LA CASA DE LOS ESPEJOS
Por José María Maruri, SJ
1. - Un hombre tenía una casa con grandes ventanas a través de cuyos cristales transparentes veía a los niños jugar en el jardín, al anciano sentado en un banco tomando el sol, a la joven madre empujando el cochecito de su hijo, a la pareja de novios tomados de la mano. A través de los cristales transparentes participaba en la vida de los demás, se conmovía su corazón, se comunicaba con los hombres, y al fin llegaba a Dios.
Pero un día comenzó a cambiar los cristales transparentes por espejos y al poco se vio aislado de todos y de todo. Dejó de ver a los hombres y dejó de ver a Dios. Y ya no se vio más que a sí mismo reflejado en cientos de espejos. Siempre veía su rostro, cada vez más sombrío, más aislado, más triste. Encerrado en vida en una tumba de espejos. Separado por todos por un gran abismo que nadie puede pasar.
2. - Yo creo que esta es la enseñanza de Jesús en esta parábola. No alaba la pasividad del pobre alentando su estoicismo con la promesa de un futuro feliz. Ese Jesús que nos dice que el Reino de Dios está entre nosotros y que ha venido a poner fuego en la tierra.
No condena al rico por ser rico, ni bendice al pobre por sólo ser pobre. No trata del problema social, ni el problema de clases. Jesús va a la raíz de todos estos problemas que es el egoísmo brutal del hombre.
3. - Jesús viene a decirnos una vez más que nadie puede salvarse solo, que nadie puede prescindir de los demás, que todos necesitamos de todos, que no podemos ser hijos de Dios, si no somos hermanos de los hombres, hijos de un mismo padre: Padre Dios.
El rico también se da cuenta de que necesita a los demás, que necesita a Lázaro, pero cuando ya es tarde, porque el encuentro entre hermanos se da en esta vida. Es en esta vida en la que se da pan al hambriento y agua al sediento y consuelo al que lo necesita. Es en esta vida donde abrimos el abismo entre hermanos que durará para siempre. Es en esta vida donde marginando a los demás, nos marginamos para siempre a nosotros.
4. - El hombre cuanto más se da y se mezcla con los demás y se deshace por ellos más vuelve a su ser, a su dignidad, como si la sal volviera al inmenso mar de que salió, se encontraría más en su ambiente, en sí misma, en lo que siempre fue.
Como esos santos de la caridad cristiana, san Vicente de Paul, san Pedro Claver y tantas y tantas personas dedicadas a los demás, que cuanto más se han dado y deshecho por los hermanos, por esa inmensa humanidad de que salieron y a la que pertenecen, más grandes han sido y más cercanos a Dios.
Consultad a vuestro corazón, nunca os sentís mejor que cuando cerrados los ojos a vosotros mismos, hacéis algo por los demás. Y es que a eso nos lleva la tendencia del hombre que por naturaleza está abierto a los demás. De ellos venimos, a ellos tenemos que ir.
Y nunca nos sentiremos tan mal como cuando por una sola mirada, una palabra, un gesto abrimos un abismo entre nosotros y un hermano, sin darnos cuenta de que en realidad lo he abierto entre Dios y yo.
Aprendamos de nuestro Dios que existiendo un abismo entre Él y nosotros, Él lo ha rellenado haciéndose uno de nosotros... Sepamos hacernos uno de los demás.
Betania
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