Acabo de asomarme, por responsabilidad informativa, a través de TV Popular, a la concentración de las Familias en Plaza de Lima de Madrid, con el lema –tan altisonante como obvio– “El futuro de Europa pasa por la familia”. No he podido aguantar más el protagonismo de don Francisco (“Kiko”) Argüello y laa ambigüedades de los comentaristas: ¿Familia a secas o “Familia cristiana”? ¿Acto religioso o manifestación pública? ¿Nada de política o protesta contra leyes civiles? Ya se rdiscutirá hasta la saciedad el sentido del acto y el número de asistentes. Yo he vuelto a mi ordenador, donde he encontrado, enviadas por un amigo, estas sabias palabras palabras de Enrique Miret Magdalena en su último cumpleaños rodeado de su numerosa familia.
La religión en la que creo no es cosa de tristes gruñones, sino ayuda mutua
He aprendido esto de los grandes sabios antiguos, como Píndaro, y de los modernos, como Ortega y Gasset: lo único decisivo es ser lo que somos porque nuestra realidad, como toda realidad, siempre tiene algo de bueno. También el gran pensador francés André Maurois me enseñó, a fuerza de equivocarme, que “hay que tratar las catástrofes como molestias y jamás las molestias como catástrofes”, porque, como afirmaba Tolstoi, “la felicidad no depende de acontecimientos externos, sino de cómo los consideremos”.
Hoy es un día especial para mí porque de algún modo reunimos en esta mesa la labor de casi 100 años, por activa o por pasiva, y yo, que soy tan proclive a la sabiduría de Oriente, he acabado por aprender, mal que bien, lo que me ha descubierto y los hechos me han confirmado: “Más vale caminar bien que llegar”.
Del mismo modo, tengo que decir que la religión, sin caer en maximalismos ni minimalismos, me ha ayudado mucho en los momentos difíciles. Sostengo que todo lo que has de creer, orar y practicar está contenido en el Padre Nuestro. Y me inspiro en los discípulos próximos a Jesús y en ese pequeño libro del siglo I, la Didajé, que se traduce por Enseñanza o Doctrina y que nos muestra que toda conducta positiva ha de basarse en la regla de oro: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti”. Igualmente, el Pastor de Hermás nos dijo en el siglo II que “todo el que está alegre obra bien y piensa bien”.
La religión en la que creo no es cosa de tristes gruñones, sino apertura y ayuda mutua, que siempre repercutirá en un mundo mejor, sea cual sea nuestro pensamiento: por eso, con el tiempo, mi fe se ha vuelto más sencilla y más dependiente de lo interior y de una conducta abierta a los demás. Porque Dios, lejos de ser un amo exigente, es “poesía en la cual se cree”.
Mis años, finalmente, se resumen en lo que debo a mi mujer, que colgó los hábitos científicos para dedicarse a la educación de nuestros hijos y, siempre mirando hacia la izquierda, ayudar a quien lo necesitase.
El teólogo Enrique Miret Magdalena falleció el pasado 12 de octubre. Este texto es el que leyó a su familia durante su penúltimo cumpleaños, siguiendo una vieja costumbre que repetía año tras año. De alguna forma, es una síntesis de su manera de ver la vida y de entender el compromiso con los demás.
ATRIO
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