 10 de septiembre, se acercó en un coche pequeño (sin la parafernalia, hasta ahora habitual, de escoltas y sirenas) a un centro para refugiados en Roma, muchos de ellos musulmanes, llevado por los jesuitas. Allí propuso a las instituciones religiosas ‘convertir los conventos y seminarios vacíos en centros de refugiados y no en hoteles de lujo’. Hay que recordar que en Italia, como en España, la mayor potencia inmobiliaria es la Iglesia, y que en ambos países muchas de las propiedades eclesiásticas están exentas de pagar impuestos. Si Juan Pablo I decía que ‘el tesoro de la Iglesia son los pobres’, Francisco quiso que su primer viaje oficial fuera para reunirse con los que no cuentan: los refugiados. Fue en la isla de Lampedusa, en el mes de julio. En la homilía, Francisco denunció la globalización de la indiferencia, con este recordatorio bíblico: ‘¿Adán donde está tu hermano?’.
Ya ha trascurrido más de medio año desde la elección de Francisco y sus gestos y pronunciamientos ‘provocadores’ lejos de atenuarse ganan en intensidad. Es un Papa que rompe los esquemas. Botón de muestra es la reciente y sorprendente entrevista, ‘a calzón quitado’, concedida por Francisco a ‘Cività Cattolica’ en la que el Papa habló de todo, incluso de su no tendencia política (‘nunca he sido de derechas’), y en la que un Papa comienza presentándose a sí mismo con esta respuesta: “yo soy un pecador”. Un conocido periodista, Isaías Lafuente, gratamente asombrado, y perplejo, declaró: “hasta tal punto se aleja el Papa Francisco del histórico olor a naftalina del vaticano que surge una duda: ¿El papa está cambiando o nos está camelando?”.
El Papa Francisco ha alumbrado muchas esperanzas en la ‘Iglesia de base’ y en la Teología de la Liberación, sectores de la Iglesia marginados y silenciados durante los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Pero es seguro que el Papa Francisco, que no deja de sorprender, cada vez despierta más suspicacias, sobre todo entre los sectores más conservadores de la Iglesia, y especialmente en la Curia. También lo sufrió Juan Pablo I: “Alguno aquí, en la Ciudad del Vaticano ha definido al actual Papa como una figura insignificante (…) Sé que hay monseñores y otros que critican los discursos que yo hago en las audiencias y los modos de ser y ejercer de Papa (…) Y que un obispo alto y robusto, siempre de esta casa, (en alusión a Marcinkus, ‘el banquero de Dios’) ha declarado que la elección del Papa fue un descuido del Espíritu Santo”. El Papa Francisco, a los pocos días de ser elegido, sacó de quicio a algún liturgista por saltarse las rúbricas litúrgicas, dando mal ejemplo, porque en la celebración del Jueves Santo lavó los pies a dos mujeres, una de ellas musulmana. Para los nostálgicos de la Iglesia imperial, de prestigio, la del Papa Wojtyla, el gesto de Francisco de subirse a un viejo ‘cuatro latas’ (de casi 30 años y con 300.000 km, regalo de un cura de un barrio obrero), les habrá indignado. Y es altamente probable que más de un curial lamentará, como lo hicieron con Juan Pablo I: queremos otro papa, que este no vale.
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