Friday, November 20, 2009

Los amores light


Hace un par de meses “casé”-bueno se casaron ellos- a dos amigos. A la vuelta del viaje de novios ya se han separado. Conozco a no pocos jóvenes que después de llegar a la ordenación sacerdotal lo dejan, a lo mejor un año o dos después. Antes todo duraba más: Desde el vestido de boda a la enciclopedia del abuelo, pasando por la vajilla, los libros de texto y el abanico de mamá. Se compraba para conservar, y teníamos en los labios la mágica expresión: “de toda la vida”. También, por regla general, en el amor. Es verdad que muchas situaciones difíciles se solapaban, y con frecuencia se mantenían las apariencias por el qué dirán, mientras proliferaban los amantes a escondidas o las frustraciones soportadas principalmente por la mujer.
Hoy casi todo es de usar y tirar: platos y vasos de papel, best-sellers que apenas permanecen unos meses en las librerías, los electrodomésticos e incluso los vestidos. De aquí el éxito de los bazares chinos, donde puedes adquirir a poco precio cosas fungibles.
¿Y el amor? “Te amaré para siempre”, decían los personajes de novelas y películas románticas de antaño. Hoy se sustituye por el ligue de fin de semana, si no es por un apaño algo más duradero de “cada uno en su casa y Dios en la de todos”. Son los amores “light”, de escasa intensidad, poca pasión y ningún drama. ¿La razón? Se sufre menos. La provisionalidad, las experiencias vividas, los fracasos amontonados han engendrado una nueva especie de “solteros por vocación”, en su mayoría urbanitas, dispuestos a intentar disfrutar de su sueldo, las comodidades del consumo, y “no sufrir más por amor”.
Es posible que no padezcan (si vivir así a la larga no es padecer), pero tampoco sus goces vitales atraviesan el umbral de “pasar el rato”. Sin negro no hay blanco, sin lágrimas no hay verdadera alegría. Vivimos el imperio del “gris”, el reino de la tibieza, el “pasar de todo” para protegernos probablemente de un mundo demasiado agresivo, de una sociedad que nos explota, de una carrera por ganar más, para tener más, de una falta de tiempo compulsiva que nos impide entablar relaciones hondas y duraderas.
Tema tan actual pide reflexión, analizar las causas, contrastarlas con nuestros semejantes, en una palabra, detenernos en el camino; ver el atasco desde arriba, donde se pueden dominar las encrucijadas de carreteras y los destinos que anhelamos.
En temas como éste hay que evitar los dos extremos: desmelenarse contra la situación refunfuñado, echando pestes contra este mundo que hemos pergeñado, o canonizar tal situación, simplemente porque es actual y creada por las nuevas generaciones. Parece, por ejemplo, que una causa de la misma puede ser las prisas, el agobio de la gran ciudad, la intoxicación televisiva y publictaria, la búsqueda del placer efímero, y en su medida la emancipación de la mujer. Atacar este último gran progreso no es una forma adecuada de atajar la futilidad de los amores de hoy.
Quizás, como casi siempre, la raíz esté en la educación y la axiología en la que vivimos inmersos. Si mis valores son buscar sólo éxito, dinero, apariencia y placer instantáneo, además de evitar todo lo que suene a compromiso o sacrificio, es difícil que busque un amor permanente, que no puede vivirse sin momentos de dolor, desengaño, vejez y en definitiva pérdida.
Se olvida que para ganar algo que valga la pena, es necesario correr un riesgo, como ya anunciaba la sabia copia popular: “Corazones partidos yo no los quiero, que cuando doy el mío, lo doy entero”.
Quizás nos hemos hecho hoy tan propietarios que nos resulta casi imposible una felicidad profunda no egoísta, que está en la entrega total e incondicionada. Hay que hacer una revolución copernicana y convencernos que no somos el centro del universo y que mientras vamos de camino aquí el amor es resquicio del Todo, limitado por el tiempo y la llamada muerte.
Pedro Miguel Lamet
El alegre cansancio
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