"Enseñad la doctrina en su totalidad: sin quitar ni poner"
"Si el dinero se convierte en centro de la vida, nos aferra y nos hace perder la identidad"
(José Manuel Vidal/Agencias).- Francisco, el Papa catequista de la misericordia del Reino celebró hoy la misa rodeado de miles (hablan de 100.000) catequistas en la Plaza de San Pedro. Consciente del capital evangelizador del ejército catequético, Franciscoles pidió que sean los que "custodian y alimentan la memoria de Dios" y les advirtió contra "el riesgo de acomodarse" y de "perder la memoria de Dios"
"Palabras duras las del profeta Amós, que nos ponen en guardia de un peligro que todos corremos"
"¿Qué denuncia este mensajero de Dios?"
"El riesgo de acomodarse, de la comodidad, de tener como centro nuestro bienestar".
"La misma experiencia que el rico del Evangelio"
"Si el dinero y la mondanidad se convierten en centro de la vida, nos aferran y nos hacen perder la identidad"
"El rico del Evangelio no tiene nombre, es sólo un rico"
"Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios"
"Perdemos nuestro rostro, como el rico del Evangelio, que corre hacia la nulidad y se torna él mismo nulidad"
"¿Qué es el catequista?"
"El que custodia y alimenta la memoria de Dios"
"Es bello esto: Hacer memoria de Dios"
"María no se cierra en sí misma"
"En el Magnificat está la historia de su experiencia personal"
"La fe contiene la memoria de nuestro encuentro con Dios"
"El catequista es un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio"
"Enseñar la doctrina en su totalidad: sin quitar ni poner"
"Un cristiano que se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida y la sabe contagiar al corazón de los demás"
"El mismo Catecismo es memoria de Dios, de su actuación en la historia"
"Os pregunto: ¿Somos memoria de Dios, centinelas que despiertan en los demás la memoria de Diso que calienta el corazón?"
"El catequista tiene que seer un hombre de fe, un hombre de caridad y amor, hombre de paciencia, de perseverancia..."
"Un hombre humilde, capaz de comprensión y de misericordia"
Texto íntegro de la homilía del Papa
1. «¡Ay de los que se fían de Sión,... acostados en lechos de marfil!» (Am 6,1.4); comen, beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás.
Son duras estas palabras del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos corremos. ¿Qué es lo que denuncia este mensajero de Dios, lo que pone ante los ojos de sus contemporáneos y también ante los nuestros? El riesgo de apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante para él. ¿Y el pobre que estaba a su puerta y no tenía para comer? No era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros, perdemos nuestra propia identidad como hombres: el rico del Evangelio no tiene nombre, es simplemente «un rico». Las cosas, lo que posee, son su rostro, no tiene otro.
Pero intentemos preguntarnos: ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. Si falta la memoria de Dios, todo queda comprimido en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no de las cosas, no de los ídolos.
2. Entonces, mirándoles a ustedes, me pregunto: ¿Quién es el catequista? Es el que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás. Qué bello es esto: hacer memoria de Dios, como la Virgen María que, ante la obra maravillosa de Dios en su vida, no piensa en el honor, el prestigio, la riqueza, no se cierra en sí misma. Por el contrario, tras recibir el anuncio del Ángel y haber concebido al Hijo de Dios, ¿qué es lo que hace? Se pone en camino, va donde su anciana pariente Isabel, también ella encinta, para ayudarla; y al encontrarse con ella, su primer gesto es hacer memoria del obrar de Dios, de la fidelidad de Dios en su vida, en la historia de su pueblo, en nuestra historia: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (cf. Lc 1,46.48.50).
En este cántico de María está también la memoria de su historia personal, la historia de Dios con ella, su propia experiencia de fe. Y así es para cada uno de nosotros, para todo cristiano: la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios, que es el primero en moverse, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad.
San Pablo recomienda a su discípulo y colaborador Timoteo sobre todo una cosa: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, a quien anuncio y por el que sufro (cf. 2 Tm 2,8-9). Pero el Apóstol puede decir esto porque él es el primero en acordarse de Cristo, que lo llamó cuando era un perseguidor de los cristianos, lo conquistó y transformó con su gracia. El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida. El mismo Catecismo, ¿qué es sino memoria de Dios, memoria de su actuar en la historia, de su haberse hecho cercano a nosotros en Cristo, presente en su Palabra, en los sacramentos, en su Iglesia, en su amor? Queridos catequistas, les pregunto: ¿Somos memoria de Dios? ¿Somos verdaderamente como centinelas que despiertan en los demás la memoria de Dios, que inflama el corazón?
San Pablo recomienda a su discípulo y colaborador Timoteo sobre todo una cosa: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, a quien anuncio y por el que sufro (cf. 2 Tm 2,8-9). Pero el Apóstol puede decir esto porque él es el primero en acordarse de Cristo, que lo llamó cuando era un perseguidor de los cristianos, lo conquistó y transformó con su gracia. El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida. El mismo Catecismo, ¿qué es sino memoria de Dios, memoria de su actuar en la historia, de su haberse hecho cercano a nosotros en Cristo, presente en su Palabra, en los sacramentos, en su Iglesia, en su amor? Queridos catequistas, les pregunto: ¿Somos memoria de Dios? ¿Somos verdaderamente como centinelas que despiertan en los demás la memoria de Dios, que inflama el corazón?
3. «¡Ay de los que se fían de Sión». ¿Qué camino se ha de seguir para no ser «superficiales», como los que ponen su confianza en sí mismos y en las cosas, sino hombres y mujeres de la memoria de Dios? En la segunda Lectura, san Pablo, dirigiéndose de nuevo a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcar también el camino del catequista, nuestro camino: Tender a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre (cf. 1 Tm 6,11).
El catequista es un hombre de la memoria de Dios si tiene una relación constante y vital con él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de Dios y pone en él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a todos como hermanos; si es hombre de «hypomoné», de paciencia y perseverancia, que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y misericordia.
Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Amén.
Jamás acomodarse en la comodidad y olvidar a Dios poniéndonos a nosotros mismos en el centro de la vida. Retomando las palabras del profeta Amós, el Papa se dirigió a los catequistas procedentes de todo el mundo, y recordó en la homilía de la misa dominical que si perdemos la memoria de Dios, también nosotros mismos perdemos consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Si vamos detrás de los valores efímeros, nosotros mismo nos volvemos vacíos. Tarea fundamental del catequista es hacer crecer en la fe. El catequista -- notó Francisco -- es un cristiano que pone la memoria de Cristo al servicio del anuncio; no para hacerse ver, no para hablar de sí mi ...
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