Por José María Martín OSA
1.- Un Rey diferente a los de la tierra. El último Domingo del Año Litúrgico está dedicado a celebrar la festividad de Jesucristo Rey. La Iglesia de nuestros días ha reflexionado mucho sobre este hecho de la realeza de Jesucristo. Y ha mantenido y mantiene una fiesta que para muchos es inoportuna. Sin embargo, el mundo, que se aleja de Dios con un laicismo y una secularización tan peligrosos, ha de saber que por encima de los acontecimientos humanos y sobre los gustos de la sociedad hay un Rey distinto a los de este mundo. Su reino más bien es “un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de hoy).
2.- Un estímulo para vivir la esperanza. El libro de Daniel que escuchamos en primer lugar pertenece a la literatura apocalíptica. Dado que la simbología es una de las características de esta literatura, es importante que no descuidemos este aspecto a fin de recibir adecuadamente el mensaje que contiene. Por lo pronto hemos de cuidarnos de no tomarlo al pie de la letra, pues de lo contrario corremos el riesgo de caer en los errores ya cometidos durante muchas ocasiones a lo largo de la historia de la Iglesia. El autor nos hace ver la historia como algo que, como todo lo de este mundo, tuvo un comienzo y, por eso, necesariamente tendrá un fin. El concepto bíblico de la historia es lineal, por tanto no se repite. Cada acontecimiento es único e irrepetible. Por eso la existencia en este mundo es finita. Y aunque lo que nos refiere el libro tiene que ver con acontecimientos históricos de su tiempo, su mensaje trasciende la historia y se nos ofrece como un estímulo para vivir, en la esperanza, la certeza de la fe de que Dios triunfa, si no ya en la historia, sí más allá de ella, tras el fin del mundo. Frente a la coronación de un enemigo del pueblo judío, el autor nos presenta otra entronización en un lugar entre el cielo y la tierra, "la morada trascendente de Dios y su corte celestial". Quien es entronizado es "uno como un hijo de hombre", del cual se dice que recibió la soberanía, la gloria y el reino..., posee un poder eterno sobre todas las naciones y su reino jamás será destruido.
3.- Victoria sobre la muerte y salvación del género humano… Otro libro apocalíptico es el que entre los del Nuevo Testamento se conoce precisamente como Apocalipsis del Apóstol san Juan. Una obra que no se distingue de las otras en su forma literaria, pero sí en su contenido, pues en él se revela específicamente "una persona y su actuación salvífica en la historia". Esta persona es Jesucristo, Señor de la historia: el que es, el que era y que viene. Él es la fuerza y la liberación como presencia cercana y activa para los fieles creyentes. Entre otros títulos que nos da el texto, está el de soberano de todos los reyes de la tierra. Este título, en su tiempo, debió haber sonado con una gran carga política, pues se afirma que Él está también sobre el César, el emperador romano a quien se obligaba a los cristianos rendirle el culto sólo debido a Dios. Al denominarlo como primogénito de los muertos, el autor indica la victoria de Cristo sobre la muerte, que es también la de los cristianos perseguidos.
3.- Autoridad para servir. En el evangelio se nos presenta a Pilato, que ha recibido a Jesús como un criminal y le pregunta “¿eres tú el rey de los judíos?”, con lo cual está considerándolo como un enemigo del César a quien él representa. Pilato no lo cree, pero insiste hasta arrancarle la respuesta: “Tú lo has dicho. Soy rey”, contestará Jesús. Su reino no es político, sino espiritual, no de este mundo sino del otro... Juan escribe su Evangelio para los cristianos, y más que narrar con taquigrafía el dialogo de Jesús con Pilato, quiere hacer ver que aquella calumnia lanzada contra Jesús, de que había sido condenado por revoltoso contra Roma, carecía de todo fundamento. La conclusión de este diálogo es que toda autoridad, especialmente la que se ejerce en nombre o bajo el influjo de la fe, tiene que basarse en el ejemplo de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir y a dar la vida por amor. Reconozcamos que si no nos mueve el servicio al aceptar un encargo público, sea civil o religioso, o bien, familiar, laboral o administrativo, jamás la ejerceremos para construir sino para dividir y hacer daño. Jesucristo se proclama Rey para ser el primer “testigo de la verdad”. A su Iglesia la constituye signo visible de esta autoridad que Él mantiene sobre el Reino de Dios en el mundo, y le encarga transformar las estructuras sociales de un modo conforme con el querer de Dios. Jesucristo es Rey, y por eso hace de nosotros los cristianos un pueblo real, libre de toda esclavitud. Todos los cristianos y en particular los laicos son los encargados de promocionar a la persona humana; y se les encarga meter el Evangelio en la sociedad como el fermento en la masa, llenando del espíritu de Jesucristo todas las realidades sociales. Así se construye su Reino de justicia, paz y amor.
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